miércoles, 6 de mayo de 2015

Gastronauta 31: Guerra de comida



Tortazo que lo derriba. Abajo. Se cubre el rostro para alzar su plato contra la cara del otro, que le responde con una espaguetada sobre la cabeza. Aquel no se detiene. Le derrama el jugo contra el pecho. Éste le espatilla los huevos. Vuelan las frutas y el agua empatuca toda aquello.

La mesa está hecha un asco. Pero “en la mesa no se habla”, recuerdan a sus madres. “No hablen con la boca llena”, rematan. Les tiembla una mueca en la cara, uno ríe, el otro llora.

En medio, la barricada es una cola que se edifica con los estómagos ajenos al combate. La comida no es armamento, es alimento. Pero en Venezuela forma parte del arsenal de la Guerra económica.
Las bajas, como de costumbre, no se producen entre quienes se caen a pastelazos. No. Tampoco bajan los costes, porque en este país una vez que un bien, o servicio, llega a determinado punto, más nunca echa pa' atrás, y la libertad sólo la gozan los precios ¡Vulgar economía de mercado!

Aquí lo que cae al suelo es la cartera, el monedero, el sueldo, el Bolívar. En el desangre, no hay mucha elección, o te inventas tigritos, o comes mal. O siembras, o siembras.
Porque en la economía de muelle (importación) que sufrimos, cada vez producimos menos, es decir dependemos más; los dueños de abastos y supermercados contemplan en sus estructuras de costos el pago de multas por usura; cada quien vende o revende al precio que les da la regalada gana y se ríen en la cara de eso que llaman “precio justo”. Dejamos en manos de “la autoridad”, llámese Estado, la garantía de nuestra papa y en las garras del comerciante los cobres.

Lamentablemente, eso que llamamos solidaridad, colectivismo, cooperativismo, muere cuando priva la necesidad individual. Y, en vez de boicotear al bachaquero, acudimos a él, a ella, cuando se acaba la harina de maíz. La pagamos al precio que sea, porque la necesitamos en el “patuque” mental.
No aprovechamos la crisis para volver a la raíz, para sanear la cabeza y el cuerpo, también el espíritu. No. Al contrario, nos volvemos más viles y podemos empujarnos, insultarnos, magullarnos, por un desodorante.
Porque sí, es que para el común el hedor se quita con una bolita olorosa ¡Pues es hora de que nos enteremos: el egoísmo apesta y no es suficiente la fórmula del mejor perfume para aliviarle! Porque la cosa no se resuelve tapando tufitos, ni con cartitas de Mendoza, o con cuñas cursis de Escotet. Menos con listicas de productos a precio justo incumplidos, que ocultan una liberación voraz de esos precios.

Y sí, antes no teníamos cómo comprar y había qué, por eso llegamos a reclamar (“saquear”) lo nuestro. Con Chávez pudimos, porque teníamos el cómo y el qué (a pesar de los saboteos). Hoy ni cómo, ni qué. Porque lo oculten, porque el dólar paralelo, porque bajó el precio del petróleo, porque el subsidio, porque invitar a la siembra es un insulto, porque el progreso y tal, porque la viveza tiene todos los terminales de cédula, porque...

En esta mesa, una pata cojea y es la nuestra, con ella se nos viene todo encima. No podemos esperar que el lobo (el empresario) no se coma a caperucita, porque quien más bebe más sed tiene, o que el leñador (el Estado) no haga fiesta de nuestro árbol caído, tampoco que el bosque (el contexto ese al que llaman economía) mejore. No nos hagamos los inocentes, que aunque este sistema está hecho mierda y no nos creemos capaces de transformarlo en el hogar de nuestro cuerpo, no somos víctimas.
La madre(naturaleza) tendrá que halarle por las greñas a uno y a otro, o la abuelita(historia), esa que suicidó a Allende, debe llamar a capítulo a los colmillos , porque el tiempo es implacable y de la mano a la boca, se pierde la sopa.

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