El hombre que le lleva la comida se ha
devuelto -con esta- la segunda vez.
La primera, el comensal se empinó un
frasquito de Tabasco.
La segunda repetiría, pero se dio
cuenta de algo, la comida no sabría lo mismo que con un chilito
mejicano. Ni la nuestra, ni la argentina, menos la europea, ninguna
como la picante sazón regiomontana. “Déjame unos veinte añitos
más, y te digo qué me parece Venezuela”.
Celso Piña cuenta sesenta y dos
vueltas al sol, treinta y cinco de las cuales abraza el viento con su
cajón de música. “Lo mágico del acordeón es que si estás
triste, él llora contigo. Pero si estás contento, lo celebra”.
El mayor de nueve hermanos, acompañó
a su padre en todos los trabajos, para mantener a su familia.
Mientras, cantó para acompañar, para enamorar, por cantar. Escuchó
a los grandes de la cumbia colombiana a través de los discos que
llegaban de Estados Unidos a Monterrey, hasta que un día se hartó
de sólo escucharlos y decidió copiarlos.
-Papá, quiero tocar el acordeón.
Regálame uno, le dijo.
-¡Órale! ¿Y lo quieres nuevito?
El que pudieron conseguir entre los
cachivaches de un fierrero, pasó por la sala de operaciones en manos
del propio Celso. Parche por aquí, parche por allá, tres años le
tomó sacarle música al fuelle y que no sonara como gases de
borracho malo del estómago. “Como una carrera técnica”, tres
años. “Lo principal para tocar acordeón es saber que lo amas
realmente”.
Se le reconoce desde entonces por
llevar a Colombia al México lindo y querido y por reinventarse al
mezclar la cumbia con los ritmos más diversos.
Y ser pionero le valió el mote. Cuenta
que lo del “Rebelde del acordeón” se debe a que durante un
Festival se resistió a repetir las canciones suyas, ya cantadas por
otras bandas durante el desarrollo del encuentro.
“Yo escuchaba que todas tocaban lo
mismo, y entonces me pregunté qué sino había creación propia,
diversidad”. Fue así como el productor le mostró la lista de las
canciones que se expondrían, y con la misma Celso hizo “pelotas la
hoja” entre sus manos y la rebotó en el pecho del locutor que
tenía enfrente. “Pues mira”, le dijo, “tocaré lo que quiera y
lo que la gente me pida”. El hombre tragó grueso: “eres un
rebelde”. A lo que Celso no demoró en repicar: “sí, pero del
acordeón”. Desde entonces lo llaman de este modo. Porque el que
crea, no repite.
El par de cajas de armónicas de madera
que abren y cierran el pecho de Celso la conocen hasta en Marruecos.
“Ya no vendo discos, quién los vende, pero voy de allá para acá,
y de aquí poraí”. Viene de Colombia y en octubre viaja a
China, por ejemplo. La industria no le preocupa, porque lo que le
mantiene “es la gente”. “A la industria le cayó el pirata, y
al pirata el internet: para unos hay otros”.
Si los puristas hablaran con Celso
podrían enfriarse su guarapo. Es un mexicano, de los mejores
exponentes de la cumbia colombiana; después es un cumbiero que se
atreve a mezclarse con rock, rap, ska, pop; es cuentero como el que
más y se pasea a sus anchas por “haigas” y “estábanos”, sin
complejo.
Sin complejos le tocó cumbia a García
Márquez y lo puso a bailar junto a Mercedes “y a la crema y nata
de Monterrey, que hasta entonces miraba mi música por encima del
hombro, como a la chusma”. Lo mismo la segunda vez se embolsó Cien
años de soledad, y el Gabo le firmó la primera hoja: “Para
Celso. De su hincha”. Cuenta que “ése libro es la envidia de los
escritores mejicanos”.
Gabriel García Márquez, de seguro vio
entre las manos de Celso aquel instrumento proletario, que de haberlo
dejado su abuela, nos hubiese robado una de las plumas más
extraordinarias de hispanoamérica ¿Se imaginan a Celso acordoneando
a Macondo?
También le tocó a Fernando Botero.
Ríe, porque no sabía sobre qué iba la escultura aquella que le
daba la bienvenida al artista colombiano. “Yo creía que era un
elefante, un mamut, pues era toda una bola. Era una muchacha”.
Pero al hombre que adoran en Colombia,
no lo conocieron sino hasta el 2010, treinta años después, cuando
lo llevan a un Festival y lo reciben sus maestros. “Casi lloro”.
Era el Carnaval Internacional de las Artes en Barranquilla y lo
recibieron Aníbal Velásquez y Alfredo Gutiérrez.
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“En México siempre hemos estado mal,
hemos estado bien, hemos estado igual”. No se atreve a un análisis
más profundo, porque se reconoce ignorante de la política.
A Donald Trump, el xenófobo, le invita
a ver el largometraje de Arau, Un día sin mejicanos, porque es
principalmente su fuerza de trabajo -la de los hijos de Juárez- la
que sostiene a ese país. “Ándale que está equivocado”, es
tajante.
Celso encontró una manera de no sólo
despedir dióxido de carbono, el aire que entra a su cuerpo sale en
forma de lamento, o de grito que invita a la fiesta. Cada una de los
botones que componen los extremos de sus manos acarician este “animal
triste”, hasta arrugarnos el sentimiento.
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En Venezuela, acompaña a Pato Machete
en una minigira por el país. Primero, en la Plaza La Justicia de
Barquisimeto, este jueves 20 a las 5 de la tarde. También en Mérida
en el Centro de Convenciones Mucumbarila el viernes 21 a las 7 de la
noche. Y en la capital, el encuentro será en el estacionamiento de
la Casa del Artista, el sábado 22 a las 5 de la tarde.
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