viernes, 31 de octubre de 2014

Alí en los ojos del Sol

Por: Ernesto J. Navarro e Indira Carpio Olivo

-“Sol, te llama un tal Alí Primera”, le dijo Don Rafael mientras le pasaba el auricular.
La llamada le extrañaba, porque habían transcurrido unos ocho meses desde el instante en que ella le diera el número de su casa, en un pedazo de hoja de cuaderno.

Aquel día, cuando se conocieron, ella trajeaba la tarde con un liquiliqui de falda color salmón, un sombrero pelo e' guama y una cascada negra sobre la espalda, su larga cabellera. Con su presencia llenaba las tablas del Teatro del Complejo Ferial de Barquisimeto y robó así los ojos del Cantor del pueblo.

Con sus 18 años, ya era conocida como “La reina de la voz liceista” y había sido invitada al encuentro “Los venezolanos primero”, conducido por Gerardo Brito, el General del Folklore. Alí de 34, también había sido convidado a la cantata, y al destino.

Él cantó primero. Ella le seguiría. Sol entonó Venezuela habla cantando, La Paraulata llanera y Alfonsina y el mar. Sentía la mirada profunda de Alí en la espalda mientras enfrentaba al público. Desde entonces ha vivido con ella y para ella. 

Al bajar del escenario, su hermano mayor, también llamado Rafael, que era quien la llevaba “poraí, a cantar”, se le acerca. A su lado camina el hombre de la mirada profunda. 
-Sol, te presento a Alí. Él es el Cantor del pueblo, un cantante muy importante.

En adelante, el hermano, sería el anzuelo al que recurriría Alí para pescar el Sol.
 

miércoles, 29 de octubre de 2014

Canción para el vuelo

Esta canción es un regalo para mí y mis dos ramitas, en la voz de José Alejandro Delgado (hermano, escritor y compositor del tema) y Marta Gómez, me acompaña durante el día. 
La tarareo y me baila en el pecho.
Hace una semanas, pregunté por José y me dijeron que estaba en proceso creativo. "Te va a gustar", vaticinaron. Lo que no adivinaron era qué tanto.
Tuve la satisfacción de escucharla en su estreno, y vibré desde entonces y para el resto.
 
La comparto, porque la maravilla hay que extender.

Conciento Sala José Félix Ribas

martes, 28 de octubre de 2014

Precipicios


I. A la Pola una le pregunta qué es lo que más le gusta de mami, y ella señala y responde "lo ojo". Así, sin eses, singular como es ella.
Mis ojos, militantes de su maravilla.
Anoche, por primera vez durmió en su camita, al lado de la nuestra, fuera del cobijo de año y medio bajo mi pecho. Lo hizo durante toda la luna.
La que no parpadeó fui yo. Pasada las dos de la madrugada, decidí meditar después de contemplarla frondosa.
Hacía mucho no me encontraba. Casi lo olvidaba.
Empecé por enderezarme, y contar de 100 a 0, a abanicarme con los pensamientos. Luego, llegaron a mí postales de sus -hasta ahora- "primeras veces".

martes, 21 de octubre de 2014

En tres tajos: Manuela, Frida, Simone.


Cuando Manuela tomó entre sus manos el zarcillo que reposaba en las sábanas de Simón, tres generaciones de piel ardieron al fuego que mana desde el mismo núcleo de la tierra.
Ninguna batalla heriría más al Libertador, a nadie más suplicaría su perdón. La amante había sido traicionada. Y se encontraría de casualidad con la deslealtad.
Rivera era la bestia. Una capaz de abrazar con su cuerpo de sapo a cuanta incauta desease óleo. Frida acostumbrada a la erección de sus pinceles en lienzos ajenos nunca imaginó aquel cuadro: Su Diego delineaba la noche entrepierna de otra Kahlo, su hermana.
Había Magdalena llorado dolores terribles. Un accidente que le enyesara la vida. 32 veces operada. Perdido la savia de su vientre. Encamada, amputada; nada le dolió tanto, nunca.
La misma Frida lo sentencia así: “Yo sufrí dos accidentes graves en mi vida, uno en el que un autobús me tumbó al suelo… el otro accidente es Diego”.
El amor de Sartre por Beauvoir lo definía como necesario. Por las demás como contingente. Su Castor, como la llamaba lo calificó de machista, y él le añadió el remoquete de liberal: “Machista liberal”. Ambos acordaron la Ley de la posibilidad de la aventura contingente, complemento de su amor necesario.
 

martes, 14 de octubre de 2014

Gastronauta 12: Caracola



¿Habrá alguna artesanía que requiera más amor, más paciencia (*) que dar teta? ¿Tendrá que ver la construcción de nuestro reloj social con el destete temprano y la posterior proliferación de enfermedades? La responsabilidad de alimentar a otra persona con la savia de tu cuerpo requiere dedicación, y esa es una consagración que el sistema no está dispuesto a patrocinar.

