domingo, 27 de diciembre de 2015

Poesía o nada 10


La renuncia
Por Eduardo Sanoja (Venezuela)
Yo renuncié hace años a los paraísos de los arrastrados y de los jalabolas. He pagado puntualmente el precio de los coñazos, los palos y las patadas. Y el precio, más doloroso aún, de los desprecios y de las traiciones.
No he renunciado, sin embargo, a mi propio paraíso: sigo soñando con los amores honestos, con la amistad sincera, con la posibilidad de libertad y justicia en actos e ideas.
Sigo soñando, y así seguiré porque afortunadamente renuncié hace años a los paraísos artificiales de los arrastrados y jalabolas.

martes, 22 de diciembre de 2015

Gastronauta 67: Ana



Esta tarde me encontré conmigo con unos cuarenta años más. Me llamo Ana. Sigo tejiendo. Estoy sentada a unos pocos metros de lo que ha sido mi casa, una pila de bloques a los que pinto cada vez que pasa la lluvia. Vengo todos los días y me siembro hasta al atardecer, al lado de helechos y otras ramas. Una vez quise construir un fogón y entonces hinché mi vientre y nació un ocaso violeta, de esos que se inventaron en la curva que divide en tres los caminos de Agua Fría.
A la ciudad le puse distancia, lo mismo que a los libros. Soy una postal de cuantos pasan por mi cara y con cada mirada atesoro una grieta y otra grieta y mi casa se derrumba frente a mí y de sus ruinas soy la dueña.
No me corté nunca más el cabello, sólo las puntas en menguante para que no me crezcan. Son hilachas de luna, y chispas de mi caldero son las estrellas.

sábado, 19 de diciembre de 2015

Poesía o nada 9

Los burócratas
Por Roque Dalton (El Salvador)
Los burócratas nadan en un mar de aburrimiento tempestuoso.
Desde el horror de sus bostezos son los primeros asesinos de la ternura
terminan por enfermarse del hígado y mueren aferrados a los teléfonos
con los ojos amarillos fijos en el reloj.
Los burócratas tienen linda letra y se compran corbatas
sufren síncopes al comprobar que sus hijas se masturban
deben al sastre acaparan los bares
leen el Reader Digest y los poemas de amor de Neruda
asisten a la ópera italiana se persignan
firman los pliegos nítidos del anticomunismo
los hunde el adulterio se suicidan sin arrogancia
tienen fe en el deporte se avergüenzan
se avergüenzan a mares
de que su padre sea un carpintero.
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jueves, 17 de diciembre de 2015

Mujerícola 31: Madre



El arroz estaba caliente y el negrito se quemó.
La culpa la tuvo usted...

Ser madre es tener la culpa. Culpa de cuidarlos y no hacerlo bien. De no cuidarlos por trabajar. De darles teta, de no darles. De lo que se conviertan, o no lleguen a ser.
Ser madre es una sorpresa, aunque lo hayas planificado.

Uno de estos días le pregunté a mi hija de dos años, qué era una madre para ella, y me respondió que era la “Mamá Negra que sopla el arroz para que el Negrito Pon no se queme”.
Y, díganme si el soplido pueda convertirse en ventarrón y no sepa nunca el negrito bailar alrededor del fuego. Se queme o no, la culpa es de la Madre.

Pero si para el mundo la madre tiene la culpa; para la madre, el hijo: los desvelos, los dolores, las lágrimas, los sacrificios.

martes, 15 de diciembre de 2015

Gastronauta 66: Escribir



Tenía yo trece años cuando mi papá me estampó la primera y única cachetada que me propinaría en lo que ambos llevamos de vida.
Mi mamá le hizo llegar una carta que yo le había escrito al chico que me gustaba.
“Pero, papá es sólo una carta”, traté de explicarle, antes de que abriera los ojos como las luces de una gandola en un túnel y me palmeara la cara.
“Con esta carta se puede preñar a cualquiera”, sentenció.
Me hizo romperla en pedacitos, enterrarla en el jardín y prometerle que no escribiría nunca más.

