jueves, 21 de enero de 2016

Mujerícola 33: Janis



Cuando tenía doce años le dije a mi padre que quería ser hippie, y fumar marihuana.
No se dónde lo había escuchado, pero lo repetí íntegro como un mantra. Recuerdo su cara. Trató de explicarme, y en vano convencerme con argumentos como que no se bañaban, y por el estilo. El que me marcó se resumió en una invitación: “serías como Janis”.

Pero si a mí me gustaba Janis y yo tenía la voz media ronca como la bestia, y sus ojos temblorosos de presa. Y podía y quería cantar. Cómo podía ser aquello una amenaza.

Janis hacía veintiséis años que se había suicidado, se había ido a mi cuarto y guindaba alrededor de la ventana su diadema de pelos de animal, tejida entre los más grandes anillos. Woodstock batía las cortinas y dejaba colar su vaho.


A Pearl la ví desmigajarse por una pequeña caricia. Ella, se hacía del amor como un niño que por primera vez agarra entre sus manos una galleta. Sin saber llevársela a la boca.

El sol de los mediodías en mi pueblo la ahuyentaba como mapurite.
Por las noches, visitábamos el techo de mi casa y lloraba cada letra en la voz de su madre:
“o j a l á n o h u b i e r a s n a c i d o”.
Aullaba.
Le hacía unas crinejas largas como su tristeza.

Me confesó que nació triste y sabía que yo también. El mar estaba hecho de sus lágrimas y no había objeto en que siguiera derritiendo sus polos. Todas las lunas eran propicias para el viaje:
Las feas nos morimos en cada espejo.

La más hermosa vidriera se cerraba al dolor, en el azul pacífico de sus ojos vaciaron sus cenizas.

***
A mí, Janis no se me muere.
Cada tanto me devuelvo con ella a mi casa materna y asomo por la ventana el miedo de mi padre a que sea como él, la valentía de mi madre que lava y lava sin lograr desteñir el sol, me miro pasando los treinta, avergonzando a Caicedo, ofreciéndole un mango a Janis que yace en el piso de mi cuarto leyendo al Rey Lagarto:

Me puedo hacer invisible o pequeño.
Puedo hacer gigantescas y alcanzar las
cosas más lejanas. Puedo cambiar
el curso de la naturaleza.
Puedo situarme en cualquier lugar
en el espacio o en el tiempo.
Puedo invocar a los muertos.
Puedo percibir sucesos de otros mundos,
en lo más profundo de mi mente
y en la mente de los demás.

Yo puedo.

Yo soy”.

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