Los
nadies: los hijos de nadie,
los dueños de nada.
Los nadies: los ningunos, los ninguneados,
corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos,
rejodidos:
Que no son, aunque sean.
los dueños de nada.
Los nadies: los ningunos, los ninguneados,
corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos,
rejodidos:
Que no son, aunque sean.
Eduardo
Galeano
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Al norte le queda un
café con leche, melao.
Al sur, una empanada de
cazón que chorrea aceite todavía hirviente.
Las manos se las lleva
vacías.
Cayó en un descuido
del sol.
Eran las seis y treinta
de un día veintiséis, y cuatro balas apuraron la niebla.
El mayor de sus cinco
hijos, todavía con el uniforme de béisbol sudado, lo recibió en
los brazos como La Piedad. Tiene trece años, no supo cómo detener
la sangre.
Él sonríe. Se fue.
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Luis Enrique nunca se
acomodó en la panza. A Silvana la hicieron parirlo aun cuando venía
de pie.
La doctora le pedía que no pujara, que se contuviera porque podía morir asfixiado, y las que hemos parido sabemos que cuando la ola de una contracción crece, no hay muelle que se sostenga.
La doctora le pedía que no pujara, que se contuviera porque podía morir asfixiado, y las que hemos parido sabemos que cuando la ola de una contracción crece, no hay muelle que se sostenga.
Pero, ella pudo.
La médica le introdujo los dos brazos, lo jaló hasta que dio con los hombros y se lo trajo a las manos del dolor más intenso que había sentido... hasta que se hizo de noche todo el día.
Su hijo le vuelve a doler como cuando vino, ahora que se va... ya no estuvo el tío Félix para salvarlo de que se arrojara del techo cuando se creyó superman.
Ha caído de pie y las lágrimas de Silvana dan con sus primeros pasos... "ay, mi niño... ay, qué dolor".
Luis Enrique nunca se acomodó en la panza.
La médica le introdujo los dos brazos, lo jaló hasta que dio con los hombros y se lo trajo a las manos del dolor más intenso que había sentido... hasta que se hizo de noche todo el día.
Su hijo le vuelve a doler como cuando vino, ahora que se va... ya no estuvo el tío Félix para salvarlo de que se arrojara del techo cuando se creyó superman.
Ha caído de pie y las lágrimas de Silvana dan con sus primeros pasos... "ay, mi niño... ay, qué dolor".
Luis Enrique nunca se acomodó en la panza.
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Fue un desenfadado.
Hizo y deshizo con la
facilidad que tenía de mover los hombros.
Rajó el viento con una
navaja y siguió su propio camino, a la pólvora.
Malditamente escrito.
¿Cómo puede vivir una
madre que ha perdido a su hijo?
¿Qué se le dice a una
madre a la que le arrancan un pedazo del pecho?
Silvana se ha
convertido en una hoja en blanco tirada por la brisa, a la que nadie
puede coger, porque en su temblor -provisto de ausencia- es más un
remolino que se agita en las esquinas.
Y ella no quiere y no
puede compartir su dolor. Fue suyo como cuando llegó.
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Las mafias formadas en
torno al sector construcción, que han dado en llamar “sindicatos”,
se cobran la vida de centenares de jóvenes en toda Venezuela.
El modus operandi, en
el que prevalece el cobro de la “vacuna”, la extorsión y el
contrabando de materiales, se vale de la violencia más atroz para
perpetrar sus crímenes. Las rencillas entre las bandas, por el
control de cupos en diferentes obras, es la cabeza del iceberg. Los
obreros deben pagar una cuota de su salario, semanalmente al
“benefactor”, “dueño” del “sindicato”.
En ésa pirámide, caen
todos los días miembros de éste o aquel “sindicato” en manos de
sicarios.
A esta realidad, donde
se le roza con el dedo, brota pus.
Recientemente, el
Gobierno nacional anunció el objetivo de construir durante el año
que comienza la cantidad de quinientas mil viviendas más (sumadas al
millón entregadas hasta finales de 2015).
Desde hace algunos
años, el ejecutivo se ha convertido en el sector con más obras
(habitacionales) en el país. El escollo radica en que contrata el
servicio privado (en la mayoría de los casos) para llevar a cabo los
proyectos, y pierde el control de la cadena de ejecución.
Cosa que no exculpa la
inacción del Estado en pleno, ante las denuncias de sicariato, y el
amedrentamiento de las nuevas bandas.
En este sentido, urge
la revisión de la sociedad de cómplices que permiten que se teja la
urdimbre ésa de cabillas y cementos, que le sirve de fosa a la
sociedad: donde van a parar los pendejos de siempre matándose entre
sí, mientras los que tienen se hacen de más, y los que no, sueñan
con salir de pobres.
De sindicalistas, nada,
nadie.
Los
nadie...
Que no
son seres humanos,
sino
recursos humanos.
Que no tienen cara, sino brazos.
Que no tienen nombre, sino número.
Que no figuran en la historia universal,
sino en la crónica roja de la prensa local.
Los nadies,
que cuestan menos
que la bala que los mata.
Que no tienen cara, sino brazos.
Que no tienen nombre, sino número.
Que no figuran en la historia universal,
sino en la crónica roja de la prensa local.
Los nadies,
que cuestan menos
que la bala que los mata.
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