Dice Amparo Dávila que escribir es una enfermedad incurable. Yo agregaría que es terminal para los que no queremos cura.

sábado, 12 de diciembre de 2015

Poesía o nada 8


Poema:
¿Cómo me sientes?
Kaybelis López Torres (Venezuela)

-No importa que no te haya visto porque te siento.
-¿Me tienes?, ¿cómo un florero?
-Dije que te siento. Lee bien”.

A veces te respiro,
te deslizas por el surco de mi lengua
tocas el cielo de mi boca con la punta de tus dedos.
A veces te trago de un bocado,
y se me abren tus ojos en el rostro
y el tórax se me encaja en tus caderas.
A veces te leo,
y atraviesas el filo de la hoja escrita
cruzando mis pechos equidistantes.
Cuando llegas y no estoy,
desnudo y con pinceles
me sacas colores de las paredes.
Tenemos un altar de adioses,
yo profano tus relojes,
pero no suavizas mis esquinas abismales.
A veces te me quedas tanto en este planeta,
que te hallo poblando mis noches de ventana,
a veces pendo de ti sobre la caricia,
a veces me aferro con brazos y piernas
cuando medio viva, medio muerta
me escapo al placer inmemorial que me trajo aquí.
A veces, según Freud,
te aniquilo con la distancia,
y te vuelvo a tragar como humo, espacio y niebla,
pero te siento.

jueves, 10 de diciembre de 2015

Mujerícola 30: La derrota



Yo fui maestra, me gustaban los niños difíciles. A los que el resto consideraba un lastre, un problema.
Alguna vez, uno me dio una patada y me lanzó contra el suelo. Era un artista marcial. Y esa fue su bienvenida. Me levantó y lo acompañé. Creo que sintió pena por mí.
Era hijo de un padre ausente y una madre trabajadora. Antonio, se llamó.

Éste domingo murió. Y lo recordé púber. Yo era su profesora de Castellano y Literatura.
En vez de irme, insistí en su rabia hasta que supo delinear un poema. Pudo descansar los miedos. Desarmar los puños. Y entonces fue cuando sentí su patada:

“No me quiere.
No me mira.
No me toca.
Me dejó.
Pero yo soy fuerte.
Soy su derrota”.

martes, 8 de diciembre de 2015

Gastronauta 65 Garabatos (nueve críticas y una autocrítica)


 

I
No se trata de un pueblo que se consumió el último año en colas, ni del espíritu adolorido por el duelo, ni del esmero empresarial por quebrar la voluntad de cualquiera. Se trata de un único factor, que acaba trapo donde llega: permitimos a Ricardo Sánchez en el chavismo y lo recibimos con una candidatura a la Asamblea Nacional: la incoherencia alienta la pava.
Mientras, en los barrios los líderes naturales de una revolución fueron usados para i,plorar votos.
II
No se me hace difícil perder. Tanto más me cuesta aceptar que el otro ganando no se dé cuenta de lo que está perdiendo.
Perdimos todos.
O radicalizamos, o se Macriliza esta vaina.
III
A una muchacha de mi pueblo, rodeada de opositores, sus vecinos celebraron la victoria de la “Unidad” cayéndole a botellazos a su casa.
La reconciliación nacional prometida es una mentira que no es verdad, "pero tenemos cambio".
IV
El cambio empieza por pagar “favores”. Es así como, sin haberse juramentado, los diputados de la “nueva mayoría” deben devolver (y no hablo de vómitos varios) la mojada de la manito con la “revisión” de leyes a favor del pueblo.
Pero y ojo: viste, que para que una ley se promulgue o derogue necesita la firma del presidente.
¡Nadie, ni aquellos, ni nosotros queremos pacto!

sábado, 5 de diciembre de 2015

Poesía o nada 7


Discurso:
El cataclismo de Damocles (Extracto)
Por Gabriel García Márquez
Conferencia de Ixtapa. México, 1986.

