martes, 19 de enero de 2016

Gastronauta 69: Sindicalista




Los nadies: los hijos de nadie,
los dueños de nada.
Los nadies: los ningunos, los ninguneados,
corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos,
rejodidos:
Que no son, aunque sean.
Eduardo Galeano

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Al norte le queda un café con leche, melao.
Al sur, una empanada de cazón que chorrea aceite todavía hirviente.
Las manos se las lleva vacías.
Cayó en un descuido del sol.
Eran las seis y treinta de un día veintiséis, y cuatro balas apuraron la niebla.
El mayor de sus cinco hijos, todavía con el uniforme de béisbol sudado, lo recibió en los brazos como La Piedad. Tiene trece años, no supo cómo detener la sangre.
Él sonríe. Se fue.

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Luis Enrique nunca se acomodó en la panza. A Silvana la hicieron parirlo aun cuando venía de pie.
La doctora le pedía que no pujara, que se contuviera porque podía morir asfixiado, y las que hemos parido sabemos que cuando la ola de una contracción crece, no hay muelle que se sostenga.
Pero, ella pudo.
La médica le introdujo los dos brazos, lo jaló hasta que dio con los hombros y se lo trajo a las manos del dolor más intenso que había sentido... hasta que se hizo de noche todo el día.
Su hijo le vuelve a doler como cuando vino, ahora que se va... ya no estuvo el tío Félix para salvarlo de que se arrojara del techo cuando se creyó superman.
Ha caído de pie y las lágrimas de Silvana dan con sus primeros pasos... "ay, mi niño... ay, qué dolor".
Luis Enrique nunca se acomodó en la panza.

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Fue un desenfadado.
Hizo y deshizo con la facilidad que tenía de mover los hombros.
Rajó el viento con una navaja y siguió su propio camino, a la pólvora.
Malditamente escrito.
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¿Cómo puede vivir una madre que ha perdido a su hijo?
¿Qué se le dice a una madre a la que le arrancan un pedazo del pecho?
Silvana se ha convertido en una hoja en blanco tirada por la brisa, a la que nadie puede coger, porque en su temblor -provisto de ausencia- es más un remolino que se agita en las esquinas.
Y ella no quiere y no puede compartir su dolor. Fue suyo como cuando llegó.

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Las mafias formadas en torno al sector construcción, que han dado en llamar “sindicatos”, se cobran la vida de centenares de jóvenes en toda Venezuela.
El modus operandi, en el que prevalece el cobro de la “vacuna”, la extorsión y el contrabando de materiales, se vale de la violencia más atroz para perpetrar sus crímenes. Las rencillas entre las bandas, por el control de cupos en diferentes obras, es la cabeza del iceberg. Los obreros deben pagar una cuota de su salario, semanalmente al “benefactor”, “dueño” del “sindicato”.
En ésa pirámide, caen todos los días miembros de éste o aquel “sindicato” en manos de sicarios.
A esta realidad, donde se le roza con el dedo, brota pus.

Recientemente, el Gobierno nacional anunció el objetivo de construir durante el año que comienza la cantidad de quinientas mil viviendas más (sumadas al millón entregadas hasta finales de 2015).
Desde hace algunos años, el ejecutivo se ha convertido en el sector con más obras (habitacionales) en el país. El escollo radica en que contrata el servicio privado (en la mayoría de los casos) para llevar a cabo los proyectos, y pierde el control de la cadena de ejecución.
Cosa que no exculpa la inacción del Estado en pleno, ante las denuncias de sicariato, y el amedrentamiento de las nuevas bandas.

En este sentido, urge la revisión de la sociedad de cómplices que permiten que se teja la urdimbre ésa de cabillas y cementos, que le sirve de fosa a la sociedad: donde van a parar los pendejos de siempre matándose entre sí, mientras los que tienen se hacen de más, y los que no, sueñan con salir de pobres.
De sindicalistas, nada, nadie.

Los nadie...

Que no son seres humanos,
sino recursos humanos.
Que no tienen cara, sino brazos.
Que no tienen nombre, sino número.
Que no figuran en la historia universal,
sino en la crónica roja de la prensa local.
Los nadies,
que cuestan menos
que la bala que los mata.



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