viernes, 27 de febrero de 2015

Gastronauta 26: 27 de febrero, la loza


Yo no sabía con exactitud qué día era. A mis cinco años todavía me era difícil llevar agenda, tal como a mis treinta. Pero hacía un día agitado, uno histórico, o así las lágrimas y la angustia de las madres que me rodeaban lo sentenciarían.
En medio de sudores, carreras y nervios, mis vecinos se terciaban al lomo televisores, neveras, sillas y bolsas con comida.
Budo, que así se llama el que entonces vivía en el rancho del lado, se trajo una olorosa carga de pescados. No la repartió entre los vecinos y al no poderla almacenar, la perdió muy rápidamente. Lo que tardó en irse fue el hedor.
Para mí, todavía hoy 26 años después, la ventana de la cocina de mi casa materna que da hacia la que fuera la casa de Cointa y Budo, hiede a pescado piche, de ese que no se comparte.
Supe a medida que caminaba la tarde que nada había sido comprado, que nos habíamos atrevido a recuperar lo nuestro, lo que el estado de cosas nos había robado y nos restregaba en la más absurda pobreza en un país de históricas bonanzas. Escuché por primera vez la palabra "saqueo". Nos acusaban a los saqueados de voltear la tortilla.
Pasado el mediodía, papá no llegaba a casa y mi madre se deshacía en llanto y se rehacía en oraciones. Cada tanto, nos asomábamos por la ventana para constatar el retorno. Preguntamos a todo aquel, y nada. Temíamos que se repitiera en Charallave los fotogramas de la Policía desbaratando al pueblo en Guarenas y en Caracas.
Después de unos cuantos rosarios, María le devolvería el cristo e' lata que era mi padre, a mamá. Venía con una loza de granito a lomo. La dejó caer en el monte mientras se apagaba el fuego de la turba, cada tanto en ebullición.
Fue lo único que trajo a casa; no llegó a tiempo a la carne, ni a un perol de leche.
Desde entonces, la loza antecede la puerta de mi casa, un pedazo de cerámica arrancada al FMI, nuestro monumento a la utopía, un patio al pueblo que somos, el más aguerrido paisaje.
Esa piedra es de los alimentos no perecederos.

Gastronauta 25: Papá, mi alimento


Ocho metros, tres toneladas, tres mil dientes se abrían para masticarme en la que sería mi primera vez en el cine. Tenía siete cuando mi papá me llevó, junto a mi hermano, a ver Tiburón, en una sala chiquita, empolvada y de terciopelo rojo. El que fue el Cine de mi pueblo, El Renacimiento.
Para mi hermano, los tiburones se convirtieron en su objeto de estudio. Para mí, mi papá terminó por transfigurarse en mi salvavidas. Podía escuchar cada vez que me sentía en peligro los vientos y las cuerdas que John Williams compuso para Spielberg, y salía papá con un arpón a acabar con cualquier escualo que quisiera robarme la cadencia de mis mareas.
Recuerdo que veníamos de visitar al bioanalista. Yo estaba enferma, y papá se encargaba de la difícil tarea de las agujas. Alguna vez se desmayó mientras me cosían una herida en la mano. Me llevó cargada al dispensario viejo, y mientras me hilaban, papá descorazonaba enfrente.
Cada que salíamos del laboratorio, nos llevaba a tomarnos sí o sí un batido de tres en uno donde “Fariña”. Luego de la mancha correspondiente, caminábamos a la casa, o íbamos a la plaza, o al cine. Era una forma de aliviar a la mujer araña (así quedé bautizada entre las enfermeras de aquellos tiempos, porque rasguñaba las paredes para que no me tocaran).

