miércoles, 27 de mayo de 2015

Mujerícola 2: Boca de visita



Al Lewis Carrol venezolano se le volaron los tapones (en su lugar, colocaron unos cartones).
Lanzó por la madriguera a un conejillo con autismo y a su madre detrás del posible salvamento.
Todavía no vuelven.
Se dice que el té del sombrerero es más adictivo que el excremento del diablo y que han de estar enredados en el charco de lágrimas, del que no se vuelve cuerdo.
No hay foto de la Alicia, ni del hijo “¿Y de qué sirve un libro sin dibujos, ni diálogos?”.
Las paredes de la “boca de visita” no tenían vadémecum, opúsculo, tampoco frascos de mermeladas, pero el hoyo, parece sin fin.
Mientras caía, la madre imaginaba que cruzaba hacia la maravilla, tomada de la mano de su hijo. En el trayecto le apretaba, y él hablaba más y con mayor claridad, de vez en cuando sacaba de su chaleco el reloj... ya no tenían apuros en el aquí y en el ahora, seguía siendo su hijo y ella su madre.

martes, 26 de mayo de 2015

Gastronauta 36: Plantae


Algunos seres humanos somos más del reino vegetal.
En realidad, sin las plantas, la evolución no pudiera haberse ejecutado. Es algo así como que los árboles llevan en sus hombros buena parte de la responsabilidad de que podamos caminar, porque por y a través de ellos salimos del agua, su desintegración y solidificación logró los continentes y constituyen el escudo contra las espadas que nos hincan más allá de la atmósfera. Las plantas además nos alimentan incluso desde que éramos una célula flotando en la puritica agua que era la tierra. El mejor remedio, fuente para el cobijo al constituir materia prima para casas autosustentables, casas vivas, sus hojas nutren el histórico medio de comunicación: el papel.
Son también la principal fuente de energía, porque casi toda la necesaria para la vida en el planeta es producida mediante la fotosíntesis a partir de la luz del sol. Entonces pues ¿cómo es posible tanto descuido en contra del florecimiento y la conservación de los verdes, sin que se explique como un suicidio colectivo? Hay quienes hablan de que vivimos la sexta extinción masiva, producto del paso del homínido, un paso más feroz que el peor de los meteoritos.

jueves, 21 de mayo de 2015

Mujerícola 1: Barco


Mi abuela me enseñó que para que un malsueño no se cumpla, una debe -al ponerse en pie de la cama- escupir en la papelera y contarlo, para anclarlo.
Hice lo primero. Voy por lo segundo:
Mi madre se lleva las manos a la cabeza después de invocar al cielo. Hace más de un mes que nos echamos al agua mis hermanos, ella y yo. Hemos tragado la sal de un barco herido. Hoy, he perdido a mi hermano mayor. Quedó en el camino de un hacha altanera. Yo me acurruqué con las ratas, rogando no ser vista. Peleaban por una gota de agua. Apreté los ojos hasta conseguir en esta marea oscura la sonrisa extraviada de mi madre. Siempre huimos. Pero esta vez era la última. Tengo más miedo que hambre. Ya no me importa morir, sino cómo. Temo que me coman las ratas. El sonido de los helicópteros me despabila. Arrojan redes sobre nosotros. El chico de al lado llora y casi no se escucha su quejido. Quiere un sorbo. Yo grito por él y en lo que me alzo puedo ver tendida a mi madre, de su teta mi hermano más pequeño. Corro, me tropiezo con un cuerpo roto, tirado en el camino. Caigo. La sangre de otros me envuelven. Es más largo el camino a mi madre que todos estos días flotando en la nada. Un paso antes de encontrarme en casa, bajo su piel, una luz me atraviesa y vuelvo a la calma, una ola baña a lo que sea que me he convertido y el sol apacigua el frío.
Es la matrioska de un sueño. Uno dentro del otro.
Y me es imposible dormir tranquila cuando conozco el infierno.
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martes, 19 de mayo de 2015

