jueves, 26 de noviembre de 2015

Mujerícola 28: Mariposas




Las lágrimas por las Mirabal elevaron una estalagmita en la cueva de Rafael Leonidas Trujillo.
Las últimas gotas lo cosieron a tiros en el asiento de atrás de su auto. El “jefe” venía de las montañas, el dibujo de las piernas abiertas de la amante de turno.
Sesenta balas -made in USA- lo despidieron en la Avenida George Washington. El mismo Estados Unidos que lo había puesto en el Palacio Nacional, ahora lo destronaba por miedo a la avanzada comunista de entonces.
La mitad de esas balas: treinta, fueron la cantidad de años del “benefactor” en el gobierno.
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martes, 24 de noviembre de 2015

Gastronauta 63: Cuadro celeste


A Néstor Kirchner se le recordará -entre otras muchas acciones- por bajar los cuadros de los represores de las dictaduras en Argentina, de la pared en la que militares de todos los rangos se le paraban firme (1).

A Macri ¿se le aplaudirá por bajar el cuadro de Hugo Chávez que permanece en el Salón de los patriotas, de la Casa Rosada?
Si. Ambas acciones son inversamente proporcionales. Pero ambas coinciden en lo fundamental: bajando un cuadro, forman miles.

domingo, 22 de noviembre de 2015

Poesía o nada 6


 

Sección de literatura en la Revista Épale Caracas, publicada dominicalmente.
 
Poema:

Érase una vez... El país rocambolesco de la felicidad

Por Adal Hernández (Venezuela)

Un país abastecido,

satisfecho,

con la barriga vacía

y un retraso en su crecimiento,

desnutrido,

con más de un ochenta por ciento de pobreza

hacinada en ranchos de lata

amenazados por la llovizna

y campos de hambre,

de playas paradisiacas

bañadas por las cálidas aguas del Mar Caribe.

Un país de bellas artes,

Ilustrado,

donde prácticamente nadie podía leer,

con más de un millón de analfabetas

y una educación de puertas cerradas

para las grandes mayorías,

de amos del valle y de nobleza criolla,

de buhoneros, gallos, guerrilla y exclusión,

con los saltos más profundos de agua dulce

y mesetas extraordinarias

que sirven de morada a los dioses.

Un país alborozado,

eficiente,

de niños oliendo pega en las esquinas

y pena de muerte,

de exterminio,

“Disparen primero y averigüen después”,

jueves, 19 de noviembre de 2015

Mujerícola 27: Concha



Anoche soñé que me llamaba Concha.
Son muchas las veces que la sueño. Y son largas las pláticas como cuando iba a su apartamento del piso catorce, o ella me llamaba para llegar hasta el piso nueve en Sabana Grande, y en la conversa se nos iba la tarde, la noche.
Hubo una vez que me llamó sólo para preguntarme si había visto la luna.

Ahora, teléfono no tengo. A Concha, tampoco.
Me queda la memoria y la blancura de esta hoja.

Una mañana se fue sola hasta el cardiólogo. Y desde allá me dijo que “estaba a punto de un infarto”. Tenía noventa y seis años. Sólo eso tenía, y una escalera de papeles y papelitos, y la humedad ésa con que la soledad hace familia, un dolor en el pecho, un gato transparente, y lupas regadas en cada rincón de la casa.
Vivía de una pensión que le llegaba desde España, y de los pocos bolívares del alquiler de un apartamento suyo a una mujer en Macaracuay, “barato, porque es madre soltera”.
Su hija Monchina la visitaba poco, para cerciorarse de que no la llamara aquel que un día la estafó y que la descolocaría entre las paredes de su mente.
Con ella, se detuvo la corriente del río que fue su madre.
O, no.
Cuando me embaracé, a Concha se le dio un día por negarlo, y al otro simplemente por declararse abuela. Pensaba que en eso de ser mamá, lo que le ocurría a la tierra era un buen ejemplo: los hijos te devoran.