Un gran novelista de nuestro tiempo se preguntó alguna vez si la Tierra no será el infierno de otros planetas. Tal vez sea mucho menos: una aldea sin memoria, dejada de la mano de sus dioses en el último suburbio de la gran patria universal. Pero la sospecha creciente de que es el único sitio del Sistema Solar donde se ha dado la prodigiosa aventura de la vida, nos arrastra sin piedad a una conclusión descorazonadora: la carrera de las armas va en sentido contrario de la inteligencia.
Y no sólo de la inteligencia humana, sino de la inteligencia misma de la naturaleza, cuya finalidad escapa inclusive a la clarividencia de la poesía. Desde la aparición de la vida visible en la Tierra debieron transcurrir 380 millones de años para que una mariposa aprendiera a volar, otros 180 millones de años para fabricar una rosa sin otro compromiso que el de ser hermosa, y cuatro eras geológicas para que los seres humanos a diferencia del bisabuelo pitecántropo, fueran capaces de cantar mejor que los pájaros y de morirse de amor. No es nada honroso para el talento humano, en la edad de oro de la ciencia, haber concebido el modo de que un proceso milenario tan dispendioso y colosal, pueda regresar a la nada de donde vino por el arte simple de oprimir un botón.
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jueves, 3 de diciembre de 2015

Mujerícola 29: La sombra



Todavía la aguja más pequeña del reloj no alcanza las tres a eme. La despierta la inercia. Se calza un suéter, remarca los restos del labial rojo noche, recoge las hebras de sol en un moño alto, se mira de salida en el espejo.
Es ella.
Puede reconocer el vacío de lo que alguna vez fue un lunar en su nariz.
Antes de irse, se mira las manos. Ésta vez no sangran.
La entrepierna, tampoco.

Se voltea por última vez, se ve tirada en la cama, sin más ropa que una parte de su brazo recorriéndole las tetas. Se permite un par de monedas de la billetera que reposa sobre la mesa.
Los huele y con la inhalación vira los ojos.
Frente a la puerta, se alza sobre la punta de sus pies y se da cuenta de que sigue sin zapatos. Busca sus botas y descubre el banco que engaveta la peinadora. Lo dispone bajo el marco: restriega suavemente su sexo contra el pomo. Los mira, tendidos como la más pesada sábana. Se mira. Se aprieta un poco las nalgas.
El puño de la puerta es redondo, no termina de ser chato. Parece de cerámica, una beige con betas que descubren el mármol. Está frío y eso puede hacerla hervir.

martes, 1 de diciembre de 2015

Gastronauta 64: Chavista



El origen de Chávez como el de los cualquiera, comienza con un cielo de barro, el olor del café que despierta antes que el gallo, la pobreza aquella de vestir algunos trapos y la riqueza de desnudar el alma apenas aprendió las cosas del decir. Y así llegó, y el pujo no fue sino una palabra, cortita y acuosa.
De la pelvis de Doña Elena amaneció la historia.

Y entonces yo fui chavista y no había nacido.
Él vendía arañas, cuando mi abuelo era militar. Nosotros suspiros, cuando él se hacía Teniente Coronel.
Mi abuela fue sabia, aunque su dolor no lo era tanto, y fue chavista. Como Mamá Rosa, que lo era, incluso antes de que naciera Hugo.
Aquél señor que organiza las varas para que de su gente se eleve el hogar: es chavista.
Aquella que multiplica la cachama, la niña que tiene más semillas sembradas que días de vida.
El que le limpia los vidrios a los que la visión es del tamaño de su parabrisas, la que madruga para que la redondez de la arepa bautice el día de su muchachada, el que no sabe leer la eñe, pero la cuenta y la dibuja como si la hubiese inventado. Ellos, ellas, así no lo sepan, son chavistas.