Gastronauta 35: Tetada



A mi amigo Franco que nos visita desde Argentina, siempre le chocó, le choca, encontrarse con esos maniquíes que tienen más tetas que ropa. Un pedazo de plástico, que en Venezuela imita a la realidad: la masificación de los implantes mamarios como consecuencia de una idea de belleza impuesta desde las redes del bisturí. Así la publicidad, aliada del sistema, inunda las calles con imágenes de la redondez “perfecta” ¿La culpa? Siempre es de la mujer, por no tener, por tener demasiado, por tapar, por exhibir. (1)
Lo que parece una verdad es que un par con silicón no agrede a nadie. En cambio, una madre que amamanta levanta las más insospechadas conductas.
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Una vez, el chofer de camionetica ofreció dejar caer sobre mí su pañito de secarse el sudor, para que me tapara mientras amamantaba a Pola. “La teta del pueblo, pues”, llegó a proferir.
A Circe, una mujer la detuvo en el metro para preguntarle si le gustaba “que le chuparan las tetas en público”.

domingo, 10 de mayo de 2015

Gastronauta 34: El canto de la chicharra



Mi abuela nos llevaba todas las semanas a casa del viejo Ricardo, en la montaña. Nos repartía un palito, como bastón, a cada uno, y guiaba cada paso hasta el ermitaño. Frente a su cueva, un río hería la roca, y mientras ellos conversaban nosotros refrescábamos el camino en nuestros pies, para después calentarnos en un claro.
Algunas piedras estaban marcadas con pintura roja. Desde allí, había partido algunas cabezas el viento que se colaba entre los delgados árboles.
Para llegar, despertábamos los gallos, y debíamos pasar algunas lagunas.
“En ésta murió éste”, contaba uno. “En aquella murió aquel”, decía el otro. Era costumbre formar lagunas lodosas cercanas al riachuelo y desobedientes algunos se escapaban de sus madres. La altanería se la cobraba la parca. El calor casi era obligante.
A papá una vez, en Mume -la elevación de al lado-, un encanto lo tragó. Su hermano mayor lo jaló y pudo sacarlo. Pero hubo quien no corriera con la suerte de unos buenos brazos y desapareció en los pozos de la indescifrable sierra.
Nos preguntábamos si los niños alimentaban las formaciones de agua del cerro.
Siempre hizo mucho calor y todo cuerpo llovía a pesar de que nuestro primer cielo lo formaban nubes de hojas. Entonces si o sí viajábamos con nuestro lago encima alrededor del tiempo.
Un día llegó el dueño y parceló la montaña. Se acabaron los cuentos, también los árboles. Ninguna cigarra entonó.

Gastronauta 33: Postales de la malaeducación





"Me maltratan bien".

-Amelia, 3 años. Sobre la escuela.



I

Mi madre es maestra. Le pregunté si yo podía educar a Pola en casa y “titularla”. Me explicó que debo hacer una serie de trámites, pero que esa figura de “educación en casa” no es usual en Venezuela.

-¿Y cuándo vas a vivir? Me preguntó.



II

Mientras comemos en uno de esos centros comerciales que rodean el cemento, una megapantalla anuncia a una de esas guarderías de ahora: “Cuidamos de sus hijos. Desde las 6:00 hasta las 8:30 PM, los 365 días del año, desde baby-sister, hasta maternal”.

Pero ¿cuándo es que son tus hijos?