Modo
Para esta potente mezcla, licua dos vasos de jugo de naranja, una remolacha en cuadritos y una zanahoria, con papelón al gusto, y listo.
Si es su gusto colarlo, puede usar el resto de las hortalizas para enriquecer la masa de sus arepas. El uso del papelón, de miel o estevia queda a su gusto, pero recuerde que la zanahoria y la remolacha son suficientemente dulces.
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Hace poco mire el trailer de la misma película, y casi pude ver los tubos que componen el tiburón mecánico que se usó para recrear aquellas escenas de terror. Ya no sentí miedo, sino que recordé la mirada de la niña que fui y me maravillé de haber resistido fotograma por fotograma.
La hemoglobina en mi cuerpo iba y venía entre zumos y fotos de la pantalla grande. No hubo mejor alimento, mejor remedio.
Mi padre fue marinero. Así que el asunto de la playa y los tiburones no se quedó en el vallecito en el que vivíamos, sino que nadó los caminos de los casi sesenta kilómetros que nos separaban de la Guaira. En la bahía, nos dejaba de nuestra cuenta, o él mismo nos arrojaba contra las olas, porque así aprenderíamos a volver de donde siempre fuimos, al agua.
De vez en cuando, se montaba su aleta imaginaria y como un buen tiburón blanco nos mordía los tobillos, y así pasábamos el día, huyendo de sus dientes, y buscándolos cuando paraba para descansar.
Tengo treinta años. Hace poco, toda la familia -crecida- visitó las olas, y volví a escuchar aquellas dos notas musicales, sinónimos del suspence. Cualquiera pensaría que estoy loca, pero en palabras de René Char, “la lucidez es la herida más cercana al sol”.
Papá agarraba del pie a sus nietos, entre gritos, risas y “déjame, abuelo”, para el ritual de iniciación en el agua salada. Luego, se hacía de las paletas para raquetear unas pelotas, después enterrábamos a uno por uno, luchamos contra el viento para barajar una partida, o acostamos unas cochinas del dominó. No paramos.
Los días de playa en familia son una película, en la que el burbujeante sol recupera cada una de sus hijas exprimidas para subir las defensas de nuestros cuerpos. Le devolvemos gota a gota. Literalmente aGOTAdor. Menos para mi papá, con él no hay tregua, es como si supiera de algo que nosotros nos perdemos.

Mirar al sol
Una práctica milenaria del yoga enseña que mirar el sol cuando nace y cuando muere, todos los día y con conciencia, puede ayudarte a vivir más con menos, y mejor. Incluso, hay quien ha pasado más de un año sin más alimento que el sol y el agua, en un intento por demostrar la divinidad del astro rey y su capacidad de nutrir nuestros cuerpos.
El contacto con la tierra, descalzos, sin ninguna mediación, sin roce con yerbas (porque absorben la energía solar), nos permite ordenar nuestro cuerpo, nuestra conciencia, nuestra alma y ascender y girar, como la tierra que somos, a su alrededor.
El mandala del girasol he perfeccionado su ingeniería para moverse según los rayos. No es raro que al nacer, debamos presentarnos cada mañana, desnudos, al padre Inti, y que el agua de la teta y los rayos solares sean suficientes para reverenciar la vida. A final de cuentas, comenzamos así una de las vueltas que componen el tronco que somos.

Papá es medio cegato. No se si porque mira al sol de frente. O es una la que se planta delante de su grandeza. Yo he adoptado saludarlo y despedirlo como ritual con mi chiquita, porque honrar la más grande estrella no debe restarnos luz.
Cuando se apaga, ofrezco los latidos de mi tiburón como tributo, aquella dos notas memorables del celuloide, para que continúe su música y siga alimentando la propia vida.



Gastronauta 24: Sabemos parir



A las mujeres se nos ha lapidado, quemado, se nos ha dicho cómo lucir, qué pensar, cómo comer, y hasta cómo hacer lo que, desde la primera en pisar la tierra, hizo: parir.
Las formas fueron cambiadas cuando el hombre decidió arrancar a otras mujeres del círculo que engendra vida y acostarnos para mayor comodidad del médico. Desde entonces priva el confort ajeno en nuestras cavernas.
La violencia contra la mujer cambia de máscara, según la quema de bruja a la que se asista. Hoy, a través de la Industria Cultural, el cuerpo femenino es blanco de la muerte, la anorexia, la bulimia, el bisturí, la negación del cuerpo materno y con ello la propia sexualidad, la menstruación y cualquier organización en colectivo, que no sea para emular los patrones del macho en sociedad.
Y también es verdad que muchas mujeres imitamos al (nos convertimos en) macho para aspirar un poco de “su libertad”, esclavizando nuestras mentes a la colonialidad de necesidades construidas, incluso para el hombre. No es raro entonces que esas mismas “libertades”, activen la ratonera.
Hay mujeres que aspiran tener el mismo salario, el mismo poder, las mismas opciones de subyugar al otro, a la otra, porque caemos en el juego de querer ser como, y no de transformar desde nuestra sabiduría ancestral lo que hay que transformar. Entonces, la igualdad, la libertad, consisten en poder hacer lo que en otros condenamos. Así, nos transformamos en un performance de mujer, una que está lejos de la vida, y que legitima el trance a su propio fin.
Y si ya determinan nuestras muertes, sería propicio empezar por cambiar el origen, la forma en las que nacemos.