jueves, 26 de noviembre de 2015

Mujerícola 28: Mariposas




Las lágrimas por las Mirabal elevaron una estalagmita en la cueva de Rafael Leonidas Trujillo.
Las últimas gotas lo cosieron a tiros en el asiento de atrás de su auto. El “jefe” venía de las montañas, el dibujo de las piernas abiertas de la amante de turno.
Sesenta balas -made in USA- lo despidieron en la Avenida George Washington. El mismo Estados Unidos que lo había puesto en el Palacio Nacional, ahora lo destronaba por miedo a la avanzada comunista de entonces.
La mitad de esas balas: treinta, fueron la cantidad de años del “benefactor” en el gobierno.
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martes, 24 de noviembre de 2015

Gastronauta 63: Cuadro celeste


A Néstor Kirchner se le recordará -entre otras muchas acciones- por bajar los cuadros de los represores de las dictaduras en Argentina, de la pared en la que militares de todos los rangos se le paraban firme (1).

A Macri ¿se le aplaudirá por bajar el cuadro de Hugo Chávez que permanece en el Salón de los patriotas, de la Casa Rosada?
Si. Ambas acciones son inversamente proporcionales. Pero ambas coinciden en lo fundamental: bajando un cuadro, forman miles.

domingo, 22 de noviembre de 2015

Poesía o nada 6


 

Sección de literatura en la Revista Épale Caracas, publicada dominicalmente.
 
Poema:

Érase una vez... El país rocambolesco de la felicidad

Por Adal Hernández (Venezuela)

Un país abastecido,

satisfecho,

con la barriga vacía

y un retraso en su crecimiento,

desnutrido,

con más de un ochenta por ciento de pobreza

hacinada en ranchos de lata

amenazados por la llovizna

y campos de hambre,

de playas paradisiacas

bañadas por las cálidas aguas del Mar Caribe.

Un país de bellas artes,

Ilustrado,

donde prácticamente nadie podía leer,

con más de un millón de analfabetas

y una educación de puertas cerradas

para las grandes mayorías,

de amos del valle y de nobleza criolla,

de buhoneros, gallos, guerrilla y exclusión,

con los saltos más profundos de agua dulce

y mesetas extraordinarias

que sirven de morada a los dioses.

Un país alborozado,

eficiente,

de niños oliendo pega en las esquinas

y pena de muerte,

de exterminio,

“Disparen primero y averigüen después”,

jueves, 19 de noviembre de 2015

Mujerícola 27: Concha



Anoche soñé que me llamaba Concha.
Son muchas las veces que la sueño. Y son largas las pláticas como cuando iba a su apartamento del piso catorce, o ella me llamaba para llegar hasta el piso nueve en Sabana Grande, y en la conversa se nos iba la tarde, la noche.
Hubo una vez que me llamó sólo para preguntarme si había visto la luna.

Ahora, teléfono no tengo. A Concha, tampoco.
Me queda la memoria y la blancura de esta hoja.

Una mañana se fue sola hasta el cardiólogo. Y desde allá me dijo que “estaba a punto de un infarto”. Tenía noventa y seis años. Sólo eso tenía, y una escalera de papeles y papelitos, y la humedad ésa con que la soledad hace familia, un dolor en el pecho, un gato transparente, y lupas regadas en cada rincón de la casa.
Vivía de una pensión que le llegaba desde España, y de los pocos bolívares del alquiler de un apartamento suyo a una mujer en Macaracuay, “barato, porque es madre soltera”.
Su hija Monchina la visitaba poco, para cerciorarse de que no la llamara aquel que un día la estafó y que la descolocaría entre las paredes de su mente.
Con ella, se detuvo la corriente del río que fue su madre.
O, no.
Cuando me embaracé, a Concha se le dio un día por negarlo, y al otro simplemente por declararse abuela. Pensaba que en eso de ser mamá, lo que le ocurría a la tierra era un buen ejemplo: los hijos te devoran.