III

De pequeña, mi maestra nos pedía “hacer un dibujo libre, de una casa”.

miércoles, 6 de mayo de 2015

La ciudad produce sus alimentos

Séptima Feria conuquera en el Parque


Los primeros sábados de mes, el Parque Los Caobos ha sido sede de siete ferias conuqueras, hasta entonces. El encuentro ha permitido el expendio de alimentos libres de procesos químicos, el rescate e intercambio de semillas y plantas medicinales, alternativas para la prevención y sanación de afecciones, pero sobre todo la articulación de colectivos que trabajan la tierra y la vuelta a la raíz, en la ciudad.
Entre las diversas organizaciones, e individualidades se La Campaña Venezuela Libra de Transgénicos, el Organopónico Bolívar 1, los colectivos Autana Tepuy, Colectivo Agropolítico Abya Yala, Montaráz, Ecologarte, La Minka, Diversidad, Territorio Caribe, Ateneo Popular, Senderos, Lombriz Roja Urbana, Hierbas ancestrales, Tierra hogar, la red de productores de La Vega, La Pastora y La Limonera (Baruta), Sabiduría lunar, Lactarte, y Centro madre, entre otros. Asimismo, participa la Escuela Venezolana de Alimentación y Nutrición (EVAN).
“Estamos en la construcción de un modelo autogestionado, con apoyos puntuales de instituciones del Estado, pero que apunta al empoderamiento popular”, explica Alfredo Miranda, voz de la Campaña Venezuela Libre de Transgénicos y del Organopónico Bolívar 1, ubicado en Bellas Artes.
Después de que el presidente Nicolás Maduro llamara a la siembra, las diversas organizaciones que se reúnen alrededor de esta actividad encuentran en sus iniciativas el interés del común para la distribución de sus alimentos y productos, derivados del esfuerzo por lograr el ecosocialismo.
En plena guerra económica se ha hecho evidente la necesidad de volver a la producción nacional, a eso que Hugo Chávez llamó economía comunal, un trato directo entre productores y consumidores, en el que la plusvalía no queda en manos del intermediario, dueños de abastos, supermercados, o transformadores de la materia prima. Lo que permite realmente el precio justo, “porque el objetivo de esta nueva forma de producción no es hacer dinero, sino alimentar saludablemente al pueblo”.
Roraima Ramos, miembro del colectivo Diversidad y productora de Esquina El Conuco, pequeño vivero de plantas ornamentales y alimenticias, ubicado en Maripérez, define a la Feria como una “respuesta al bloqueo y situaciones de dependencia que experimentamos en la ciudad”.
Además explica cuáles son las premisas en las que se sustenta esta iniciativa:
1- Promover y distribuir productos agroecológicos y orgánicos, libre(s) de transgénicos y agrotóxicos, que fomentan y construyen la soberanía alimentaria.
3- Llevar los productos directamente del productor al consumidor, para simplificar las cadenas de distribución, es decir, sin intermediarios, y en este sentido reducir los costos.
3- Transformar la figura de consumidor a prosumidores, y así, ser participantes en la producción de sus alimentos.
Para Miranda, “no se trata de traer el conuco a la ciudad, sino que sean los conucos de la propia ciudad los que produzcan sus alimentos. Y activar así la agricultura urbana para lograr la soberanía alimentaria y derrotar la guerra económica”.
“La idea es multiplicar la experiencia”, concluye Ramos. La próxima Feria conuquera será el sábado 6 de junio ¡Llégate, apoya y se parte de la verdadera revolución!
DsdLaPlaza / Indira Carpio Olivo

Crónicas en dos ruedas


I
En esta plaza existen dos tipos de motorizados.
Uno. Los que montan una Harley y que en caravana constituyen un espectáculo para la media clase.
Y dos. Los que montan una Empire y que en caravana constituyen una amenaza, los círculos del terror.
Porque catire más motor gringo: es cultura, y moreno más Jaguar: es chavismo.
Simple ecuación.
Un muchacho del barrio se atrevió a cruzar al Este de Caracas y llevarse un retrovisor ajeno le costó la vida. Su parrillero habría quedado herido de muerte también. (1)
Luto selectivo.
Para la comunidad virtual (el microcosmos de mucho sinoficio) este fue un acto de heroísmo. Si el muerto hubiese sido de los “meiríademasiado” la noticia se hiciera viral, se tradujera en todos los idiomas en los que nos habla la opinión pública y algunas descargas de arrechera hubiesen nublado Chacao, habitada por las guayas degolladoras. Pero como fue del barrio, el asesinato fue cargado en hombros.

