martes, 26 de enero de 2016

Desclasificado

 
Le tengo miedo a las películas sobre extraterrestres. De hecho nunca le tuve miedo ni al coco, ni a la sayona y esas vainas. Cuando temí, les puse cara de marciano. 
Me faltaba el aire. Se me desmayaban las piernas. Un calorcito se me enfriaba en la boca del estómago.

También me joden las tres primeras letras de marciano, el mar ¿Habrán otros animales que se parezcan más a los extraterrestres, que los marinos?

Mi papá fue marinero. Y aprendió a nadar con el viejo método aquel: lo echaban en mar abierto y él veía si aprendía a respirar, o no. Afortunadamente sobrevivió.
Él aplicó conmigo la misma. Me jaló de un pie y me dejó allí, tragando sal aguada. Pero, yo no aprendí a sobrevivir. A mí me tuvo que prestar sus brazadas. Y cada vez que nos llevaba al puerto, que eran muchas, me dejaba a la intemperie para contemplar mi fracaso.

De grande, me iba sola a la Guaira. Me escapa de la Universidad, me llevaba un libro y una playa era para mí y un par de palabras a las que desnudaba y remojaba en la orilla.
Yo, aprendí a ahogarme.
Y poco a poco a curtir éste blanco leche fosforescente que me heredó mi madre.
A amar a lo que temo.

Un día, el señor que cuidaba ésa margen, se me acerca y me dice que había un alienígena por ahí que esperaba sopetearme, como la mosca a la sopa.
Y no era con él que yo quería hundirme.
Así que, cogí mis cachachás y fui a morirme a otra ribera.

Soy más del tipo masoquista. Cambié de sofoque: me senté con mi viejo a mirar Los Expedientes Secretos. Me hacía de una aleta de mi padre y pataleaba por mi vida en cada escena en la que parecía asomarse un bichito de esos.

Anoche, me tiré en la arena, dejé que el caribe se llevara a Clarice, y me sumergí en los miedos de trece años ha: impaciente porque el mundo se acabe, y boquiabierta me lo trague.
Ni Mulder, ni Scully me pueden salvar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario