jueves, 27 de agosto de 2015

Mujerícola 15: La De


A Malena la traía su tía Jacinta. Ambas se vinieron de Medellín. Jacinta hace veinte años y Malena hará apenas uno. Jacinta limpia en la casa de éstos los lunes, miércoles y viernes, y de aquellos martes y jueves. También lava los baños de un liceo en Valles del Tuy los sábados.
La tía se trajo a la Male porque el marido (un servil paraco) la-iba-medio-matando y “allá no iba a tener futuro”. Caracas sería mejor destino. Pero Malena no pudo trascender San Antonio del Táchira. Se enamoró en su pequeña estadía y quedó embarazada hace exactamente seis meses.

Jacinta dejó dos hijos en Colombia que ya superan su veintena del lado venezolano. Los que parió acá le hinchan a Los cafeteros. Jacinta llegó para limpiar la mierda de los que cagan más arriba del culo. “Si yo hubiese sido española o portuguesa, mi historia en este país fuera otra”. Los latinos llegan a fregar. Los europeos a ser propietarios.
Malena repitió la historia de tantas. Apenas el amor se enteró de su preñez, se fue a comprar cigarros. Le tocó parar en una de las invasiones, equilibrar cinco planchas de zinc y ofrecer sus manos para tallar la mugre en casa ajena.

martes, 25 de agosto de 2015

Gastronauta 49: VPH



A ella le dolía como si la quemaran intermitentemente con un encendedor de tabacos para autos.
Al principio del fin, su cuerpo se desprendía de la vida como una hoja de árbol, hasta dejarle desolado, desnudo, seco.
De donde nació el placer un volcán la hería.

Amalia tuvo tres maridos conocidos y a todos los sobrevivió.
Se los pasó de una mano a otra, como agua fresca. De su cuenco húmedo doce hijos coronaron la luz. Mujer de conuco, sus manos lo mismo despescuezaban una gallina, que tejían las trenzas de su siete hijas, o enderezaban el camino del que se atrevía a torcerlo.

Debajo de sus fondos y sobre sus alpargatas dos cañaverales endulzaron al proscrito hasta que el azúcar se agrió y fue su jugo abandonando las venas.

Después de que su último marido muriera, guardó luto durante más de cuarenta años. De su larga cabellera negra se apoderó la luna y a sus tetas las reclamaba el mismo magma de las tripas de la tierra.
Cuando hablaba, hasta Dios callaba para escucharla, porque nunca supo susurrar. Se le recuerda por tener la planta de los pies más suaves que ser humano alguno haya tenido. Pero esta cosa extraterrena no le sirvió para nada.

Igual, le dolía caminar.

viernes, 21 de agosto de 2015

Mujerícola 14: Trina


Ella nació tres veces.
La vez que el viento de Río Chico movió las hamacas en la entrepiernas de su madre. Cuando se arrejuntó con Orlando. Y cuando Orlando murió. Dos hijos le parió: Sebastián y Juan.
Ochenta y tres han sido la vueltas en las que el sol le ha dado la cara y la espalda. Según ella “ya va de ida”, y su cuerpo sigue siendo reloj de arena. Su mejor obra consiste en estar viva.

No silba y aunque pasaba en limpio todos los libros de su marido el poeta, no le gusta manchar el papel. Pero es cuentera y lo agradezco.
La palabra casa hace de techo al piso de otro, y en las ventanas de su cocina cuelgan las sábanas roídas y hepáticas de “una vecina sin pudor”.
Su hogar, un viejo apartamento de 110 metros cuadrado, hila bibliotecas escondidas y otras a la vista.

jueves, 20 de agosto de 2015

Entrevista a Celso Piña: “A la industria le cayó el pirata y al pirata el internet”


El hombre que le lleva la comida se ha devuelto -con esta- la segunda vez.
La primera, el comensal se empinó un frasquito de Tabasco.
La segunda repetiría, pero se dio cuenta de algo, la comida no sabría lo mismo que con un chilito mejicano. Ni la nuestra, ni la argentina, menos la europea, ninguna como la picante sazón regiomontana. “Déjame unos veinte añitos más, y te digo qué me parece Venezuela”.