II
Cuando mi amigo argentino Franco visitó Venezuela por primera vez, se quedó en casa. Vivíamos en Sabana Grande. Subió al Ávila, bailó en El Maní (bueno, trató), nos montamos en el teleférico hasta San Agustín adentro para amanecer los tambores, madrugamos una Ruta nocturna, bajamos a La Güaira. Y por supuesto, vio su vida pasarle por el frente en un segundo, al acudir a un mototaxi.
“No, Che. Más nunca”.
Jamás lo robaron, tampoco fue víctima de secuestro, violación, o robo de órganos, como le prometió una encopetada en el avión; no. Pero sí se hizo parrillero de un mototaxista ¡Extremo!
Muchos se atragantan, no se comen no, se atragantan las luces de los semáforos. Suben aceras, no llevan cascos, ni demás periquitos para su protección y la de los pasajeros y podrían ser campeones en competencias de piruetas. Circulan por el canal rápido, porque sí, es que son imprudentemente raudos.
Alguna vez casi me raspo la rodilla derecha, al tomar una curva. Pero no pasó, porque andaba con la reencarnación de Johnny Cecotto. “Agárrate fuerte”, me dijo un segundo antes de alzarnos en caballito. “Báaaaaaaaajame”, alcancé a sollozar.
A mi amigo Pedro, uno le ofreció servicios varios entre los que incluía “el sicariato”. Mientras que con mi compañero, uno fue capaz de arrancarle el reloj a un señor que reposaba su brazo en la ventana de su carro, en tremenda cola “porque no es que yo sea choro, sino que el tipo es burda e' boleta”.
Pero también está el que sacó a mi amiga embarazada, junto a sus dos bebés de en medio de una guarimba. O el que me iba a buscar a casa a las cuatro de la madrugada para alcanzarme hasta universidad.
Hace poco, fue noticia (en el absurdo en el que se ha convertido la noticia hoy día) la piñata con formas de un mototaxista, para que usted le caiga a palos.
Antes fueron una alternativa (por el tráfico impenetrable de Caracas y por el costo, en comparación al taxi, siempre más económico). Ya no lo son tanto. En estos días, pregunté a uno que en cuánto me llevaba de Plaza Venezuela a la Plaza Bolívar, unos seis kilómetros más o menos, y me salió con que “en 400”. Me reí en su cara cuando explicó que “el dólar subió” y cogí metro.
Hay de todo en la villa del motor.

III
Subiendo de Caracas por la Panamericana, en una moto se desplaza una familia, papá al manubrio, mamá de parrillera y al medio una bebé un poco más pequeña que mi hija mayor. En los brazos de la mujer la otra nena, como de la edad de Manuela, mi bebé más pequeña, de pocos meses de nacida.
Al verlos, hago como mi madre cuando salgo de casa. Ella me bendice y me echa al saco un montón de santos que me cuidan por el camino. Yo, arrugado el corazón, le pido a mis ancestros, a la naturaleza, a la vida misma, más vida para los cuatro, porque no creo que una madre quiera exponer a sus hijas, porque sé que se mueven de esa manera por necesidad.
Al contrario de la mayoría, no la juzgo, sino que la acompaño; no porque yo sea mejor que el resto o la Sor Juana Inés, no, sino y porque sé lo que significa ser señalada, como si en mis manos descansara la culpa de habitar la pobreza.
A la mitad del camino, del otro lado de la vía, dos motorizados rodaron. Sentí como la señora apretaba los ojos, y con ello a su par de muchachitas.
Quise que me mirara, y reposara en mí, pero no la alcancé. Éste estacionamiento en plena autopista que es la clase media baja nos separa, a pesar de que transitamos el mismo viaje.
Qué fácil es sentenciarla desde el asiento del autito.

