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PERDIMOS
Casi a las 12 de la medianoche de ayer, unos tiros
que impactaron muy cerca nos despertaron. Ernesto y yo nos lanzamos al
piso. Él con un niña, yo con otra. Mamá que está en casa, se vino al
cuarto. Nos asomamos por la ventana, por una rendijita, y en lo que
echamos el ojo, tres disparos más nos obligaron a volver abajo. Ernesto
vio los chispazos en el apartamento de planta baja. Poco antes de aquel
ruido, una mujer había gritado una grosería. Después un hombre.
Un
auto permanecía detenido, encendido, a las puertas de la residencia.
Ernesto, mi madre y yo nos imaginábamos qué pasaba. El vigilante salió,
dio un par de vueltas. Incluso, pensamos en llamar a la policía. Pero
todo permanecía en silencio. Ningún vecino se asomó. Nadie dijo nada.
¿Y, si era otro femicidio? ¿Y si el carro que permanecía abajo sólo
esperaba que aquella mujer (la de la grosería) saliera para llevársela
de aquello y los tiros no la dejaron salir?
Estuvimos despiertos
hasta que de aquel misterioso auto estacionado, bajó una chica y entró
corriendo. No hubo más acontecimientos.
Mamá se fue a su cuarto.
Ernesto y yo quedamos en el nuestro, asustados, haciendo toda suerte de
planes para dejar de asistir al miedo. Nos abrazamos a nuestras pequeñas
y hubo un momentos en que nos quedamos dormidos.
Esta mañana,
cuando bajamos, y le preguntamos al señor que cuida la entrada y salida
del edificio, por aquellos detonantes, nos dijo que era una gente que
celebraba el triunfo de Los Tigres de Aragua, con “unos poquitos
fosforitos”.
Nos miramos, y nos cagamos de risa. Y lo único que atinamos a decir fue: “perdimos”.
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