Sentada del lado de afuera de la
puerta, reposa la tarde.
Frente a ella danzan las ramas de los
árboles.
El viento canta.
Se descalza y devuelve los pies a la
tierra. Enraíza. Y llovizna y las gotas de a poco engordan hasta
convertirse en mangos. Supo entonces que los mangos eran lágrimas
del sol.
Y cuánto dura un mango.
Los hay regados, manchando con
trementina los vestidos, resbalando el equilibrio. Y si no acude a
tiempo, el mango es una mácula para siempre.
Cuánto dura.
Tantas temporadas en el año.
El amor es un mango.
Uno blanco y desnutrido, halado por un
hilo verde que pretende el cielo, y un par de hojas ácidas cocidas
para adelgazar el golpe.
El amor es un mango verde, adobado con
sal, hilacha que se queda entredientes, el amor es de bocado,
cortito, injerto, bajito.
Cuánto.
El amor rodea la casa de mi madre y sus
raíces revientan las paredes de mi cuarto. Al amor lo cortaron y
volvió de a cogollo reverenciando la luz.
Se esconde entre las trinitarias y lo
puya el limón. Se pelea con el aguacate y su semilla impertinente
crece sin permiso.
En la República del mango una anda por
la sombrita, remojando los ojos en el oro de su jugo.
Así, un crepúsculo larense, el cielo
de la boca, una teta vegetal.
A veces asa, el mango es una casa por
la que se cuela el llanto, con ventanas dispuestas al vuelo.
Es un pájaro de sangre verde, es un
pájaro suicida.
Receta de dulce de mango de mi
abuela
Escoja los mangos maduritos. Después
de pelarlos, póngalos a hervir en agua y papelón. Agrégueles
clavitos de olor y unas (poquitas) ramitas de canela.
Recuerde que son dos vasos de agua por
uno de papelón. Y hay quien les pone un toque de pimienta.
No es jalea, por lo que el mango se
cocina con todo y pepa. Cuando burbujea, baje la llama y espere a que
espese, según sea su gusto.
Para servir, escoja un bonito platito,
coloca el mango cocido, baña con el papelón y corona con unas
hojitas de hierbabuena.
El heredero de esta receta en mi
familia es un amante de los fogones. Su esposa dice que lo hicieron
mientras le daban paleta a algún guiso. Nuestro guiño, cuando la
tristeza nos merodea, es una palangana de dulce de mango.
Recientemente fue diagnosticado con
diabetes. Así que este caramelo lo probamos cuando queremos deshojar
las plumas.
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