IV
Nos persigue una sirena, abre paso de lado y lado. Una especie de robocop de gomaespuma, forrado de poliéster negro, me nubla la ventana por un instante. Detiene el tráfico, justo frente nuestro y hace más seña que Marcel Marceau. En la cintura, un arma. Al descubrir los lentes se deja ver una carae'perro que sólo mediosonríe cuando su objetivo logra abrirse camino: “25, raya, uno” le susurra a su radiotransmisor.
Éste espécimen abunda en la Caracas de los poderes públicos. Escoltas, le llaman. Acompañan al teléfono corporativo, y al “camionetismo” de los funcionarios de hoy. Porque el que menos puja, puja una Vestrom.
Al creer que serán víctimas de algún atentando, atentan primero ellos.
Como a los uniformados (policías y GNB) es fácil encontrarlos en medio de los bulevares, incumpliendo la norma esa que dice que está prohibido el tránsito de motos en esos lugares. Lo mismo que es común observar como joden el paso en las ciclovías. Y no, no pasa nada, porque ellos (si, en masculino: ellos) son la autoridad.

V
Fui motorizada. Ocurrió que me lancé a la Libertador a conducir por primera vez, y me encontré justo a un conductor que iniciaba también el manejo de su camioneta.
Sin fijarse, me bombeó de un sólo golpe sobre el capó de un carro estacionado junto a nosotros.
De inmediato una tribu de motorizados me rodearon a mí y al novato. Me alzaron, me observaron, me dijeron que debía decir si se acercaba un fiscal de tránsito y hasta me trajeron agua.
Al muchacho del auto que me chocó lo hicieron bajar, lo pegaron contra la puerta, lo amenazaron, lo asustaron. No querían irse y dejarme tirada, no. Tampoco llegó autoridad alguna. Y gracias a la Santa Virgen de la carretera (con pinta de travesti) no ocurrió más nada.
Es bien conocido en la calle que la comunidad de las dos ruedas es como la uña y la mugre.

Una semana después, fui arrollada tres veces por diferentes motorizados. La última, quedé inconciente, porque justo padecía de un cólico nefrítico (dolor agudo producto de cálculos en los riñones) y el golpe fue en la zona lumbar. Cuando recuperé el aliento, otro motorizado me había llevado al Clínico Universitario.
“Te dejo acá, mamita, porque no quiero güiro”, me dijo al bajarme. Yo me incorporé y me fui a donde debía, al trabajo. Tomé un mototaxi para la diligencia.

Para DesdeLaPlaza / Indira Carpio Olivo

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Gastronauta 32: Pájaro suicida


Sentada del lado de afuera de la puerta, reposa la tarde.
Frente a ella danzan las ramas de los árboles.
El viento canta.
Se descalza y devuelve los pies a la tierra. Enraíza. Y llovizna y las gotas de a poco engordan hasta convertirse en mangos. Supo entonces que los mangos eran lágrimas del sol.
Y cuánto dura un mango.
Los hay regados, manchando con trementina los vestidos, resbalando el equilibrio. Y si no acude a tiempo, el mango es una mácula para siempre.
Cuánto dura.
Tantas temporadas en el año.
El amor es un mango.
Uno blanco y desnutrido, halado por un hilo verde que pretende el cielo, y un par de hojas ácidas cocidas para adelgazar el golpe.
El amor es un mango verde, adobado con sal, hilacha que se queda entredientes, el amor es de bocado, cortito, injerto, bajito.
Cuánto.
El amor rodea la casa de mi madre y sus raíces revientan las paredes de mi cuarto. Al amor lo cortaron y volvió de a cogollo reverenciando la luz.
Se esconde entre las trinitarias y lo puya el limón. Se pelea con el aguacate y su semilla impertinente crece sin permiso.
En la República del mango una anda por la sombrita, remojando los ojos en el oro de su jugo.
Así, un crepúsculo larense, el cielo de la boca, una teta vegetal.
A veces asa, el mango es una casa por la que se cuela el llanto, con ventanas dispuestas al vuelo.
Es un pájaro de sangre verde, es un pájaro suicida.

