domingo, 31 de enero de 2016

Poesía o nada 13


Elogio a la paja (extracto)
Por Salvador Garmendia (Barquisimeto-Lara)

Silvestre, abundante y barata como su homónima en el reino vegetal, la paja nos arrulla en la infancia, nos alimenta en la adolescencia y nos saca de más de un apuro en la edad adulta. La Biblia la personifica, aunque de manera un tanto arbitraria, en Onán, hijo de Judá, a quien Dios castigó con una mala muerte como si se tratara de un criminal; con lo cual se pasó de maraca el Padre Eterno, pues a este astuto miembro de la tribu, antes que vituperearlo por gozón, se le debería honrar en los hogares como el verdadero precursor del anticonceptivo y la planificación familiar. Claro, no es aventurado pensar que el mismo Onán, caballero prudente y ahorrativo, además de haber patentado en la historia su habilidad para sacarlo a tiempo, se la hiciera también de vez en cuando, como cualquier mortal. ¿Provocó esto la ira de Jehová? Es difícil creerlo; aunque en aquellos tiempos en que el mundo estaba todavía blandito y olía a nuevo, las criaturas eran tan escasas que nadie podía aprovechar que estaba solo para meterse tras de una paredita, sin que el ojo del creador le cayera encima.
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Cortados por la misma medida
Por Juan Calzadilla (Altagracia de Orituco-Guárico)

El lugar donde antes estuvo mi abeza
ahora ocupa un espejo.
Es ovalado y sirve para que, quien me busca,
creyendo verme, se descubra sólo a sí mismo.

Tú que ensayas encontrarme, mírate bien
para que puedas llegar a decir:
puesto que me he visto, te he visto.
¡Estamos cortados por la misma medida!

viernes, 29 de enero de 2016

PERDIMOS


Casi a las 12 de la medianoche de ayer, unos tiros que impactaron muy cerca nos despertaron. Ernesto y yo nos lanzamos al piso. Él con un niña, yo con otra. Mamá que está en casa, se vino al cuarto. Nos asomamos por la ventana, por una rendijita, y en lo que echamos el ojo, tres disparos más nos obligaron a volver abajo. Ernesto vio los chispazos en el apartamento de planta baja. Poco antes de aquel ruido, una mujer había gritado una grosería. Después un hombre.
Un auto permanecía detenido, encendido, a las puertas de la residencia. Ernesto, mi madre y yo nos imaginábamos qué pasaba. El vigilante salió, dio un par de vueltas. Incluso, pensamos en llamar a la policía. Pero todo permanecía en silencio. Ningún vecino se asomó. Nadie dijo nada.
¿Y, si era otro femicidio? ¿Y si el carro que permanecía abajo sólo esperaba que aquella mujer (la de la grosería) saliera para llevársela de aquello y los tiros no la dejaron salir?
Estuvimos despiertos hasta que de aquel misterioso auto estacionado, bajó una chica y entró corriendo. No hubo más acontecimientos.
Mamá se fue a su cuarto. Ernesto y yo quedamos en el nuestro, asustados, haciendo toda suerte de planes para dejar de asistir al miedo. Nos abrazamos a nuestras pequeñas y hubo un momentos en que nos quedamos dormidos.
Esta mañana, cuando bajamos, y le preguntamos al señor que cuida la entrada y salida del edificio, por aquellos detonantes, nos dijo que era una gente que celebraba el triunfo de Los Tigres de Aragua, con “unos poquitos fosforitos”.
Nos miramos, y nos cagamos de risa. Y lo único que atinamos a decir fue: “perdimos”.

jueves, 28 de enero de 2016

Mujerícola 34: Ángela



Ángela es una niña negra que no sabe por qué se llama así.
Un día me preguntó si me gustaba su nombre. Yo le dije que era como si pudiera volar.
Su nombre nació de una montaña, color de pólvora. Se asomó por la ventana sur de su madre, una cabeza de puño zurdo, florecido.
Con ella creció la palabra resistencia y Andrés Eloy pudo pintar un angelito negro. Pero para ella, sólo se abrió el cielo de los obreros con tierra en el pecho.

Ángela no sabe por qué han incendiado las casas de sus vecinos y la suya permanece intacta.
Ángela quiere ser blanca, la misma noche que un ejército de pálidos eleva las antorchas contra su piel, la misma noche que se declara África y África se hace Ángela para siempre.

Ése día, cuando a la niña Ángela le alisaron los cabellos, en Tennessee el río fue menos río.

Un día me confesó que no sabía lo que era el destino.
Y no supe cómo decírselo... Pero, lo ensayé: "Ángela tu vida está escrita. Serás uno de los brazos en la defensa de los derechos de las mujeres negras en un país hondamente misógino y racista. Serás uno de los pechos en la resistencia proletaria desde el ombligo de la bestia".