Celso Piña cuenta sesenta y dos vueltas al sol, treinta y cinco de las cuales abraza el viento con su cajón de música. “Lo mágico del acordeón es que si estás triste, él llora contigo. Pero si estás contento, lo celebra”.
El mayor de nueve hermanos, acompañó a su padre en todos los trabajos, para mantener a su familia. Mientras, cantó para acompañar, para enamorar, por cantar. Escuchó a los grandes de la cumbia colombiana a través de los discos que llegaban de Estados Unidos a Monterrey, hasta que un día se hartó de sólo escucharlos y decidió copiarlos.
-Papá, quiero tocar el acordeón. Regálame uno, le dijo.
-¡Órale! ¿Y lo quieres nuevito?

martes, 18 de agosto de 2015

Gastronauta 48: Orlando Araujo, al vino


¿Dónde nace el agua? ¿Qué descarnada angustia empuja la piedra río abajo?

Trina me hace pasar a la pequeña gran biblioteca de Orlando, su marido. Desempolva un cuaderno más bien pequeño, de hojas amarillo añejo, forrado con papel contact de cuadros huecos, rojos y azules. Se los hacía para que escribiera. Y ése lo guarda con recelo porque es el último que le queda. Lo acaricia, se lo lleva al pecho. “No lloro por pendejadas”, se dice.

-¿Compañero de viaje, es EL libro, verdad?
-Sí. Es Orlando. Ahí habla su yo. De su padre. Con él.

Don Sebastián la vez que su hijo estuvo preso, vino de Calderas a Caracas y la llevó aparte. “¿Qué jurga es esa de que no quiere casarse con mi hijo? Yo sé que es usted”, le dijo. Y no se equivocaba.

jueves, 13 de agosto de 2015

Mujerícola 13: Forough


Fue leprosa. Aunque la bacteria nunca la tomaría, a su cuerpo una llaga le supuraba. Le arrancaron al hijo como a una gasa de la costra. Y sangró hasta el último de sus días, manantial de lágrimas. “Recuerda que es inútil que te pongas bella y que eres una canción en el desierto, abandonada de los tuyos. El día decae, las sombras de la tarde se alargan y como una jaula llena de pájaros, nuestra vida está llena de lamentos”.

Apaga las luces, porque la oscuridad vela la fealdad, La casa es negra (1967):
Forough Farrojzad tenía quince cuando la escuela le apretó y se la quitó de encima como un mal brasier. Se despojó de una amarra, para entramparse en otra, con un pariente quince años mayor que ella. Al año de casarse, en 1953 da a luz a Kaymar y en el 54 se desamarra el marido. Le arrancan así al hijo de la tetas, y a ella, la hija que fue... de los padres que alguna vez tuvo.
Teherán ardió en consecuencia. Su poemario, Cautiva, nace de su primera muerte. A ella la llamaron puta, la más leve de las piedras, a su editor lo hicieron preso.
El Muro y Rebelión serían la antesala de su primera y única inmersión como directora de cine, de la mano de un amante, bordearía su pústula en los ojos ajenos de la Leprosería de Tabriz.

martes, 11 de agosto de 2015

La regla


A mí no me gustaba sangrar,
pero siempre he sido necia
y como a los demás asqueaba,
me enamoré de mi regla.
Le hice un nido en el balcón de mis piernas
y nítida canta todos los meses.
Ahora que falta porque llevo varios años empollando
vuelve como susurro y se hace ola rápidamente.
Mi cuerpo que no conoce primero de mayo,
tiñe las flores
alimenta el orégano
desgasta sus huesos
desempolva la muerte, que también pone sus larvas en juego.
Cada vez que sangro me detengo en la cama a mirar el cielo sin gobierno
y los dolores lejanos me quito como a los vestidos
los cuelgo, desaguo, y apilo bala tras bala.
Un dedo que apunta a la boca de una pistola.
Mi lengua rota que gotea de placer.
Es un poema no nacido.
Un tambor de carne.
Mi sangre no ha firmado la lista de asistencia,
burbujea la miel
un caballo que se sostiene en las dos patas traseras
y me hace masticar la verdad.
La regla.