Receta de dulce de mango de mi abuela
Escoja los mangos maduritos. Después de pelarlos, póngalos a hervir en agua y papelón. Agrégueles clavitos de olor y unas (poquitas) ramitas de canela.
Recuerde que son dos vasos de agua por uno de papelón. Y hay quien les pone un toque de pimienta.
No es jalea, por lo que el mango se cocina con todo y pepa. Cuando burbujea, baje la llama y espere a que espese, según sea su gusto.
Para servir, escoja un bonito platito, coloca el mango cocido, baña con el papelón y corona con unas hojitas de hierbabuena.

El heredero de esta receta en mi familia es un amante de los fogones. Su esposa dice que lo hicieron mientras le daban paleta a algún guiso. Nuestro guiño, cuando la tristeza nos merodea, es una palangana de dulce de mango.
Recientemente fue diagnosticado con diabetes. Así que este caramelo lo probamos cuando queremos deshojar las plumas.

Gastronauta 31: Guerra de comida



Tortazo que lo derriba. Abajo. Se cubre el rostro para alzar su plato contra la cara del otro, que le responde con una espaguetada sobre la cabeza. Aquel no se detiene. Le derrama el jugo contra el pecho. Éste le espatilla los huevos. Vuelan las frutas y el agua empatuca toda aquello.

La mesa está hecha un asco. Pero “en la mesa no se habla”, recuerdan a sus madres. “No hablen con la boca llena”, rematan. Les tiembla una mueca en la cara, uno ríe, el otro llora.

En medio, la barricada es una cola que se edifica con los estómagos ajenos al combate. La comida no es armamento, es alimento. Pero en Venezuela forma parte del arsenal de la Guerra económica.
Las bajas, como de costumbre, no se producen entre quienes se caen a pastelazos. No. Tampoco bajan los costes, porque en este país una vez que un bien, o servicio, llega a determinado punto, más nunca echa pa' atrás, y la libertad sólo la gozan los precios ¡Vulgar economía de mercado!

Aquí lo que cae al suelo es la cartera, el monedero, el sueldo, el Bolívar. En el desangre, no hay mucha elección, o te inventas tigritos, o comes mal. O siembras, o siembras.
Porque en la economía de muelle (importación) que sufrimos, cada vez producimos menos, es decir dependemos más; los dueños de abastos y supermercados contemplan en sus estructuras de costos el pago de multas por usura; cada quien vende o revende al precio que les da la regalada gana y se ríen en la cara de eso que llaman “precio justo”. Dejamos en manos de “la autoridad”, llámese Estado, la garantía de nuestra papa y en las garras del comerciante los cobres.

Lamentablemente, eso que llamamos solidaridad, colectivismo, cooperativismo, muere cuando priva la necesidad individual. Y, en vez de boicotear al bachaquero, acudimos a él, a ella, cuando se acaba la harina de maíz. La pagamos al precio que sea, porque la necesitamos en el “patuque” mental.
No aprovechamos la crisis para volver a la raíz, para sanear la cabeza y el cuerpo, también el espíritu. No. Al contrario, nos volvemos más viles y podemos empujarnos, insultarnos, magullarnos, por un desodorante.
Porque sí, es que para el común el hedor se quita con una bolita olorosa ¡Pues es hora de que nos enteremos: el egoísmo apesta y no es suficiente la fórmula del mejor perfume para aliviarle! Porque la cosa no se resuelve tapando tufitos, ni con cartitas de Mendoza, o con cuñas cursis de Escotet. Menos con listicas de productos a precio justo incumplidos, que ocultan una liberación voraz de esos precios.