martes, 17 de noviembre de 2015

Gastronauta 62: Árbol



La cosa era más o menos así, durante los meses previos a diciembre, acumulábamos panelas de jabón azul. Lo íbamos desconchando y lo guardábamos en una bolsita.
Llegado el día, mi abuela nos despertaba bien temprano. Íbamos por la montaña a escoger la mejor rama seca, la que tuviera más brazos, la más fuerte, un poco más grande que ella.
Mis primos y yo, brincábamos de la cama, porque una cosa era sinónimo de ésa caminata: nos bañaríamos en la laguna.
Así, mi madre, nos envolvía unas empanaditas, llenábamos dos perolitos con agua y las paticas nos picaban para salir corriendo.
Por todo el camino, mi abuela nos regalaba este palo a mí, aquel a mi hermano, una piedra a mi prima y así dibujábamos el camino, cuando tropezábamos con el lodazal que nos desvestía. Mientras, mi vieja se perdía en el agüita de sus ojos, y de vez en cuando volvía con nosotros y el barro y la risa.
Al caer la tarde, regresábamos a casa a desenmarañar las luces espinosas, a cambiar una por otra, a llevarnos una pequeña descarga. "Muchacha ponte unas cholas, que te vas a morir electrocutada".
Entre mi madre y mi abuela hacían una pasta del jabón guardado, que batían a punto de nieve, para forrar las ramas del palo que encontrábamos durante nuestra caminata.
Afincaban la fina corteza en una lata rellena de tierra.
Las bambalinas eran crinejas de trapo enrolladas. Pero también hojitas de colores, pintadas por nosotros. O algunas cajitas de fósforos forradas como regalitos.
En casa no había pino, pero sí navidad.
Luego, hubo cómo comprar un árbol de plástico, y los días en los que chupábamos la ponzoña a la montaña, se secaron.

domingo, 15 de noviembre de 2015

Poesía o nada 5


 

Sección de literatura en la Revista Épale Caracas, publicada dominicalmente.

Cuento:

Una excursión a Ruanda

Por Clarissa Pinkola Estés (Estados Unidos)

El general Eisenhower tenía que efectuar una visita a sus tropas de Ruanda. [Hubiera podido ser

Borneo. Hubiera podido ser el general MacArthur. Los nombres significaban muy poco para mí

por aquel entonces.] El gobernador quería que todas las nativas se alinearan al borde de la carretera

de tierra y saludaran y vitorearan a Eisenhower cuando éste pasara en su Jeep. El único problema

era que las nativas sólo llevaban encima un collar de cuentas y, a veces, un pequeño cinturón de

cuero.

No, no, eso no podía ser de ninguna manera. El gobernador mandó llamar al jefe de la tribu y le

expuso su apurada situación.

­No se preocupe ­le dijo el jefe de la tribu.

Si el gobernador le pudiera proporcionar varias docenas de faldas y blusas, él se encargaría de que

las mujeres se las pusieran en ocasión de aquel trascendental acontecimiento. El gobernador y los

misioneros de la zona consiguieron proporcionárselas.

Sin embargo, el día del gran desfile, pocos minutos antes del paso de Eisenhower por la carretera a

bordo de su Jeep, descubrieron que las nativas se habían puesto las faldas, pero, como las blusas no

les gustaban, se las habían dejado en casa, por lo cual todas ellas se apretujaban a ambos lados de

la carretera vestidas con las faldas pero con los pechos al aire y sin ninguna otra prenda ni el menor

asomo de ropa interior.

Al gobernador por poco le da un ataque de apoplejía al enterarse, Por lo que mandó llamar al jefe

de la tribu, el cual le aseguró que la jefa de la tribu había hablado con él y le había asegurado a su

vez que las mujeres habían accedido a cubrirse los pechos cuando pasara el general.

­¿Estás seguro? ­rugió el gobernador.

­Estoy seguro. Muy, muy seguro ­contestó el jefe de la tribu.

Bueno pues, ya no quedaba tiempo para discutir y sólo cabe imaginar la reacción del general

Eisenhower cuando su Jeep avanzó traqueteando por la carretera y, una tras otra, las mujeres se

fueron levantando graciosamente la parte delantera de la holgada falda para taparse los pechos con

ella.
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sábado, 14 de noviembre de 2015

“A veces gobernar duele”

Entrevista a Reinaldo Iturriza /Ministro de Cultura:

Darwin se haría pipí en Venezuela. La evolución de las especies, principalmente la humana, se redefine en el paisaje político contemporáneo. La supervivencia del más apto se transfigura en la super-viveza, no necesariamente del más apto. Los mecanismos de selección y eliminación están determinados por la involución, de adeco a chavista a adeco.
Con este panorama, lo más fácil de extraviar es la esperanza; sin embargo, podría decirse que una característica que se repite entre la gente que construye un mejor camino es la necedad. Ser un necio.
Yo, conversé con uno.

