Sección de literatura en la Revista Épale Caracas, publicada dominicalmente.
Poema:
Érase una vez... El país rocambolesco de la felicidad
Por Adal Hernández (Venezuela)
Un país abastecido,
satisfecho,
con la barriga vacía
y un retraso en su crecimiento,
desnutrido,
con más de un ochenta por ciento de pobreza
hacinada en ranchos de lata
amenazados por la llovizna
y campos de hambre,
de playas paradisiacas
bañadas por las cálidas aguas del Mar Caribe.
Un país de bellas artes,
Ilustrado,
donde prácticamente nadie podía leer,
con más de un millón de analfabetas
y una educación de puertas cerradas
para las grandes mayorías,
de amos del valle y de nobleza criolla,
de buhoneros, gallos, guerrilla y exclusión,
con los saltos más profundos de agua dulce
y mesetas extraordinarias
que sirven de morada a los dioses.
Un país alborozado,
eficiente,
de niños oliendo pega en las esquinas
y pena de muerte,
de exterminio,
“Disparen primero y averigüen después”,
con el deporte extremo
de lanzarse de los helicópteros
sin paracaídas
o de esconderse para siempre
en una fosa común,
de relámpago eterno y único,
eléctrico y nubiloso.
Un país opulento y elegante,
seguro,
“ta barato dame dos”,
en guerra contra los pobres
y complacencia con la pobreza,
que confeccionó penuria
y criminalizó el barrio
en “vagos y maleantes”
para llenar las cárceles y las morgues,
represivo y desigual,
de castas corruptas,
del “ponme donde hay”
y de soberanía entregada apaciblemente,
con el pulmón del mundo
y la sangre del progreso.
Un país rochelero,
entretenido,
de novela,
donde las relaciones entre mercancías
suplantaron las relaciones humanas,
de sábados sensacionales,
guerra de sexos
y mujeres cosificadas,
condenadas a la sombra
de un gran hombre,
es decir,
un gran propietario
dueño de su vida y la de muchos otros,
y otras,
donde los indígenas,
los negros,
los pardos
y los necesitados,
jamás fueron el héroe,
el galán,
el honesto,
el protagonista.
Un país de ellos,
los pocos
que se alternaron el presente
e hipotecaron el futuro de todos,
portátil y desplegable,
en flashes,
sin patria,
de felicidad acaparada
y el para siempre en disputa.
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“Era el peor enemigo de mí mismo.
No había nada que deseara hacer que no pudiese igualmente dejar de
hacer (...) Tenía tan poca necesidad de Dios como él de mí, y con
frecuencia me decía que, si Dios existiera, iría a su encuentro
tranquilamente y le escupiría en la cara (...) En otras palabras,
estaba corrompido, corrompido desde el principio. Como si mi madre me
hubiera amamantado con veneno, y, aunque me destetó pronto, el
veneno permaneció en mi organismo (...) hay gente que se mata a
trabajar, y cuando tienen hijos, les predican el evangelio de
trabajo, que, en el fondo, no es sino la doctrina de la inercia”.
De Henry Miller (Estados
Unidos), Trópico de
Capricornio (fragmentos)
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Trino:
"Se llamaban de lejos, como las aves que mueren en el desierto" (Jorge Gustavo Portella).
Ya no creo ni en el diablo. Y sí que menos en unicornio azul
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