Y sí, antes no teníamos cómo comprar y había qué, por eso llegamos a reclamar (“saquear”) lo nuestro. Con Chávez pudimos, porque teníamos el cómo y el qué (a pesar de los saboteos). Hoy ni cómo, ni qué. Porque lo oculten, porque el dólar paralelo, porque bajó el precio del petróleo, porque el subsidio, porque invitar a la siembra es un insulto, porque el progreso y tal, porque la viveza tiene todos los terminales de cédula, porque...

En esta mesa, una pata cojea y es la nuestra, con ella se nos viene todo encima. No podemos esperar que el lobo (el empresario) no se coma a caperucita, porque quien más bebe más sed tiene, o que el leñador (el Estado) no haga fiesta de nuestro árbol caído, tampoco que el bosque (el contexto ese al que llaman economía) mejore. No nos hagamos los inocentes, que aunque este sistema está hecho mierda y no nos creemos capaces de transformarlo en el hogar de nuestro cuerpo, no somos víctimas.
La madre(naturaleza) tendrá que halarle por las greñas a uno y a otro, o la abuelita(historia), esa que suicidó a Allende, debe llamar a capítulo a los colmillos , porque el tiempo es implacable y de la mano a la boca, se pierde la sopa.

Gastronauta 30: Eva también caga





...”pronta en la ira, lo que le falta de fuerza en las manos, lo tiene de veneno en la lengua”...
Descripción de la mujer, por el censor del Santo Oficio F. Garau.

Después de llevar a Pola y a mis tres sobrinos a la heladería, fuimos a sudar las barquillas a la plaza.
Alrededor de sus jardineras aprendí yo a caminar, bajo sus jabillos mi primer raspón.
Ahora, enseño a Manuela y a Pola a pisar los pasos y a querer mi historia, la suya.
Pero en la poesía de las cosas, los hijos muchas veces se cagan.
Mi hija mayor es una dulce insumisa. Y fue así como no detuvo su digestión sin importarle verso alguno.
En este país escasean los baños públicos, y enfrente nuestro sólo reposa la imponente construcción amarilla de la Iglesia de mi pueblo (a la que ella llama castillo).
No entraba desde mi comunión. No me importó. Decidí sentarme en la antepenúltima banca del ala derecha, paralelas a Nuestra Señora del Rosario.
Pola estaba anonadada por "las muñecas, mami". Aproveché su asombro para desabrochar, bajar el cierre y las mangas del pantalón. Antes, acomodé el pañal de repuesto, las toallitas y la crema para hacer expedito el trance.
Una vez empezada la limpieza, se me acerca un señor, al que miro de reojo, porque sino me lleno de la gracia non divina de mi hija.

-Señora, usted no respeta.
-Por qué- le interpelo yo, sin mediar mirada.
-Que está en la casa del señor.
-Ajá, y qué...
-Que esto no es cambiadero.
-¿Y es que acaso Jesús no cagó, y ésta de al lado (María) no le limpió el culo? ¿O desde entonces El Mesías anda cagado, y ustedes en su nombre cagando a los demás?

Eso mientras limpiaba los restos y ponía la cremita y pensaba en el estreñimiento y su relación con la infelicidad. Ahí mismo subí la mirada y me percaté de que, como el viejo guardián del templo, algunos otros me reprochaban con la mirada. Transcurría una misa.
Me arreché.

Alcé un poco la voz para decir algo como lo que sigue:
-Saben que el Papa acaba de denunciar la práctica de orgías homosexuales en la Santa sede, y esa mierda nadie trata de limpiarla... porque es que no hay toallita húmeda que pueda con tanta misoginia, y pedofilia, con tanta hipocresía. Jesús, si es que existió, sacó a los mercaderes del templo que vendían la puritica mierda. No me vengan ustedes a decir que no puedo yo limpiarla.



