Cuando tenía doce años le dije a mi
padre que quería ser hippie, y fumar marihuana.
No se dónde lo había escuchado, pero
lo repetí íntegro como un mantra. Recuerdo su cara. Trató de
explicarme, y en vano convencerme con argumentos como que no se
bañaban, y por el estilo. El que me marcó se resumió en una
invitación: “serías como Janis”.
Pero si a mí me gustaba Janis y yo
tenía la voz media ronca como la bestia, y sus ojos temblorosos de
presa. Y podía y quería cantar. Cómo podía ser aquello una
amenaza.
Janis hacía veintiséis años que se
había suicidado, se había ido a mi cuarto y guindaba alrededor de
la ventana su diadema de pelos de animal, tejida entre los más
grandes anillos. Woodstock batía las cortinas y dejaba colar su
vaho.
A Pearl la ví desmigajarse por una
pequeña caricia. Ella, se hacía del amor como un niño que por
primera vez agarra entre sus manos una galleta. Sin saber llevársela
a la boca.
El sol de los mediodías en mi pueblo
la ahuyentaba como mapurite.
Por las noches, visitábamos el techo
de mi casa y lloraba cada letra en la voz de su madre:
“o j a l á n o h u b i e r a s
n a c i d o”.
Aullaba.
Le hacía unas crinejas largas como su
tristeza.
Me confesó que nació triste y sabía
que yo también. El mar estaba hecho de sus lágrimas y no había
objeto en que siguiera derritiendo sus polos. Todas las lunas eran
propicias para el viaje:
Las feas nos morimos en cada espejo.
La más hermosa vidriera se cerraba al
dolor, en el azul pacífico de sus ojos vaciaron sus cenizas.
***
A mí, Janis no se me muere.
Cada tanto me devuelvo con ella a mi
casa materna y asomo por la ventana el miedo de mi padre a que sea
como él, la valentía de mi madre que lava y lava sin lograr
desteñir el sol, me miro pasando los treinta, avergonzando a
Caicedo, ofreciéndole un mango a Janis que yace en el piso de mi
cuarto leyendo al Rey Lagarto:
“Me puedo hacer invisible o
pequeño.
Puedo hacer gigantescas y alcanzar las
cosas más lejanas. Puedo cambiar
el curso de la naturaleza.
Puedo situarme en cualquier lugar
en el espacio o en el tiempo.
Puedo invocar a los muertos.
Puedo percibir sucesos de otros mundos,
en lo más profundo de mi mente
y en la mente de los demás.
Yo puedo.
Yo soy”.
Puedo hacer gigantescas y alcanzar las
cosas más lejanas. Puedo cambiar
el curso de la naturaleza.
Puedo situarme en cualquier lugar
en el espacio o en el tiempo.
Puedo invocar a los muertos.
Puedo percibir sucesos de otros mundos,
en lo más profundo de mi mente
y en la mente de los demás.
Yo puedo.
Yo soy”.
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