martes, 21 de octubre de 2014

En tres tajos: Manuela, Frida, Simone.


Cuando Manuela tomó entre sus manos el zarcillo que reposaba en las sábanas de Simón, tres generaciones de piel ardieron al fuego que mana desde el mismo núcleo de la tierra.
Ninguna batalla heriría más al Libertador, a nadie más suplicaría su perdón. La amante había sido traicionada. Y se encontraría de casualidad con la deslealtad.
Rivera era la bestia. Una capaz de abrazar con su cuerpo de sapo a cuanta incauta desease óleo. Frida acostumbrada a la erección de sus pinceles en lienzos ajenos nunca imaginó aquel cuadro: Su Diego delineaba la noche entrepierna de otra Kahlo, su hermana.
Había Magdalena llorado dolores terribles. Un accidente que le enyesara la vida. 32 veces operada. Perdido la savia de su vientre. Encamada, amputada; nada le dolió tanto, nunca.
La misma Frida lo sentencia así: “Yo sufrí dos accidentes graves en mi vida, uno en el que un autobús me tumbó al suelo… el otro accidente es Diego”.
El amor de Sartre por Beauvoir lo definía como necesario. Por las demás como contingente. Su Castor, como la llamaba lo calificó de machista, y él le añadió el remoquete de liberal: “Machista liberal”. Ambos acordaron la Ley de la posibilidad de la aventura contingente, complemento de su amor necesario.
 
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Manuela se abalanzó sobre Bolívar y lo cabalgó hasta hacerlo sangrar. Santander se transfiguraba en la cara de su señor, infiel, hipócrita, ajeno. Había Bolívar libertado tanto y nunca nadie había podido desatar su cadera de las señoras de sociedad que atravesaran su alcoba. Diría S.E. a Perú de Lacroix:
Me atacó como un ocelote, por todos los flancos; me arañó el rostro y el pecho, me mordió fieramente las orejas y el pecho, y casi me mutila”.
Frida quiso morir de tequila. No podía su débil cuerpo derribar el mural que era Rivera. Lo intento, cortó las raíces que volaban en su cabeza, cerró sus faldas hasta que un día lo apuñaló dejando entrar en su cuerpo a Rusia.
La casa azul abría las piernas y refrescaba el ardor con el destilado del agave.
Una amiga de la pareja Sartre-Beauvoir los definió en una histórica frase "es cierto que existió el amor, pero también hubo cadáveres". Eso sí, nunca dejó Simone que alguna peligrosa se acercara a su “feo, pero escritor”.
En algún momento una alumna de Sartre se volvió LA amante, durante mucho, poniendo a prueba la humanidad de Simone. La artesana del nuevo feminismo movió su alfil e inició así una relación con el futuro marido de la aprendiz.

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Algunas hojas cayeron.

No pudo un adorno distraer a Bolívar de su Libertadora.
Tampoco el subibaja de los pintores mejicanos disminuir la intensidad de sus vidas, más allá de sus muertes.
Cincuenta años se amaron los filósofos franceses.


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