Pero la iglesia, tan grande y tan vacía, no sirve ni para cambiar un pañal, porque como los baños, sólo en los de faldita hay mesas dispuestas para lustrar la humanidad. Y el castillo con la cruz es la elevación de un pene, cuya eyaculación sólo sirve para ungir a los inocentes.
He allí a las hijas de Eva, evacuando la manzana.
Antes de irme y ser perseguida por los ojos de la feligresía, me detuve en la pila bautismal. La miré. Me miraron. Los miré. Sonreí. Metí mis manos.
Ojalá y hubiese tenido agua, pensamos.

Soy un efecto



Por Analía Fernández Fuks
I.
Soy ortografonista desde que estoy en el jardín de infantes. Con el tiempo me
fui especializando en esta tarea de reconocer los errores de ortografía antes de
que sean escritos. Es decir, los puedo precisar en el habla. Así, el día en que
Valentín vino a dejarme, me di cuenta de que estaba poniendo el acento de
nuestra relación en el lugar equivocado.
II.
Las cosas en casa siempre fueron así. Volver del colegio y encontrar los platos,
las sartenes, los cubiertos suspendidos en el aire; las sillas tiradas, la heladera
vaciada sobre el piso, la yerbera cayendo de la alacena, la historia del verano
en Miramar siempre igual y un “basta ya”. Mamá y papá tienen la costumbre de
dejar las peleas en pausa para volver del trabajo y acordarse por dónde van.
Ya es hora de entrar en la escena. En medio de la cocina, dejo las últimas
zapatillas que me regalaron, un suspiro corto y un llanto. No sé qué es lo que
pasa cuando las cosas cambian de lugar. Escucho los tacos de mamá y la voz
ronca de papá subiendo en el ascensor. Y me voy de casa por las escaleras.
III.
Y vos tan dormido panza arriba. Quiero meterme por el ombligo y caer de palito
adentro tuyo. No quiero que duermas siempre que yo estoy despierta. Una
relación no puede vivir de madrugada. No son dos tostadas y un café con
leche. Medio beso en el fondo de la taza. El otro día pensé que si te soplaba la
oreja capaz me metía en tu sueño. Pero creíste que era una mosca y te pusiste
de costado. Prefiero que duermas panza arriba porque puedo saber mejor qué
estás soñando. Y sé que no era cierto el sueño que me contaste, ese en que
vos y yo galopábamos en la terraza de un vecino y saltábamos por los edificios.
Porque yo estaba ahí, del otro lado. Y vos estabas tan quieto, como siempre,
sin ir a ningún lado.
Despertate. Así no se sueña conmigo.
IV.
El miércoles a las cinco de la tarde, cuando fui a verla, Abuela estaba en India.
Era la primera vez que viajaba en alfombras voladoras. A pesar de eso, dijo
que no tuvo miedo. Que si uno mira bien los países nunca se parecen a los
dibujos de los mapas, que los habitantes nunca se parecen a las fotos que hay
de ellos en otras partes del mundo y que nadie lleva en la valija realmente lo
que dice llevar. Después de dos días, volvió del viaje. Ahora está abajo del
agua y hace nado sincronizado. Parece que el ganchito en la nariz le está
molestando. Hace gestos y señala la garganta como si se ahogara con sus
propias burbujas. Mi tío le pide que se calme. Abuela afloja las manos. Cierra
los ojos y flota. Mi tío le acomoda el tubo. Entran dos mujeres; una le aprieta el
pecho, la otra la inyecta. Abuela se corre la mascarilla de plástico verde y con
la boca caída hacia un costado nos dice a todos que por favor la dejemos
nadar tranquila.
V.
Al final de toda historia siempre hay un disparo. El arma está debajo del
colchón. Nunca se sabe cuál de los dos tendrá pesadillas. Por eso duermo con
un almohadón en el pecho y por las dudas, también me ato las manos.