De los gringos una puede aprender que
no debe inventarse o declararse en guerra si se sabe perdido. Y se
gana en el campo mediático tanto o más que en las colas.
Sí, estamos en guerra económica,
social, política, y la estamos perdiendo, y quien asuma que la está
ganando ha de ser aquel para quien laurearse es llenarse los
bolsillos. Y son pocos los que verdaderamente se lucran con la
miseria ajena.
Pero quiénes son los responsables.
Porque la papa caliente siempre quema a los pendejos.
¿Contra quién dirijo mi rabia? Las listas Forbes me muestran los
desvergonzados (casi siempre en género masculino) que se atreven a
sonreírle a la lente de una cámara, mientras que, para que ellos
escalen la pirámide de la acumulación capitalista, abajo deben
morir millones de personas.
Los veo, posterizados para la eternidad, pero son como dioses, no se dónde están, ni cómo hacer para que mis semejantes dejen de financiar sus cínicas estampas. Su religión, lejos de constituir una vergüenza, representa un ejemplo ¡Cuántos quieren ser como ellos! “Ser alguien en la vida”, la farsa.
Los veo, posterizados para la eternidad, pero son como dioses, no se dónde están, ni cómo hacer para que mis semejantes dejen de financiar sus cínicas estampas. Su religión, lejos de constituir una vergüenza, representa un ejemplo ¡Cuántos quieren ser como ellos! “Ser alguien en la vida”, la farsa.
A propósito de a quién cobro tanta desigualdad, John Steimbeck,
lo recrea en el siguiente diálogo de Las uvas de la ira:
-No depende de mí, y no hay nada que pueda yo hacer. Perderé el
trabajo si no lo hago. Mira, supongamos que me matas. Simplemente te
colgarán, pero antes de que te cuelguen, habrá otro tipo encima del
tractor y derribará la casa. No estarías matando al tipo
correcto.
-Eso es -dijo el arrendatario-. ¿Quién te dio las órdenes? Dime e iré tras él. Tengo que matarlo.
-Estás equivocado. Él recibió las órdenes del banco. El banco le dijo: "Quita a esa gente del medio o pierdes el trabajo".
-Bueno, está el presidente del banco. Hay una junta. Voy a llenar el cargador del rifle y voy al banco.
-Un tipo me dijo que el banco recibe órdenes del Este. Las órdenes eran: "Hagan rentable la tierra o cerraremos el banco" -explicó el chofer.
-Pero ¿dónde se acaba? ¿a quién podemos disparar? No quiero morirme de hambre antes de liquidar al hombre que me está matando de hambre.
-Eso es -dijo el arrendatario-. ¿Quién te dio las órdenes? Dime e iré tras él. Tengo que matarlo.
-Estás equivocado. Él recibió las órdenes del banco. El banco le dijo: "Quita a esa gente del medio o pierdes el trabajo".
-Bueno, está el presidente del banco. Hay una junta. Voy a llenar el cargador del rifle y voy al banco.
-Un tipo me dijo que el banco recibe órdenes del Este. Las órdenes eran: "Hagan rentable la tierra o cerraremos el banco" -explicó el chofer.
-Pero ¿dónde se acaba? ¿a quién podemos disparar? No quiero morirme de hambre antes de liquidar al hombre que me está matando de hambre.
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Más allá de señalar quién nos cachetea, por qué seguimos
poniendo las mejillas. Por qué seguimos sosteniendo al amo. En
dónde nos perdimos del camino de regreso. Cómo podemos disolver el
círculo perverso del capitalismo.
Pequeñas acciones, o acciones locales para cambios globales
proponen algunos, la vuelta al campo otros. La cancelación de gustos
socialmente construidos por el avance de la industria: el azúcar, la
sal, la leche, la carne, las harinas y su transformación por hábitos
menos corrosivos.
Y ahí podríamos detenernos un párrafo, para preguntarnos cuáles
son los productos que precisamente acaparan, que abandonan los
anaqueles en Venezuela y por los cuales las colas florean en la
urbanidad. Los que nos hacen más daño, los antes mencionado,
aceites, mantequillas, refinados, venenos que nos han hecho adictos a
la enfermedad.
Los golpes económicos en la historia hayan a los pueblos
desmemoriados, nos encuentran desunidos. Lo mismo que ocurre en la
Venezuela actual ocurrió antes en el cono sur y se llevó por los
cachos a Allende y al pueblo argentino en su momento.
Recientemente, me hicieron llegar este fragmento de La casa de
los espíritus de Isabel Allende, escrita en el año 1982. Da
miedo la exactitud en la descripción de la situación en Venezuela,
sólo que ella habla de la Chile de principio de los setenta.