¿La aceleración de los tiempos (post)modernos es causa o consecuencia de la cultura chatarra, promovida por la comercialización de la comida rápida y su globalización como paradigma?

Ante este panorama, hemos de elevar como propuesta la conformación de una política cultural para la ralentización de la vida, la vuelta a los ciclos, en los que prevalece el cuerpo natural (y su derivación en social), asunto que consiste en escucharnos y hacernos un poco de caso, obedeciendo al instinto.

Propone Dario Fo al caracol como símbolo de esta (lenta) moción, convertida en movimiento internacional y que es mucho más de lo que he venido a decir.

Podemos taparnos los ojos, incluso podemos no oir.
Al decir de Courtoisie "Los sordos hambrientos, sólo pueden oler la suculencia, quedarse en su orilla sin escucharla".
En cambio, el caracol "muerde la música de las hojas".

Necesitamos detenernos a respirar ¿Cómo puede la nada sostener nuestras masas?

(*) Cuando me refiero a la paciencia para dar teta, hablo de la tranquilidad y la calma que requieren ambos cuerpos, el de la madre y la cría, para manar río abajo.


domingo, 12 de octubre de 2014

Gastronauta 11: De vuelta a la semilla


Homeaje a Carpentier.

El paseo de la mañana lo llevó -en una silla de metal con ruedas- contra la pared de la cochera. No detuvo el choque. Hace rato sus movimientos eran independientes a sus deseos. Y no le importaba. Muy probablemente él había provocado el estallido. Cómo. No lo sabemos aun.
El camino al muro de cemento, comido por la parchita, le recordó su paso antiguo por el desierto, cuando detrás de la enredadera de la auyama se encontró con las arrugas de su abuela. Aquella semilla la plantó junto a ella, antes de pisar la pubertad.
Antes de estallar sus lentes, apretó los ojos y el amaranto que crecía en la vieja chimenea hizo lo propio con sus tablones, empuñó.
Supo cuando las ventanas explotaron porque el vidrio de sus lentes penetró hasta la lágrima.
Permanecería allí y la parchita empezaba a gustar de sus pieles.

Hace un largo tiempo había sido abandonado por la vida.
Iniciaba así su vuelta a la semilla.

jueves, 9 de octubre de 2014

Gastronauta 10: Vesubio (la teta)




Mi bisabuela fue muerta en la Primera Guerra Mundial. Según contó mi abuelo, fue hallado sobre el cuerpo descocido de su madre, pegado a su teta.
Un siglo se ha deshilado desde que el abuelo mAMÓ hasta que mi hija hizo callo mis pezones. A mí me parecieron cien años los seis meses en carne viva, pero lo hice. La fuerza  ancestral para lograrlo me trascendía.
Antes y ahora, de un suspiro se acabó el dolor y solo quedó el placer de la comunión en nuestras historias. La trenza del vientre de la nona al de Apolonia es un puente de savia que resiste la muerte.
Mi Vesubio ha sepultado ciudades y me devuelve en cada emanación a la tierra, tendida, acariciando hasta el último soplo la cabeza de mi abuelo.
Sólo tengo que cerrar los ojos y desconectar el intelecto para viajar a la vieja bota, entre detonaciones y una canción de cuna en italiano. Producir el alimento con el que nutres cuerpo y alma de un pedazo de ti es comparable a la meditación. Dice Laura Gutman:

La lactancia es manifestación pura de nuestros aspectos más terrenales y salvajes que responden a la memoria filogenética de nuestra especie. Para dar de mamar sólo necesitamos pasar casi todo el tiempo desnudas, sin largar a nuestra cría, inmersas en un tiempo fuera del tiempo, sin intelecto ni elaboración de pensamientos, sin necesidad de defenderse de nada ni de nadie, sino solamente sumergidas en un espacio imaginario e invisible para los demás.