Pagamos por sufrir y por no sufrir, también
En los hospitales y maternidades públicas de Venezuela el parto es gratuito, sin embargo, la demanda es altísima y obliga a muchas otras mujeres a recurrir al pago por la atención médica.
De hecho, la institucionalidad pública directamente confía el sistema de salud del servidor y la servidora a empresas médicas privadas, a través de un sistema de atención determinado por el pago de un seguro para el trabajador. Se calcula que son 10 millones de empleados públicos atendidos por las llamadas clínicas, en el país.
En estos establecimientos privados, el costo de una parto vaginal es general y ligeramente más económico que una cesárea, siendo que en él la intervención médica es prácticamente nula, porque al final del asunto las que parimos somos las mujeres. Entonces, la cesárea se transforma en la profecía autocumplida para los médicos, debido a que representa mayor ganancia, y pueden manipular los tiempos en los que literalmente arrancan a los niños de vientre materno ¿Cuántas cesáreas puede programar un obstetra en un día? ¡Tantas como su ambición lo permita!
Los precios varían de una clínica a otra. La Metropolitana, por ejemplo, puede llegar a cobrar hasta 90 mil Bolívares por un parto vaginal, La Arboleda y la Herrera Lynch están por encima de los 50 mil. Y Las Ciencias en casi los 40 mil. En un rápido arqueo, notamos que la tarifa más económica ronda los 30 mil Bolívares en el Centro Médico La Castellana, todos ubicados en la capital y la llamada Gran Caracas. Ahora, ¿qué pasó con la unificación de tarifas propuesta por la Asamblea Nacional, para estos centros privados? Como tantas otros temas importantes ¡pura amenaza!

Inmediatamente, algunas madres nos preguntamos, si aquella condena de “Parirás con dolor” no sólo se refiere al tema físico, sino y que comienza con el hecho de cuantificar nuestros pujos en papel moneda, luego con la propia crianza en la que pareciera que somos únicas responsables, la triple jornada, el cuido de enfermos y personas en la etapa de la vejez, y el largo etcétera de opresiones.
Pero, ¿tenemos que pagar para sufrir?
El consumo, como credo capitalista, nos dice que sí. Y es que el evangelio arropa nuestro cuerpo y hasta lo que a veces suponemos como alternativas a la cultura reinante. Se cumple aquello de que lo contracultural también es absorbido por la propia cultura, convirtiéndose en una expresión de más de los mismo: El mismo parto humanizado.
Humanizado, como si en el parto no se tratara de volver a nuestra animalidad. El hombre lo que hizo fue robotizarlo, medicalizarlo, horizontalizarlo.
Ahora los hay para todos los gustos y a todos los precios: Para parir en casa, en agua, con delfines, cursos prenatales, cursos postnatales, de lactancia, para no gritar, para gritar, para ser buenamadre, para no ser malpadre, para comerte la placenta. El parto ancestral también convertido en producto.
¿Qué ha tenido que ocurrir para que alguien nos diga que nuestros bebés deben estar cerquita del pecho materno después de que coronan la vagina de la madre? ¿No es acaso lo que venimos haciendo desde el principio de los tiempos? ¿Cuánto de esto es culpa de la industria de fórmulas, colmillo transnacional del capital; cuánto nuestra responsabilidad, nuestra comodidad, nuestros miedos?
En Venezuela y el mundo se ha legislado al respecto. En nuestro país fue noticia antes de terminar el 2014 la aprobación en primera discusión por la Asamblea Nacional del proyecto de Ley para la Promoción y Protección del Derecho al Parto y el Nacimiento Humanizado, presentado por la Defensoría del Pueblo, en el que se protege el vínculo que debe prevalecer en el más repetido de ritos de la vida. Esperamos la segunda discusión y su aprobación como un paso contra la violencia obstétrica.
También está garantizado para la madre el pre y postnatal que sumados son seis meses y medio, Y para el padre catorce días. Como viene sucediéndose en la historia, la mujer es la encargada del cuido y la ley lo que hace es normalizar lo que la sociedad considera “natural”.
Asimismo, la Ley de Promoción y Protección de la Lactancia Materna determina el resguardo hacia la madre y el lactante, garantizados por el Estado venezolano.
Ahora bien, como de costumbre el rigor de una Ley merma en su incumplimiento. Cuántas madres, cuántos padres guardan (como se guarda un auto en el estacionamiento) a su neonato entre barrotes, llamados “Cuidados diarios”, “Guarderías”, o “Maternales” ¿Cuántas pueden amamantarlos? En esa separación obligada por los ritmos de este maremoto llamado tierra, el comienzo de la violencia.
Después, la vida del niño continúa en un rectángulo de cemento, que prepara las ovejas y gradúa consumidores, que se encarga de vigilar, clasificar, de premiar y castigar nuestra adaptación a este sistema, la escuela.
La forma en la que nos obligan a parir (luego a sobrevivir) sólo es el comienzo de una larga enfermedad.

