A mi amigo Franco que
nos visita desde Argentina, siempre le chocó, le choca, encontrarse
con esos maniquíes que tienen más tetas que ropa. Un pedazo de
plástico, que en Venezuela imita a la realidad: la masificación de
los implantes mamarios como consecuencia de una idea de belleza
impuesta desde las redes del bisturí. Así la publicidad, aliada del
sistema, inunda las calles con imágenes de la redondez “perfecta”
¿La culpa? Siempre es de la mujer, por no tener, por tener
demasiado, por tapar, por exhibir. (1)
Lo que parece una
verdad es que un par con silicón no agrede a nadie. En cambio, una
madre que amamanta levanta las más insospechadas conductas.
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Una vez, el chofer de
camionetica ofreció dejar caer sobre mí su pañito de secarse el
sudor, para que me tapara mientras amamantaba a Pola. “La teta del
pueblo, pues”, llegó a proferir.
A Circe, una mujer la
detuvo en el metro para preguntarle si le gustaba “que le chuparan
las tetas en público”.
A Maruja, un hombre le
gritó en plena plaza que para eso existían “los teteros y la
leche e' pote”. Mi pana la paró en seco: “él es un bebé
humano, por eso toma leche humana”.
Y es que van más allá,
incluso se atreven a meterse con los niños. A Alí Rafael, un bebé
de dos años y medio ha sido interpelado en la calle. “Sinvergüenza,
tan grande y pegado a ese pellejo”, cuenta Daniela, su madre.
También están los que
te acosan. “¿Y para mí no hay?” le sisearon en el oído a
Jhannely los que te miran -con el más abominable de los ascos- como
si te quisieran comer. A Alelí le dijeron que darle teta a su hija
la excitaba, porque a ella “le gustaba la succión”. Como
respuesta, esta madre puso cara de orgasmo.
A mí alguien me
preguntó si amamantar a mis hijas “no abría la posibilidad de
hacerlas lesbianas”.
“Hay lugares para
hacer ESO” (póngale a esta última palabra la sensación de ASCO).
¿Y cuál es el lugar?
Fuera del paraíso, porque a las pecadoras no se les dio costillas
para que andaran mostrando sus manzanas.
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Pero cuando el maltrato
se institucionaliza, entonces la agresión individual se convierte en
política de Estado. Tal es el caso del Teatro Baralt en Maracaibo, o
de la Sala de Conciertos de la Universidad Central de Venezuela,
lugares en los que recientemente no se les permitió a un par de
bebés recibir el cobijo del pecho materno ¿Qué puede tener en la
cabeza, no digamos en el corazón, alguien que censure la lactancia
materna porque “ofende” al resto de los mortales?
“Amamante aquí”, a
oscuras, donde no afecte al otro, consuelan.
Dar teta no agrede a
nadie, por el contrario revive una sociedad muerta, una que cambió
la piel por el plástico de una mamila y la propia savia por la
tortura animal.
Como respuesta a este
insulto, tres ciudades de Venezuela se manifestaron con una tetada
pública, Maracaibo, Caracas y Punto Fijo. En este trébol de
lugares, las madres se pelaron y dieron lechita a sus cachorros sin
pedir permiso y sin ser desalojadas de sus derechos.
Según la Ley de
Promoción y Protección de la Lactancia Materna, en su artículo dos
el “Estado, con la participación solidaria de las comunidades
organizadas promoverá, protegerá y apoyará la lactancia materna
exclusiva, a libre demanda”. Entonces por qué una institución del
mismo Estado desaloja a una madre y su niña de sus instalaciones
porque practican las leyes que el mismo Estado redactó. (2)
Por su parte, y aunque
la UCV chupe de las ubres del Estado y se crea diferente, en sus
salas son bien recibida las tetas de Norkys Batista, pero rechazada
las de una madre que practica el más hermoso de los superpoderes:
producir el alimento de sus hijos.
Parece que por los
pasillos de esta sociedad corre una leche agria que resiste la
verdadera revolución, una casa a la que le hace sombra una teta.
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Atentas a otras
informaciones. Se convoca a más tetadas públicas para manifestar
nuestro derecho a ejercer una alimentación sana, soberana, ecológica
y por encima de todo: gratis, cualidad que molesta tanto a los
defensores de la mercancía.
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