martes, 17 de noviembre de 2015

Gastronauta 62: Árbol



La cosa era más o menos así, durante los meses previos a diciembre, acumulábamos panelas de jabón azul. Lo íbamos desconchando y lo guardábamos en una bolsita.
Llegado el día, mi abuela nos despertaba bien temprano. Íbamos por la montaña a escoger la mejor rama seca, la que tuviera más brazos, la más fuerte, un poco más grande que ella.
Mis primos y yo, brincábamos de la cama, porque una cosa era sinónimo de ésa caminata: nos bañaríamos en la laguna.
Así, mi madre, nos envolvía unas empanaditas, llenábamos dos perolitos con agua y las paticas nos picaban para salir corriendo.
Por todo el camino, mi abuela nos regalaba este palo a mí, aquel a mi hermano, una piedra a mi prima y así dibujábamos el camino, cuando tropezábamos con el lodazal que nos desvestía. Mientras, mi vieja se perdía en el agüita de sus ojos, y de vez en cuando volvía con nosotros y el barro y la risa.
Al caer la tarde, regresábamos a casa a desenmarañar las luces espinosas, a cambiar una por otra, a llevarnos una pequeña descarga. "Muchacha ponte unas cholas, que te vas a morir electrocutada".
Entre mi madre y mi abuela hacían una pasta del jabón guardado, que batían a punto de nieve, para forrar las ramas del palo que encontrábamos durante nuestra caminata.
Afincaban la fina corteza en una lata rellena de tierra.
Las bambalinas eran crinejas de trapo enrolladas. Pero también hojitas de colores, pintadas por nosotros. O algunas cajitas de fósforos forradas como regalitos.
En casa no había pino, pero sí navidad.
Luego, hubo cómo comprar un árbol de plástico, y los días en los que chupábamos la ponzoña a la montaña, se secaron.

domingo, 15 de noviembre de 2015

Poesía o nada 5


 

Sección de literatura en la Revista Épale Caracas, publicada dominicalmente.

Cuento:

Una excursión a Ruanda

Por Clarissa Pinkola Estés (Estados Unidos)

El general Eisenhower tenía que efectuar una visita a sus tropas de Ruanda. [Hubiera podido ser

Borneo. Hubiera podido ser el general MacArthur. Los nombres significaban muy poco para mí

por aquel entonces.] El gobernador quería que todas las nativas se alinearan al borde de la carretera

de tierra y saludaran y vitorearan a Eisenhower cuando éste pasara en su Jeep. El único problema

era que las nativas sólo llevaban encima un collar de cuentas y, a veces, un pequeño cinturón de

cuero.

No, no, eso no podía ser de ninguna manera. El gobernador mandó llamar al jefe de la tribu y le

expuso su apurada situación.

­No se preocupe ­le dijo el jefe de la tribu.

Si el gobernador le pudiera proporcionar varias docenas de faldas y blusas, él se encargaría de que

las mujeres se las pusieran en ocasión de aquel trascendental acontecimiento. El gobernador y los

misioneros de la zona consiguieron proporcionárselas.

Sin embargo, el día del gran desfile, pocos minutos antes del paso de Eisenhower por la carretera a

bordo de su Jeep, descubrieron que las nativas se habían puesto las faldas, pero, como las blusas no

les gustaban, se las habían dejado en casa, por lo cual todas ellas se apretujaban a ambos lados de

la carretera vestidas con las faldas pero con los pechos al aire y sin ninguna otra prenda ni el menor

asomo de ropa interior.

Al gobernador por poco le da un ataque de apoplejía al enterarse, Por lo que mandó llamar al jefe

de la tribu, el cual le aseguró que la jefa de la tribu había hablado con él y le había asegurado a su

vez que las mujeres habían accedido a cubrirse los pechos cuando pasara el general.

­¿Estás seguro? ­rugió el gobernador.

­Estoy seguro. Muy, muy seguro ­contestó el jefe de la tribu.

