viernes, 27 de febrero de 2015

Gastronauta 22: Los bachacos de la guerra


De los gringos una puede aprender que no debe inventarse o declararse en guerra si se sabe perdido. Y se gana en el campo mediático tanto o más que en las colas.
Sí, estamos en guerra económica, social, política, y la estamos perdiendo, y quien asuma que la está ganando ha de ser aquel para quien laurearse es llenarse los bolsillos. Y son pocos los que verdaderamente se lucran con la miseria ajena.

Pero quiénes son los responsables. Porque la papa caliente siempre quema a los pendejos.
¿Contra quién dirijo mi rabia? Las listas Forbes me muestran los desvergonzados (casi siempre en género masculino) que se atreven a sonreírle a la lente de una cámara, mientras que, para que ellos escalen la pirámide de la acumulación capitalista, abajo deben morir millones de personas.
Los veo, posterizados para la eternidad, pero son como dioses, no se dónde están, ni cómo hacer para que mis semejantes dejen de financiar sus cínicas estampas. Su religión, lejos de constituir una vergüenza, representa un ejemplo ¡Cuántos quieren ser como ellos! “Ser alguien en la vida”, la farsa.
A propósito de a quién cobro tanta desigualdad, John Steimbeck, lo recrea en el siguiente diálogo de Las uvas de la ira:
-No depende de mí, y no hay nada que pueda yo hacer. Perderé el trabajo si no lo hago. Mira, supongamos que me matas. Simplemente te colgarán, pero antes de que te cuelguen, habrá otro tipo encima del tractor y derribará la casa. No estarías matando al tipo correcto.
-Eso es -dijo el arrendatario-. ¿Quién te dio las órdenes? Dime e iré tras él. Tengo que matarlo.
-Estás equivocado. Él recibió las órdenes del banco. El banco le dijo: "Quita a esa gente del medio o pierdes el trabajo".
-Bueno, está el presidente del banco. Hay una junta. Voy a llenar el cargador del rifle y voy al banco.
-Un tipo me dijo que el banco recibe órdenes del Este. Las órdenes eran: "Hagan rentable la tierra o cerraremos el banco" -explicó el chofer.
-Pero ¿dónde se acaba? ¿a quién podemos disparar? No quiero morirme de hambre antes de liquidar al hombre que me está matando de hambre.
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Más allá de señalar quién nos cachetea, por qué seguimos poniendo las mejillas. Por qué seguimos sosteniendo al amo. En dónde nos perdimos del camino de regreso. Cómo podemos disolver el círculo perverso del capitalismo.
Pequeñas acciones, o acciones locales para cambios globales proponen algunos, la vuelta al campo otros. La cancelación de gustos socialmente construidos por el avance de la industria: el azúcar, la sal, la leche, la carne, las harinas y su transformación por hábitos menos corrosivos.
Y ahí podríamos detenernos un párrafo, para preguntarnos cuáles son los productos que precisamente acaparan, que abandonan los anaqueles en Venezuela y por los cuales las colas florean en la urbanidad. Los que nos hacen más daño, los antes mencionado, aceites, mantequillas, refinados, venenos que nos han hecho adictos a la enfermedad.
Los golpes económicos en la historia hayan a los pueblos desmemoriados, nos encuentran desunidos. Lo mismo que ocurre en la Venezuela actual ocurrió antes en el cono sur y se llevó por los cachos a Allende y al pueblo argentino en su momento.
Recientemente, me hicieron llegar este fragmento de La casa de los espíritus de Isabel Allende, escrita en el año 1982. Da miedo la exactitud en la descripción de la situación en Venezuela, sólo que ella habla de la Chile de principio de los setenta.
"El pueblo se encontró por primera vez con suficiente dinero para cubrir sus necesidades básicas y comprar algunas cosas que siempre deseó, pero no podía hacerlo, porque los almacenes estaban casi vacíos. Había comenzado el desabastecimiento, que llegó a ser una pesadilla colectiva. Las mujeres se levantaban al amanecer para pararse en las interminables colas donde podían adquirir un escuálido pollo, media docena de pañales o papel higiénico. El betún para lustrar zapatos, las agujas y el café pasaron a ser artículos de lujo que se regalaban envueltos en papel de fantasía para los cumpleaños. Se produjo la angustia de la escasez, el país estaba sacudido por oleadas de rumores contradictorios que alertaban a la población sobre los productos que iban a faltar y la gente compraba lo que hubiera, sin medida, para prevenir el futuro. Se paraban en las colas sin saber lo que se estaba vendiendo, sólo para no dejar pasar la oportunidad de comprar algo, aunque no lo necesitaran. Surgieron profesionales de las colas, que por una suma razonable guardaban el puesto a otros, los vendedores de golosinas que aprovechaban el tumulto para colocar sus chucherías y los que alquilaban mantas para las largas colas nocturnas. Se desató el mercado negro. La policía trató de impedirlo, pero era como una peste que se metía por todos lados y por mucho que revisaran los carros y detuvieran a los que portaban bultos sospechosos no lo podían evitar. Hasta los niños traficaban en los patios de las escuelas. En la premura por acaparar productos, se producían confusiones y los que nunca habían fumado terminaban pagando cualquier precio por una cajetilla de cigarros, y los que no tenían niños se peleaban por un tarro de alimento para lactantes".
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¿Quién diría que el templo sagrado de la política se trasladaría de la plaza pública, a los supermercados? De hecho son estos tiburones los que reciben mayor descuento del Estado y de las grandes empresas por re-vender productos de la cesta básica, el gancho para ofertar todo lo otro que no necesitamos.
Son los supermercados revendedores, bachaqueros con licencia. Y ¿le importará al bachaco, al dueño de estos establecimientos expender al pueblo, o simplemente despachar a mayor precio y más rápido, y en ese sentido hacerlo a cualquiera? Así, la lógica capitalista explica que haya harina para hacer empanadas y arepas en luncherías y afines, y no para que usted surta su mesa en el desayuno.
¿Cómo es posible que, según la Universidad Campesina Argimiro Gabaldón, producir un kilo de tomates cuesta unos 12 Bolívares, y que después de una sucesión de intermediarios, lo compremos en 200?
¿Y si no lo compramos sino al campesino? Después de todo la kriptonita de ése otro súper podría estar literalmente en nuestras manos y no en un planeta ajeno.
Después de las multinacionales, son las cadenas (buen nombre para significar lo que son y lo que debemos romper) las que se prestan para hacer con “nuestras preferencias” lo que el sistema hace con las carnes: recibirlas, desangrarlas, empaquetarlas, enfilarlas y disponerlas para el atosigue humano.
Al decir del poeta estadounidense Howard Nemerow podríamos elevar una oración en la iglesia del capital, una Acción de gracias para ser recitada en un supermercado:

Este Dios nuestro, Gran Geómetra,
hace algo por nosotros aquí donde ha puesto
(por decirlo de algún modo) las cosas en forma:
comprimiendo corderitos en dados ordenados.
convirtiendo el asado en un pulcro cilindro,
ciñendo al jamón a una lata elipsoide,
convirtiendo el anonimato de la carne picada
en cuadrados y óvalos de borde biselado
o redondeado (aerodinámicos, quizá, para mayor rapidez).

Alabado sea, Él que ha conferido distancia estética
a nuestros apetitos y ha impuesto formas significativas
al sangriento revoltijo de nuestra natural herencia:
nuestra indecorosa necesidad. Gracias a Él
las bestias entran en el reino euclideano de los números,
libres de sus vidas abultadas y henchidas de sangre.
Vienen a nosotros santificadas, en transparencias
de celofán, en el cuerpo místico,
para que contemplemos impávidos la muerte
como el más grande bien, cual si fuéramos filósofos.

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Al comienzo de estas divagaciones, me propuse hablar de la guerra que perdemos y del aparato publicitario que se usa para exponerlo. Y por ahí leí una de las conclusiones a las que quieren que lleguemos después de tanto apretarnos por el cuello, según la cual lo mejor sería que el Gobierno sincere los precios de los alimentos y así se “acabe la vaina”.
Eso sería “capitular”, aunque todos los días el cuchillo oxidado raspe la yugular y paguemos con sangre una hoja de papel con la cual limpiarnos el culo. En la práctica la abatida es la esperanza, y sobre el lomo de los bachacos se transporta la guerra.
La única que no se bachaquea y a final de cuentas es la escasez que más nos afecta es la de Revolución.

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