Y me digo: "no; no tiene tamaño para palabrotas".

martes, 26 de enero de 2016

Gastronauta 70: Guillermo




La casa está en silencio.
Un silencio, como si estuviera atravesada por una montaña y la vieja roca la aislara del resto del valle de Caracas.
Isaura presiente que Guillermo, su hijito de dos años, está a punto de meter un dedito en el tomacorrientes y apura el paso desde la cocina y no lo encuentra. No está en su cuarto, ni en el de ella y su marido. No está en los baños, tampoco en la sala. Se ha devuelto a la cocina. Y, no está.
Se sienta. Reposa del susto. Y recuerda que Guillermo no está, ni estará.
Y entonces vuelve a llorar en silencio, para no despertarlo.
No sabe cómo aceptarlo.

Desclasificado

 
Le tengo miedo a las películas sobre extraterrestres. De hecho nunca le tuve miedo ni al coco, ni a la sayona y esas vainas. Cuando temí, les puse cara de marciano. 
Me faltaba el aire. Se me desmayaban las piernas. Un calorcito se me enfriaba en la boca del estómago.

También me joden las tres primeras letras de marciano, el mar ¿Habrán otros animales que se parezcan más a los extraterrestres, que los marinos?

Mi papá fue marinero. Y aprendió a nadar con el viejo método aquel: lo echaban en mar abierto y él veía si aprendía a respirar, o no. Afortunadamente sobrevivió.
Él aplicó conmigo la misma. Me jaló de un pie y me dejó allí, tragando sal aguada. Pero, yo no aprendí a sobrevivir. A mí me tuvo que prestar sus brazadas. Y cada vez que nos llevaba al puerto, que eran muchas, me dejaba a la intemperie para contemplar mi fracaso.

De grande, me iba sola a la Guaira. Me escapa de la Universidad, me llevaba un libro y una playa era para mí y un par de palabras a las que desnudaba y remojaba en la orilla.
Yo, aprendí a ahogarme.
Y poco a poco a curtir éste blanco leche fosforescente que me heredó mi madre.
A amar a lo que temo.

Un día, el señor que cuidaba ésa margen, se me acerca y me dice que había un alienígena por ahí que esperaba sopetearme, como la mosca a la sopa.
Y no era con él que yo quería hundirme.
Así que, cogí mis cachachás y fui a morirme a otra ribera.

Soy más del tipo masoquista. Cambié de sofoque: me senté con mi viejo a mirar Los Expedientes Secretos. Me hacía de una aleta de mi padre y pataleaba por mi vida en cada escena en la que parecía asomarse un bichito de esos.

Anoche, me tiré en la arena, dejé que el caribe se llevara a Clarice, y me sumergí en los miedos de trece años ha: impaciente porque el mundo se acabe, y boquiabierta me lo trague.
Ni Mulder, ni Scully me pueden salvar.

sábado, 23 de enero de 2016

Poesía o nada 12


Una
Por Lidda Franco Farías (Venezuela)

Para ti soy tal vez una huera mujer con el cabello levemente despeinado
digna de un cuadro renacentista o de un ardiente cumplido
o de un piropo (dicho como el azar/con rebuscada elegancia)
de sobra sabes que me avergüenzo de ese otro ser que me esquilma
y me avasalla de repetir hasta borrarme el gesto heredado de pálidas enhiestas amas de casa remotísimas
pero ciertamente hay un rótulo en la sangre
una danza del vientre una marca rotunda
ten en cuenta muchacho de las cavernas
que he ido ganando el derecho a perder de igual a igual el paraíso
la paciencia a compartir la cama
el santo y seña
el mundo fifty fifty o no hay trato
vete acostumbrando hombre voraz
mujer no es sólo receptáculo flor que se arranca y herida va a doblarse en el florero
al fondo de la repisa entre santos y candelabros y trastos de cocina
una mujer es una mujer más sus uñas y sus dientes
lo siento caballero de la brillante armadura
aquella doncella rompió el molde: creció.

jueves, 21 de enero de 2016

Mujerícola 33: Janis



Cuando tenía doce años le dije a mi padre que quería ser hippie, y fumar marihuana.
No se dónde lo había escuchado, pero lo repetí íntegro como un mantra. Recuerdo su cara. Trató de explicarme, y en vano convencerme con argumentos como que no se bañaban, y por el estilo. El que me marcó se resumió en una invitación: “serías como Janis”.

Pero si a mí me gustaba Janis y yo tenía la voz media ronca como la bestia, y sus ojos temblorosos de presa. Y podía y quería cantar. Cómo podía ser aquello una amenaza.