Gastronauta 47: Alma mater

Fragmento del mural Conductores de Venezuela en la UCV

La Universidad es una maestra de casi dos metros de altura, con el culo embojotado en una pantaleta que bien podría ser del tamaño del pabellón que iza el Humboldt, allá arriba en el Ávila. Usa una falda verde bajo las rodillas, de cintura forajida y vientre abultado como caparazón de tortuga. La Universidad. Maestra curtida por el sol, que descascara los mosaicos detrás de los que guarda los libros. Le huyen las guacamayas y hacen fila en sus puertas montones de avestruces, aves grandes incapaces de volar.
La universidad no se peina porque cree en la libertad, pero su esencia le enreda los cabellos. Es un nudo sobre los hombros, cenizo, grasoso, moteado por los piojos de los árboles. Cada hebra es un día en el que ha sido Universidad.

jueves, 6 de agosto de 2015

Mujerícola 12: Norma

Gladyz Baker, madre de Norma

A Norma no le gustaba ser la excepción que confirmara su nombre.
El Rey se oscureció la melena, pero antes ella se la destiñó. Ambos movieron las caderas a cambio de la fama y fortuna. Su desnudez no era tal, la cubrían centenares de oídos, millones de ojos: “No es cierto que no tuviese nada puesto. Tenía puesta la radio”. No era tonta, tampoco rubia. Pero podía ser lo que usted quisiese, su coeficiente superior a ciento sesenta se permitía un ventilador de metro faraleando sus faldas.
Cuando algunas personas se masturbaban con sus fotogramas, ella iba a la Universidad a estudiar historia y literatura, enamorada del olor a tinta que empapaba letra por letra y la brisa fresca del acordeón de hojas de los clásicos. Incluso muy por el contrario a lo que sentía por sí misma, amaba a los libros.

Después de que quebraran el vientre de su hoja, se lavaba frente al espejo tantas veces pudiera encerrarse en el baño, sino apartaba del fregadero los platos para que sobre ellos no cayera su suciedad.

martes, 4 de agosto de 2015

Gastronauta 46: Teta

Sera McCorkle por Kate Murray

Para algunos la palabra teta es un laberinto:
“Es más bonito si dices seno, decir teta es tan grosero”, me enseñaron.
Pasa con la teta lo que con la cuca, tiene más nombre que Simón José de la Santísima Trinidad.

Decir teta ofende. Pero tener teta es hacer malabares con agujas:
A él lo acostaron y sobre cada una de sus pezones equilibraron el canto de una moneda. Lo puñetearon. Les daba pánico que les crecieran como a una mujer. Y entonces fue preferible mancarlas.

En el horizonte tembloroso de un río de leche se miran los miedos:
Una vez me preguntaron que si darle teta a mis niñas no les fomentaba el lesbianismo, condenando la elección de ama(manta)r en libertad.

Dar teta puede convertirse en una invitación al acoso:
“De ahí comemos varios”, dice uno. El otro le responde “y quedamos satisfechos”. Se le enciman. Ella se la guarda. El niño llora. Nadie dice nada.

sábado, 1 de agosto de 2015

Agosto


Mi abuelo se encargaba de surtir el agua en Las Pomarrosas
de él, la contemplación
de cuando cae una hoja en la quietud y círculo entre círculo arrima la orilla
un espejo de nubes
desgranamos para hacer llover el maíz
mi viejo, guardián del agua, caminó la montaña
la atravesó con venas de metal
sintió la sequía
y prefirió el ron.
De las manos de mi abuelo sobresalían las tuberías para que todos bebieran.
No recuerdo el día de su santo, pero sí el mes
noventa y seis años tenía cuando su flor se entibió en los cabellos de mi abuela.
Hoy su conuco me ofrenda una auyama de doce kilos
quiere mi abuelo morder su tierra
romper el escudo de tiempo
y colgar la hamaca para embolsar el viento.
Mi padre está orgulloso de parecérsele
y de vez en cuando desengaveta sus muy viejos documentos
y de a poco el aire los va desintegrando.
Entonces, mi abuelo es una amarillenta hoja de inscripción militar que le sirve de pañuelo al más pequeño de sus hijos, es también una pequeña manzana con sabor a parchita, que arranqué a mi niña, por allá cuando nacía mil novecientos noventa y dos.
El polvo seca las paredes de su barrio
y mi abuelo crece para enlodar la sed,
su nombre es Justo.