"El pueblo se encontró por primera vez con suficiente dinero
para cubrir sus necesidades básicas y comprar algunas cosas que
siempre deseó, pero no podía hacerlo, porque los almacenes estaban
casi vacíos. Había comenzado el desabastecimiento, que llegó a ser
una pesadilla colectiva. Las mujeres se levantaban al amanecer para
pararse en las interminables colas donde podían adquirir un
escuálido pollo, media docena de pañales o papel higiénico. El
betún para lustrar zapatos, las agujas y el café pasaron a ser
artículos de lujo que se regalaban envueltos en papel de fantasía
para los cumpleaños. Se produjo la angustia de la escasez, el país
estaba sacudido por oleadas de rumores contradictorios que alertaban
a la población sobre los productos que iban a faltar y la gente
compraba lo que hubiera, sin medida, para prevenir el futuro. Se
paraban en las colas sin saber lo que se estaba vendiendo, sólo para
no dejar pasar la oportunidad de comprar algo, aunque no lo
necesitaran. Surgieron profesionales de las colas, que por una suma
razonable guardaban el puesto a otros, los vendedores de golosinas
que aprovechaban el tumulto para colocar sus chucherías y los que
alquilaban mantas para las largas colas nocturnas. Se desató el
mercado negro. La policía trató de impedirlo, pero era como una
peste que se metía por todos lados y por mucho que revisaran los
carros y detuvieran a los que portaban bultos sospechosos no lo
podían evitar. Hasta los niños traficaban en los patios de las
escuelas. En la premura por acaparar productos, se producían
confusiones y los que nunca habían fumado terminaban pagando
cualquier precio por una cajetilla de cigarros, y los que no tenían
niños se peleaban por un tarro de alimento para lactantes".
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¿Quién diría que el templo sagrado de la política se
trasladaría de la plaza pública, a los supermercados? De hecho son
estos tiburones los que reciben mayor descuento del Estado y de las
grandes empresas por re-vender productos de la cesta básica, el
gancho para ofertar todo lo otro que no necesitamos.
Son los supermercados revendedores, bachaqueros con licencia. Y
¿le importará al bachaco, al dueño de estos establecimientos
expender al pueblo, o simplemente despachar a mayor precio y más
rápido, y en ese sentido hacerlo a cualquiera? Así, la lógica
capitalista explica que haya harina para hacer empanadas y arepas en
luncherías y afines, y no para que usted surta su mesa en el
desayuno.
¿Cómo es posible que, según la Universidad Campesina Argimiro
Gabaldón, producir un kilo de tomates cuesta unos 12 Bolívares, y
que después de una sucesión de intermediarios, lo compremos en 200?
¿Y si no lo compramos sino al campesino? Después de todo la
kriptonita de ése otro súper podría estar literalmente en nuestras
manos y no en un planeta ajeno.
Después de las multinacionales, son las cadenas (buen nombre para
significar lo que son y lo que debemos romper) las que se prestan
para hacer con “nuestras preferencias” lo que el sistema hace con
las carnes: recibirlas, desangrarlas, empaquetarlas, enfilarlas y
disponerlas para el atosigue humano.
Al decir del poeta estadounidense
Howard Nemerow podríamos elevar una oración en la iglesia del
capital, una Acción de gracias para ser recitada en un
supermercado:
Este Dios nuestro, Gran Geómetra,
hace algo por nosotros aquí donde ha puesto
(por decirlo de algún modo) las cosas en forma:
comprimiendo corderitos en dados ordenados.
convirtiendo el asado en un pulcro cilindro,
ciñendo al jamón a una lata elipsoide,
convirtiendo el anonimato de la carne picada
en cuadrados y óvalos de borde biselado
o redondeado (aerodinámicos, quizá, para mayor rapidez).
Alabado sea, Él que ha conferido distancia estética
a nuestros apetitos y ha impuesto formas significativas
al sangriento revoltijo de nuestra natural herencia:
nuestra indecorosa necesidad. Gracias a Él
las bestias entran en el reino euclideano de los números,
libres de sus vidas abultadas y henchidas de sangre.
Vienen a nosotros santificadas, en transparencias
de celofán, en el cuerpo místico,
para que contemplemos impávidos la muerte
como el más grande bien, cual si fuéramos filósofos.
Este Dios nuestro, Gran Geómetra,
hace algo por nosotros aquí donde ha puesto
(por decirlo de algún modo) las cosas en forma:
comprimiendo corderitos en dados ordenados.
convirtiendo el asado en un pulcro cilindro,
ciñendo al jamón a una lata elipsoide,
convirtiendo el anonimato de la carne picada
en cuadrados y óvalos de borde biselado
o redondeado (aerodinámicos, quizá, para mayor rapidez).
Alabado sea, Él que ha conferido distancia estética
a nuestros apetitos y ha impuesto formas significativas
al sangriento revoltijo de nuestra natural herencia:
nuestra indecorosa necesidad. Gracias a Él
las bestias entran en el reino euclideano de los números,
libres de sus vidas abultadas y henchidas de sangre.
Vienen a nosotros santificadas, en transparencias
de celofán, en el cuerpo místico,
para que contemplemos impávidos la muerte
como el más grande bien, cual si fuéramos filósofos.
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Al comienzo de estas divagaciones, me propuse hablar de la guerra
que perdemos y del aparato publicitario que se usa para exponerlo. Y
por ahí leí una de las conclusiones a las que quieren que lleguemos
después de tanto apretarnos por el cuello, según la cual lo mejor
sería que el Gobierno sincere los precios de los alimentos y así se
“acabe la vaina”.
Eso sería “capitular”, aunque todos los días el cuchillo
oxidado raspe la yugular y paguemos con sangre una hoja de papel con
la cual limpiarnos el culo. En la práctica la abatida es la
esperanza, y sobre el lomo de los bachacos se transporta la guerra.
La única que no se bachaquea y a final de cuentas es la escasez
que más nos afecta es la de Revolución.
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