Eso es dar de mamar. Es dejar aflorar nuestros rincones ancestralemente olvidados o negados, nuestros instintos animales que surgen sin imaginar que anidaban en nuestro interior. Es dejarse llevar por la sorpresa de vernos lamer a nuestros bebés, de oler la frescura de su sangre, de chorrear entre un cuerpo y otro, de convertirse en cuerpo y fluidos danzantes.

miércoles, 8 de octubre de 2014

Gastronauta 9: Bombas de semilla



Esta mañana, Noah llegó a mí y me mostró unas semillas de vainita. “Mira tía, voy a sembrarlas”.
La noche anterior armamos unas bolas de tierra negra y arcilla con pepitas de quinchoncho, frijol, albahaca, brusca, pimentón y pira: Bombas de semilla para combatir el cemento. Cada que sembramos, los niños nos hacen círculo y participan en la jornada. Al final lo hacemos para ellos, nuestros frutos, nuestra Guerrilla verde.
Hacía luna llena y en el patio de la casa, Vivian, la mayor de las sobrinas emprendía las tareas que la escuela le encomendó para el día siguiente. A su lado Apolonia, Noah y Amelia se embarraban las manos. A Habibi, como le llama la Pola, le brillaban las pupilas y picaban las manos por participar. Con su mami concertamos una pausa y pudo la niña cambiar de mundo por un instante.
Le pregunté mientras tanto a Maruja, que cuál creía ella que era mejor método de enseñanza. Sin dudarlo convinimos en la siembra. Pero cómo escapamos de la formalidad que supone la opresión de la educación disfrazada.
He leído algo en lo que coincido plenamente. No ha habido mejor método de sumisión de tanta gente, durante tanto, que la invención de la Escuela. Nos hicieron creer que sin ella somos nadie, y bajo sus reglas sometemos sin dudar a la mayoría de los seres que habitamos el tiempo. La tecnificación de las labores ha alejado al hombre y a la mujer de sí, creyendo que la naturaleza y sus cuerpos son dos cosas separadas, y asumiéndose inferiores y necesitados de superar al otro, para ser alguien, para ser amos.

Dice John Taylor Gatto, en El Salón de los espejos:

La colonización por parte de extraños de la vida privada de los niños mediante una escolarización forzada es una tarea tan intrínsecamente pornográfica que ninguna nación había conseguido en el pasado doblegar a la población bajo semejante yugo; es decir, no antes de que, durante las dos primeras décadas del siglo XIX, lo lograra Prusia en Alemania, alegando la necesidad militar nacional y valiéndose del ejército y de la policía para hacer redadas entre los disidentes. Pero el verdadero catalizador que accionó la trampa de la escuela fue la valoración terriblemente negativa acerca del pueblo llano que hizo el filósofo prusiano más destacado, John Fichte –quien, a su vez, sólo se estaba haciendo eco de juicios negativos similares emitidos por Spinoza en Holanda, Calvino en Ginebra, Platón en Atenas y otros muchos.
A mediados del siglo XIX, el mundo de la ciencia lo aceptó. El origen de las especies de Darwin (1859) coincidía totalmente con esta funesta opinión acerca de la humanidad común y corriente, cuando hablaba de estirpes “favorecidas” y “desfavorecidas”. En su obra La descendencia del hombre, Darwin arrojó el guante de lo que más adelante se llamaría “determinismo genético” –dictaminando que la gran mayoría de la raza humana era biológicamente inferior--. Su primo segundo, el famoso “hombre renacentista” Francis Galton, exigía barreras de protección para proteger la estirpe de buena crianza. La educación institucionalizada tenía que hacer el trabajo de pico y pala preliminar, separando las estirpes y condicionando a las inferiores a aceptar órdenes.

jueves, 2 de octubre de 2014

Anochecí de bala

Eran pasada las once de la noche de anoche. Ernesto enciende la luz del baño y me aprieta el hombro para despertarme. Su cara me adelantó la tristeza: "Vida, mataron a Robert Serra en su casa", me dice. Apolonia se retorció un poco, refunfuñó y siguió dormida.
A mí me dió una tembladera. Hacía frío y miedo: "Pasa doble llave a la puerta", enseguida respondí. Como si vinieran a derribarla. Junté las ventanas. Como si un aguacero de puñales se aproximara sobre nuestros cuerpos acostados.
Luego recordé que ese era el propósito, matar el sueño. Me hice preguntas, me di respuestas, porque a los seres humanos nos hace sangrar saber qué pasó, como si conocerlo cambiara su curso.
Nada, ni siquiera "la justicia" -burguesa o del pueblo- puede cambiar la mísera frialdad de quien se atreve a quitar la vida en la oscura cobardía de la noche.
Pero ¿quién es más terrible, quién entierra el plomo, o quien después de enterarse de la masacre, respira y suelta "uno menos"?
¿Acaso desconoce el que celebra que las chavistas también parimos?

El dolor es una bisagra oxidada en una ventana vieja. Y no quiero abrir el pecho a la bala.