Voy a parir en casa
Mamá, que ha alumbrado cinco seres, me llama angustiada unas 10 veces al día para preguntarme siempre lo mismo ¿Estás segura? Ella que recibió a su hermana menor, cuando solo tenía once años, y en la sala de su casa. Ella, que sabe que crear y criar comportan esa doble cualidad mitológica de divinidad y humanidad, ella tiene miedo.
¿Cómo no va a tenerlo? Si se nos ha enseñado a desconfiar de un mecanismo hecho para engendrar y perpetuar nuestro paso por el mundo ¿Cómo no? Sino es mentira que cuando parimos, la vida y la muerte se saludan en el aro de fuego ¿Cómo no? Si cuando parimos podríamos traer al mundo otro miedo.

Acá, una oración de Mónica Manso que me envía Yoya, la madretierra-partera que nos acompaña:
“Se parir como parieron las mujeres que me precedieron. Mi madre, mi abuela, mi bisabuela, mi tatarabuela, y así hasta la primera mujer. Lo llevo grabado en mis células, es su legado. Mi cuerpo sabe parir, como sabe respirar, digerir, engendrar, andar. Está perfectamente diseñado para ello; mi pelvis, mi útero, mi vagina, son obras de ingeniería al servicio de la fuerza de la vida. Yo soy "la que sabe" y" la que sabe" me susurra: cabalga la energía de las contracciones, como si fuera el éxtasis, loba, leona, hiena, yegua, zorra, gata, pantera”. Empodérate; perdonándolo todo. Y conviértete en canal.

Gastronauta 23: Sabino es una herida que todavía no Sierra



Fue y es una postal de por estos días mirar a una madre de rasgos indígenas, vestida con trapos criollos, de la mano de dos o tres tripones, uno pegado a la teta, y con la otra mano estirada suplicando ayuda.

En algún momento fueron traídos de sus comunidades a las principales capitales de Venezuela con el propósito político de alterar el paisaje urbano. Si, porque como la basura y los pobres si no la vemos no es problema.
Generalmente son mujeres, porque la madre arrastra consigo la prole y la lástima, además en algunas comunidades el hombre ha sido sicariado por encabezar la lucha ancestral por la tierra.

Los indígenas que ocupan los bordes de nuestro mapa además de lidiar con la minería y sus adictos, tienen que cabalgar el subibaja del hambre, o de la introducción de alimentos ajenos a su historia. El principal problema no se centra en los recursos que destina o no el Estado a las más de setenta comunidades indígenas que sobreviven la maldición de la excavación en Venezuela, sino y más dramáticamente al robo de sus tierras, sus semillas, su cultura, la contaminación de sus aguas, la deforestación y la propagación de enfermedades mortales.

¿Por qué algunos padecen de desnutrición, y otros por el contrario rezuman de grasa? Amazonas, uno de los estados con mayor población originaria, encabeza el ranking de sobrepeso y obesidad en el país, con casi el sesenta por ciento de sus habitantes con malnutrición por exceso. Pero, a su vez esconde tras la selva a pueblos enteros que padecen la austeridad alimentaria y niños que mueren por los efectos de la desnutrición.
Antes de que se establecieran los estados-nación, las comunidades indígenas -sobre todo las nómadas- caminaron el paisaje aprovechando de la tierra y sus ciclos el alimento, el agua, el cobijo. Ahora a algunos los arrastra la transculturación, una forma más efectiva de acabar con el conuco inmemorial y así un principio para la evolución, la propia alimentación. A otros, los borra el robo de sus tierras y así sus formas de producción.

Desde la Guajira venezolana a la otra punta, al delta warao, los hermanos ancestrales han sido sumergidos en el alcohol y la Coca-Cola, los pemones sufren endemias y el mediocamino de una revolución que les reemplazó la choza por el bloque, en el que todavía no saben mediovivir.

Los yukpas, divididos entre quienes guerrean la Sierra de Perijá, y los que la venden de a tajo, mueren bajo la bala de la Guardia Nacional Bolivariana, de la policía municipal, escoltas de los ganaderos que pretenden controlar la fecundidad de la tierra zuliana.

Se cumplirán -en poco- dos años del asesinato de Sabino Romero Izarra, cacique que plantó su cara y a la totalidad de su familia, contra el robo de sus territorios. Heredero de los Caribe, no bajó su alma, y su combate llegó incluso a agendarse como tema para el entonces presidente Hugo Chávez, quien no dudó en ponerse del lado de los “indios” (1).

