Mi abuelo se encargaba de surtir el
agua en Las Pomarrosas
de él, la contemplación
de cuando cae una hoja en la quietud y
círculo entre círculo arrima la orilla
un espejo de nubes
desgranamos para hacer llover el maíz
mi viejo, guardián del agua, caminó
la montaña
la atravesó con venas de metal
sintió la sequía
y prefirió el ron.
De las manos de mi abuelo sobresalían
las tuberías para que todos bebieran.
No recuerdo el día de su santo, pero
sí el mes
noventa y seis años tenía cuando su
flor se entibió en los cabellos de mi abuela.
Hoy su conuco me ofrenda una auyama de
doce kilos
quiere mi abuelo morder su tierra
romper el escudo de tiempo
y colgar la hamaca para embolsar el
viento.
Mi padre está orgulloso de parecérsele
y de vez en cuando desengaveta sus muy
viejos documentos
y de a poco el aire los va
desintegrando.
Entonces, mi abuelo es una amarillenta
hoja de inscripción militar que le sirve de pañuelo al más pequeño
de sus hijos, es también una pequeña manzana con sabor a parchita,
que arranqué a mi niña, por allá cuando nacía mil novecientos
noventa y dos.
El polvo seca las paredes de su barrio
y mi abuelo crece para enlodar la sed,
su nombre es Justo.
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