Janis hacía veintiséis años que se había suicidado, se había ido a mi cuarto y guindaba alrededor de la ventana su diadema de pelos de animal, tejida entre los más grandes anillos. Woodstock batía las cortinas y dejaba colar su vaho.

martes, 19 de enero de 2016

Gastronauta 69: Sindicalista




Los nadies: los hijos de nadie,
los dueños de nada.
Los nadies: los ningunos, los ninguneados,
corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos,
rejodidos:
Que no son, aunque sean.
Eduardo Galeano

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Al norte le queda un café con leche, melao.
Al sur, una empanada de cazón que chorrea aceite todavía hirviente.
Las manos se las lleva vacías.
Cayó en un descuido del sol.
Eran las seis y treinta de un día veintiséis, y cuatro balas apuraron la niebla.
El mayor de sus cinco hijos, todavía con el uniforme de béisbol sudado, lo recibió en los brazos como La Piedad. Tiene trece años, no supo cómo detener la sangre.
Él sonríe. Se fue.

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Luis Enrique nunca se acomodó en la panza. A Silvana la hicieron parirlo aun cuando venía de pie.
La doctora le pedía que no pujara, que se contuviera porque podía morir asfixiado, y las que hemos parido sabemos que cuando la ola de una contracción crece, no hay muelle que se sostenga.
Pero, ella pudo.
La médica le introdujo los dos brazos, lo jaló hasta que dio con los hombros y se lo trajo a las manos del dolor más intenso que había sentido... hasta que se hizo de noche todo el día.
Su hijo le vuelve a doler como cuando vino, ahora que se va... ya no estuvo el tío Félix para salvarlo de que se arrojara del techo cuando se creyó superman.
Ha caído de pie y las lágrimas de Silvana dan con sus primeros pasos... "ay, mi niño... ay, qué dolor".
Luis Enrique nunca se acomodó en la panza.

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Fue un desenfadado.
Hizo y deshizo con la facilidad que tenía de mover los hombros.
Rajó el viento con una navaja y siguió su propio camino, a la pólvora.
Malditamente escrito.

sábado, 16 de enero de 2016

Poesía o nada 11


Una canción:

Para quién canto yo entonces
Por Sui Géneris (Argentina)

Para quién canto yo entonces
si los humildes
nunca me entienden
si los hermanos
se cansan
de oír las palabras que oyeron siempre
si los que saben
no necesitan que les enseñe
si el que yo quiero
todavía esta dentro de tu vientre.

Yo canto para esa gente
porque también soy uno de ellos
ellos escriben las cosas
y yo les pongo melodía y verso
si cuando gritan
vienen los otros y entonces callan.

Si sólo puedo
ser más honesto que mi guitarra.

Yo canto para usted
el que atrasa los relojes
el que ya jamás podrá cambiar
y no se dio cuenta nunca que su casa se derrumba.

jueves, 14 de enero de 2016

Mujerícola 32 Marguerite


(Novelista, dramaturga, poeta belga)

La ye de Yourcenar es un árbol con los brazos abiertos.
Queda en la segunda entrada a mano derecha, pasando el flamboyán que se desnuda sobre su laberinto, el Pueblo de las hojas que caen, allá en el siglo dos.
Marguerite fue una mujer cubierta de dioses. Un animal extraño, una parvada de pétalos de barro que se estrellan en las páginas. Siempre estuvo en otro lado: salpicada de alcohol, bajo las faldas lamiendo el amor, sobre el mástil, navegando el viento.
Fernande, su madre, murió a los diez días de haberla parido. Y entonces Francia la amamanta lo mismo que el latín y el griego. La teta se la da su padre, Michel, y la madre de su padre.
La palabra fue la patria, y no tuvo asiento.
No vio, sino pasado los treinta y cinco años, nunca el retrato de su madre. Y miro en ella cómo muere la historia.
“¿Cuál era tu rostro, antes de que tu padre y tu madre se hubiese encontrado?”

martes, 12 de enero de 2016

Gastronauta 68: No siembre un coño



Vuelve el coco verde: la siembra.

La reciente creación del Ministerio de Agricultura Urbana dentro del gabinete del Gobierno Nacional amenaza la “comodidad” aquella de creernos el cuento de que los alimentos nacen en la nevera, a los citadinos, a los que olvidaron que una vez fuimos el campo. Aquella gente, mucha con alma de cemento ¿por qué les ofende la convocatoria a la tierra?
A la gente que lo quiere todo ya, a la que piensa que ser humanos nos distingue de otros animales porque llegamos al estadio ése de la refinación, a quienes se sienten insultados con la mera existencia de la palabra “conuco”, a ésa gente a la que sólo le crecen los hongos en los pies, a la que le parece hermoso el paisaje de muchas hileras de frutos, y se atreven a tomarse la foto, pero en su mundo es insignificante el campesino.
A ésa gente que se le mueran las montañas y a nada le sepa la arepa.
Decía Atahualpa Yupanqui que hay quien que mira la tierra y ve tierra nomás. Está también la que no quiere mirarse en la tierra, ni “malgastarse” los ojos tan siquiera.