No obstante, ésa como otras declaraciones quedaron en el fotograma. Antes de y después de, La Sierra de Perijá ha sido incluida en los planes de extracción minera de transnacionales y bajo su objetivo los dos embalses que surten el Zulia: Tulé y Manuelote.

Quinientos años después, Colón se disfraza de nacionalista, y Plan de la Patria mediante, programa “duplicar las reservas minerales”, entre ellos el carbón, “de los yacimientos ubicados en el Escudo de Guayana, Cordillera de los Andes, Sistema Montañoso del Caribe y la Sierra de Perijá”, según los objetivos específicos 3.1.15.2. y 3.1.15.3. La trampa reposa en una frase: “la utilización de nuevas tecnologías de bajo impacto ambiental” (2).
Es decir, contaminarán el territorio de interés (trans)nacional, y en la práctica protegerán a los que roban el suelo originario. Por eso no se concreta la demarcación de tierras que exige el linaje caribe de Chaktapa.

Las últimas fronteras
Después de asesinado Sabino, algunas muecas se hicieron para comprar las tierras a la comunidad yukpa. Después de asesinado, a Sabino se le ha hecho estampa, consigna. Después de asesinado incluso una película. Pero sabemos que el metraje que necesitan los yukpas es de tierra y no de filme.

Para que Lucía Martínez, viuda de Sabino, vaya y venga de Machiques de Perijá al juicio contra los asesinos del cacique en Caracas, debe literalmente estirar la mano, como la madre descrita al principio de este texto.
Según lo expresado por el realizador Carlos Azpúrua, la totalidad de lo recogido después de la transmisión del documental será donado a la familia Romero Martínez, para paliar estos gastos.

Lucía no sólo debe suplicar dinero, sino justicia. A los asesinos materiales de su compañero, quienes le hirieron a ella también, sólo les condenaron a siete años tras las rejas, después de una muerte anunciada, y de ideólogos no tan velados. La sangre yukpa se traduce en tierras, y esta a su vez en el alquiler para que el capital alimente sus entrañas y se mueva a sus anchas, sin fronteras.

Después de que la misma Venezolana de Televisión -VTV- ayer corriera una cortina roja que tapara las protestas a favor de la lucha yukpa delante de sus cámaras; hoy Sabino abarca sus pantallas en una pugna contra Cinex, cadena comercial de cines en manos de la familia del excandidato opositor Henrique Capriles, porque se negaban a exhibir el documental.

Cuando le fue, y le es útil, Sabino vuelve. La que no retorna es su tierra. Y nuestros megáfonos, al servicio del poder, trabajan más en encubrir errores, que en descubrir verdades.
¿De qué vale que se recuerde al cacique, mientras se legitima en el Plan de la patria la expoliación de la Sierra de Perijá? Entonces, ¿de qué nos sirve tener conciencia de todo y control de nada?

Sabino es un capítulo que todavía no Sierra.

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El 02/02 continúa el Juicio. Esta vez Lucía vuelve a Caracas a una Audiencia en el Palacio de Justicia.
El 06/02 se estrena la película en todo el país.


Amplíe:

Gastronauta 22: Los bachacos de la guerra


De los gringos una puede aprender que no debe inventarse o declararse en guerra si se sabe perdido. Y se gana en el campo mediático tanto o más que en las colas.
Sí, estamos en guerra económica, social, política, y la estamos perdiendo, y quien asuma que la está ganando ha de ser aquel para quien laurearse es llenarse los bolsillos. Y son pocos los que verdaderamente se lucran con la miseria ajena.