Bueno pues, ya no quedaba tiempo para discutir y sólo cabe imaginar la reacción del general

Eisenhower cuando su Jeep avanzó traqueteando por la carretera y, una tras otra, las mujeres se

fueron levantando graciosamente la parte delantera de la holgada falda para taparse los pechos con

ella.
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sábado, 14 de noviembre de 2015

“A veces gobernar duele”

Entrevista a Reinaldo Iturriza /Ministro de Cultura:

Darwin se haría pipí en Venezuela. La evolución de las especies, principalmente la humana, se redefine en el paisaje político contemporáneo. La supervivencia del más apto se transfigura en la super-viveza, no necesariamente del más apto. Los mecanismos de selección y eliminación están determinados por la involución, de adeco a chavista a adeco.
Con este panorama, lo más fácil de extraviar es la esperanza; sin embargo, podría decirse que una característica que se repite entre la gente que construye un mejor camino es la necedad. Ser un necio.
Yo, conversé con uno.

A Reinaldo cuando nació lo recibió la boca abierta del Orinoco, tragándose al Caroní, hace exactamente cuarenta y dos años, el último día de noviembre. A sus ocho, un nuevo trabajo para el padre obliga a la familia Iturriza López a trasladarse a las montañas de Guaicaipuro. Allí, en Los Teques viviría veintitrés años.
Los doce restantes son los mismos días en los que el chavismo se hace poder y “Rei” se hace chavista, habiéndose juntado con Meresvic Morán, engendra a Sandra Mikele, escribe, escribe y escribe. Nace Ainhoa Michel, muere Hugo Chávez, lo nombran ministro de Comunas y unos kilos más adelante, un año y cinco meses después, ministro de cultura.
Trabajar con las comunas lo bajó a la tierra. Y se convirtió de intelectual, clase media, de izquierda, a intelectual, clase media, de izquierda, en la calle, apasionadamente chavista. Desaprendió así los manuales y se dispuso en el cuadrilátero de la política a desmontar reliquias y relicarios de la disciplina partidista.

Poesía o nada 3

 

Personaje:

Angela, detiene el tiempo. Su casa de bahareque agrieta el asfalto y descoloca al cemento. Cuántas hojitas habrá bailado. Charallave la conserva con los ojos abiertos. Si la ves, deten el paso y sácale conversa. Dicen que su sonrisa los dolores alivia.
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Por María Rosa Mó, Perlas de bruja

La bruja hechizó sus manos
y las convirtió en pájaros
Su voz en canto de fuego
Sus piernas en palabras
y se deshizo en el viento
suave
como una calandria.
La luz de la mañana abre
sus ojos de bruja (...)

Sobre una colina
la bruja
hace aparecer
y desaparecer
soles a su antojo

jueves, 12 de noviembre de 2015

Mujerícola 26: Simona



Desvestida, con las trenzas amputadas, y en la espalda un cartelón colgaba su sentencia de muerte, recorrió las calles del Alto Perú montada en un asno, y por cada esquina de la plaza 50 látigos por atreverse; “después de todo lo cual, fue baleada, por la espalda”.

Simona Josefa quiso tanto la libertad como Simón José.
Pero nadie les dijo que la libertad es tan flaca y encorvada como el palo de la muerte.
Sembraron maíz, pero no lo cosecharon.

Ella cosía jubones por la mañana y destejía a los colonos por la tarde. Se guardaba en sus polleras recados para los patriotas y atravesaba muros y prejuicios por su condición de mujer, indígena más que mestiza. Ser una cholita le sirvió de máscara mientras enjuagaba la chicha con la pólvora.

La patria de Simona era la rabia. Hubiera servido aquí y allá si la bandera fuese un grito, si el himno los harapos de los desposeídos.
Fue hija natural y la historia personal estuvo zurcida a medias. No conoció padre, y el de su hijo José María partió pronto, dejándola viuda.