Pero quiénes son los responsables. Porque la papa caliente siempre quema a los pendejos.
¿Contra quién dirijo mi rabia? Las listas Forbes me muestran los desvergonzados (casi siempre en género masculino) que se atreven a sonreírle a la lente de una cámara, mientras que, para que ellos escalen la pirámide de la acumulación capitalista, abajo deben morir millones de personas.
Los veo, posterizados para la eternidad, pero son como dioses, no se dónde están, ni cómo hacer para que mis semejantes dejen de financiar sus cínicas estampas. Su religión, lejos de constituir una vergüenza, representa un ejemplo ¡Cuántos quieren ser como ellos! “Ser alguien en la vida”, la farsa.
A propósito de a quién cobro tanta desigualdad, John Steimbeck, lo recrea en el siguiente diálogo de Las uvas de la ira:
-No depende de mí, y no hay nada que pueda yo hacer. Perderé el trabajo si no lo hago. Mira, supongamos que me matas. Simplemente te colgarán, pero antes de que te cuelguen, habrá otro tipo encima del tractor y derribará la casa. No estarías matando al tipo correcto.
-Eso es -dijo el arrendatario-. ¿Quién te dio las órdenes? Dime e iré tras él. Tengo que matarlo.
-Estás equivocado. Él recibió las órdenes del banco. El banco le dijo: "Quita a esa gente del medio o pierdes el trabajo".
-Bueno, está el presidente del banco. Hay una junta. Voy a llenar el cargador del rifle y voy al banco.
-Un tipo me dijo que el banco recibe órdenes del Este. Las órdenes eran: "Hagan rentable la tierra o cerraremos el banco" -explicó el chofer.
-Pero ¿dónde se acaba? ¿a quién podemos disparar? No quiero morirme de hambre antes de liquidar al hombre que me está matando de hambre.
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Más allá de señalar quién nos cachetea, por qué seguimos poniendo las mejillas. Por qué seguimos sosteniendo al amo. En dónde nos perdimos del camino de regreso. Cómo podemos disolver el círculo perverso del capitalismo.
Pequeñas acciones, o acciones locales para cambios globales proponen algunos, la vuelta al campo otros. La cancelación de gustos socialmente construidos por el avance de la industria: el azúcar, la sal, la leche, la carne, las harinas y su transformación por hábitos menos corrosivos.
Y ahí podríamos detenernos un párrafo, para preguntarnos cuáles son los productos que precisamente acaparan, que abandonan los anaqueles en Venezuela y por los cuales las colas florean en la urbanidad. Los que nos hacen más daño, los antes mencionado, aceites, mantequillas, refinados, venenos que nos han hecho adictos a la enfermedad.
Los golpes económicos en la historia hayan a los pueblos desmemoriados, nos encuentran desunidos. Lo mismo que ocurre en la Venezuela actual ocurrió antes en el cono sur y se llevó por los cachos a Allende y al pueblo argentino en su momento.
Recientemente, me hicieron llegar este fragmento de La casa de los espíritus de Isabel Allende, escrita en el año 1982. Da miedo la exactitud en la descripción de la situación en Venezuela, sólo que ella habla de la Chile de principio de los setenta.
"El pueblo se encontró por primera vez con suficiente dinero para cubrir sus necesidades básicas y comprar algunas cosas que siempre deseó, pero no podía hacerlo, porque los almacenes estaban casi vacíos. Había comenzado el desabastecimiento, que llegó a ser una pesadilla colectiva. Las mujeres se levantaban al amanecer para pararse en las interminables colas donde podían adquirir un escuálido pollo, media docena de pañales o papel higiénico. El betún para lustrar zapatos, las agujas y el café pasaron a ser artículos de lujo que se regalaban envueltos en papel de fantasía para los cumpleaños. Se produjo la angustia de la escasez, el país estaba sacudido por oleadas de rumores contradictorios que alertaban a la población sobre los productos que iban a faltar y la gente compraba lo que hubiera, sin medida, para prevenir el futuro. Se paraban en las colas sin saber lo que se estaba vendiendo, sólo para no dejar pasar la oportunidad de comprar algo, aunque no lo necesitaran. Surgieron profesionales de las colas, que por una suma razonable guardaban el puesto a otros, los vendedores de golosinas que aprovechaban el tumulto para colocar sus chucherías y los que alquilaban mantas para las largas colas nocturnas. Se desató el mercado negro. La policía trató de impedirlo, pero era como una peste que se metía por todos lados y por mucho que revisaran los carros y detuvieran a los que portaban bultos sospechosos no lo podían evitar. Hasta los niños traficaban en los patios de las escuelas. En la premura por acaparar productos, se producían confusiones y los que nunca habían fumado terminaban pagando cualquier precio por una cajetilla de cigarros, y los que no tenían niños se peleaban por un tarro de alimento para lactantes".
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¿Quién diría que el templo sagrado de la política se trasladaría de la plaza pública, a los supermercados? De hecho son estos tiburones los que reciben mayor descuento del Estado y de las grandes empresas por re-vender productos de la cesta básica, el gancho para ofertar todo lo otro que no necesitamos.
Son los supermercados revendedores, bachaqueros con licencia. Y ¿le importará al bachaco, al dueño de estos establecimientos expender al pueblo, o simplemente despachar a mayor precio y más rápido, y en ese sentido hacerlo a cualquiera? Así, la lógica capitalista explica que haya harina para hacer empanadas y arepas en luncherías y afines, y no para que usted surta su mesa en el desayuno.
¿Cómo es posible que, según la Universidad Campesina Argimiro Gabaldón, producir un kilo de tomates cuesta unos 12 Bolívares, y que después de una sucesión de intermediarios, lo compremos en 200?
¿Y si no lo compramos sino al campesino? Después de todo la kriptonita de ése otro súper podría estar literalmente en nuestras manos y no en un planeta ajeno.
Después de las multinacionales, son las cadenas (buen nombre para significar lo que son y lo que debemos romper) las que se prestan para hacer con “nuestras preferencias” lo que el sistema hace con las carnes: recibirlas, desangrarlas, empaquetarlas, enfilarlas y disponerlas para el atosigue humano.
Al decir del poeta estadounidense Howard Nemerow podríamos elevar una oración en la iglesia del capital, una Acción de gracias para ser recitada en un supermercado:

Este Dios nuestro, Gran Geómetra,
hace algo por nosotros aquí donde ha puesto
(por decirlo de algún modo) las cosas en forma:
comprimiendo corderitos en dados ordenados.
convirtiendo el asado en un pulcro cilindro,
ciñendo al jamón a una lata elipsoide,
convirtiendo el anonimato de la carne picada
en cuadrados y óvalos de borde biselado
o redondeado (aerodinámicos, quizá, para mayor rapidez).

Alabado sea, Él que ha conferido distancia estética
a nuestros apetitos y ha impuesto formas significativas
al sangriento revoltijo de nuestra natural herencia:
nuestra indecorosa necesidad. Gracias a Él
las bestias entran en el reino euclideano de los números,
libres de sus vidas abultadas y henchidas de sangre.
Vienen a nosotros santificadas, en transparencias
de celofán, en el cuerpo místico,
para que contemplemos impávidos la muerte
como el más grande bien, cual si fuéramos filósofos.

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Al comienzo de estas divagaciones, me propuse hablar de la guerra que perdemos y del aparato publicitario que se usa para exponerlo. Y por ahí leí una de las conclusiones a las que quieren que lleguemos después de tanto apretarnos por el cuello, según la cual lo mejor sería que el Gobierno sincere los precios de los alimentos y así se “acabe la vaina”.
Eso sería “capitular”, aunque todos los días el cuchillo oxidado raspe la yugular y paguemos con sangre una hoja de papel con la cual limpiarnos el culo. En la práctica la abatida es la esperanza, y sobre el lomo de los bachacos se transporta la guerra.
La única que no se bachaquea y a final de cuentas es la escasez que más nos afecta es la de Revolución.

Gastronauta 21: Para McDolnald's Venezuela es una papa pelá



Hubo un momento (prolongado y lastimosamente cercano) en el que en Charallave, pueblo de donde soy, no hubo ni un parque maltrecho para que niñas y niños paisajearan el tiempo.
Fue entonces cuando McDolnald's abrió sus fauces: La piscina de pelotas, la fiestecita que organizan por usted, el juguetico junto a la chatarra, también de plástico.
Mucha gente que conozco debía-debe tapar los ojos de sus hijos cuando pasa frente a los arcos dorados, convenientemente ubicados en la redoma que distribuye los caminos a diferentes pueblos tuyeros.
Hacer de los más pequeños consumidores natos, para luego de venderle la enfermedad, ofertarles la cura, es una de las victorias de las transnacionales de la alimentación hoy día, y la eme ce es un laboratorio global, sin escrúpulos.
Mucha gente se queja de las largas y apocalípticas filas que hacen para comprar casi cualquier cosa, pero recuerdo las que los charallavenses formaban en este local y se me infla la yugular.
Hace unos tres años, McDonald's de Charallave fue cerrado. Se dijo que allí se reunían comandos desestabilizadores y que el alcalde había decidido no renovar sus permisos. De hecho, al lado ubicaron un Comando de campaña chavista. Casualidad o no, al poco tiempo, la franquicia gringa volvió y más amplia, con más espacio para ordenar la cola.
Su despedida fue más larga que el retorno, y al parecer no hubo determinación política para que saliera de la tierra de los Charavares. Quedó el cuento como leyenda urbana.
Momento uno: No hay interés en que McDonalds abandone la escena.

Hoy se arma un escándalo, para mí convenientemente dibujado desde la mediática internacional (lo que me pregunto es qué quieren tapar), porque no hay papas fritas en las franquicias del payaso pelirrojo en Venezuela.
Inmediato culparon a la falta de producción del rubro en el país, al desabastecimiento, y los más arriesgados -tal es el caso del alcalde opositor Ramón Muchacho- avizoraron la partida de McDolnalds de las tierras de Bolívar, y con ellos, el empleo, como si las 150 franquicias garantizarán el aparato productivo patrio.
Algunos salivamos ¡Por fin, se van! Pero poco duró el suspiro: No se van nada, se quedan y “diversifican” el menú con “propuestas venezolanas”, para redoblar la embestida publicitaria.
A la vez, exigen al gobierno nacional la divisas necesarias para importar la materia prima para engrasar, llenar de transgénicos y glutamato monosódico los cuerpos (y las mentes) de sus comensales. No usan las papas nativas, según para mantener “la calidad” de su producto. Léase bien: producto. Si, porque las hamburguesas tamaño llavero que le venden son una mercancía, y su estómago un negocio, al que lo criollo puede degenerar en diarrea.
Y, por favor, la ironía no se explica.
Momento dos: McDolnalds no se va, sino que ahora nos mete la yuca.

Pero, por qué y a pesar de considerar que el tema es parte de la agenda setting, no lo obvio y decido posarme sobre la mierda. Porque me llama la atención de todo este desbarajuste un término surgido como bandera para explicar cómo no debería ser transparente si se va, o si se queda la transnacional alimentaria.
Entre Venezuela y Estados Unidos existe una figura “legal” que evita entre las dos naciones la Doble Tributación, que a grandes rasgos viene a significar que las empresas radicadas en suelo extranjero siguen tributando a su suelo patrio.
Está demostrado que este hecho contribuiría a la evasión fiscal de empresas como McDonald's en Venezuela, porque el acuerdo los exime de pagar tributos al país receptor, siempre y cuando el negocio esté en manos de estadounidenses en territorio nacional, o de venezolanos en tierra estadounidense.
Venezuela pierde miles de millones de dólares al año con estos acuerdos porque, y seamos realistas, son más los gringos con empresas en tierras de Bolívar que al revés.
Y si estos no pagan impuestos, y todos sus alimentos son traídos de afuera, sólo nos quedan los empleos que se generan en sus franquicias como “el aporte” de McDonald's en Venezuela.
Sus trabajadores en el país son jóvenes que forman parte de la población económicamente activa, subpagados, explotados según las condiciones más estrictas para la faena diaria, sin derecho a asociarse en sindicatos, con una alta rotación de nómina, uniformados bajo los preceptos de una multinacional que actúa como un ejército religioso, venerando al Dios pelirrojo que se abanica con dinero.
Momento tres: Para McDolnald's es una papa pelá hacer negocio de Venezuela.

Pero veamos, principalmente por qué. Hay un punto de suma importancia en el negocio que representa McDonald's en el mundo. Son una vulgar exportadora de alimentos (todos los ingredientes de sus preparaciones TIENEN que ser importados en los países en los que reside) bajo la mampara de la calidad. Cuestión que usan para exigir divisas extras en el caso reciente de las papas fritas, ya que el Estado venezolano les otorga las requeridas para traer al país la materia prima de sus hamburguesas, y a dólar preferencial, todavía a 6,30.
La sobrefacturación, o subfacturación de sus productos, las importaciones ficticias, el sobreprecio en sus artículos, y el desvío de los dólares obtenidos al mercado negro, contribuye a la mayor fuga de capitales que experimenta Venezuela en su historia.
El negocio de ser franquiciante de un McDolnald's en el país es la obtención de dólares preferenciales y la disposición de estos en el mercado negro. Las papas fritas son sólo una distracción.

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McDolnald's es una costra sobre el terreno árido de la economía mundial, no permite que nada crezca sobre su escara, en cambio chorrea el pus con el que pretende alimentar el mundo; y siendo el mundo el que ceba su existencia podríamos cerrarle el chorro (Bolivia resalta como ejemplo).
El hombre conservará su tierra si puede comer y pagar los impuestos; puede hacerlo.
Sí, lo puede hacer hasta el día en que su cosecha fracase y deba pedirle dinero al banco.
Pero ya sabes, un banco o una empresa no pueden hacer eso, porque esas criaturas no respiran aire, no comen carne. Respiran ganancias; se comen el interés sobre el dinero. Si no lo reciben, se mueren de la misma forma en que tú te morirías sin aire, sin carne”.
Pero, eso pasaría en el tiempo en que Steinbeck escribió Las uvas de la ira.
No hoy, cuando las Naciones-Estado salvan a las transnacionales, a los bancos, por encima de los intereses de la mayoría.
No hoy, cuando los Tratados contra la doble tributación benefician la acumulación de grandes capitales de los tiburones que depredan el cardumen.
No hoy, cuando es más conveniente dejar por la libre el uso de las divisas para la importación y la creación de riquezas que tienen como soporte los mercados paralelos, que a su vez liquidan la moneda nacional y exaltan el dólar imperial.
Por esos pactos de los que no conocemos las letras pequeñas y que nos entrampan con términos legales, nos asumen tontos, nos montan en el caldero.