A Reinaldo cuando nació lo recibió la boca abierta del Orinoco, tragándose al Caroní, hace exactamente cuarenta y dos años, el último día de noviembre. A sus ocho, un nuevo trabajo para el padre obliga a la familia Iturriza López a trasladarse a las montañas de Guaicaipuro. Allí, en Los Teques viviría veintitrés años.
Los doce restantes son los mismos días en los que el chavismo se hace poder y “Rei” se hace chavista, habiéndose juntado con Meresvic Morán, engendra a Sandra Mikele, escribe, escribe y escribe. Nace Ainhoa Michel, muere Hugo Chávez, lo nombran ministro de Comunas y unos kilos más adelante, un año y cinco meses después, ministro de cultura.
Trabajar con las comunas lo bajó a la tierra. Y se convirtió de intelectual, clase media, de izquierda, a intelectual, clase media, de izquierda, en la calle, apasionadamente chavista. Desaprendió así los manuales y se dispuso en el cuadrilátero de la política a desmontar reliquias y relicarios de la disciplina partidista.

Poesía o nada 3

 

Personaje:

Angela, detiene el tiempo. Su casa de bahareque agrieta el asfalto y descoloca al cemento. Cuántas hojitas habrá bailado. Charallave la conserva con los ojos abiertos. Si la ves, deten el paso y sácale conversa. Dicen que su sonrisa los dolores alivia.
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Por María Rosa Mó, Perlas de bruja

La bruja hechizó sus manos
y las convirtió en pájaros
Su voz en canto de fuego
Sus piernas en palabras
y se deshizo en el viento
suave
como una calandria.
La luz de la mañana abre
sus ojos de bruja (...)

Sobre una colina
la bruja
hace aparecer
y desaparecer
soles a su antojo

jueves, 12 de noviembre de 2015

Mujerícola 26: Simona



Desvestida, con las trenzas amputadas, y en la espalda un cartelón colgaba su sentencia de muerte, recorrió las calles del Alto Perú montada en un asno, y por cada esquina de la plaza 50 látigos por atreverse; “después de todo lo cual, fue baleada, por la espalda”.

Simona Josefa quiso tanto la libertad como Simón José.
Pero nadie les dijo que la libertad es tan flaca y encorvada como el palo de la muerte.
Sembraron maíz, pero no lo cosecharon.

Ella cosía jubones por la mañana y destejía a los colonos por la tarde. Se guardaba en sus polleras recados para los patriotas y atravesaba muros y prejuicios por su condición de mujer, indígena más que mestiza. Ser una cholita le sirvió de máscara mientras enjuagaba la chicha con la pólvora.

La patria de Simona era la rabia. Hubiera servido aquí y allá si la bandera fuese un grito, si el himno los harapos de los desposeídos.
Fue hija natural y la historia personal estuvo zurcida a medias. No conoció padre, y el de su hijo José María partió pronto, dejándola viuda.

martes, 10 de noviembre de 2015

Gastronauta 61: Rinocerontes



Mi tío Dante recoge la basura que usted tira. Se monta sobre el lomo las bolsas de desechos para desaparecerlas de la vista de los que le molesta mirar la mierda que producen. Trabaja en el aseo.
Nació y vive en Charallave desde hace cincuenta años. Y no hay charallavense que no lo conozca. Es de los sobrevivientes del pueblo viejo.
Lo mismo barre una calle, que canta a todo gañote los poemas de Miguel Hernández, porque sabe los que Serrat le enseña. O se despepita con Luis Mariano Rivera, en su casa es ruido común la voz de Gualberto.
Es portavoz del sindicato de la Alcaldía de Cristóbal Rojas y literalmente se cae a piñas (de las podridas que se abandonan en los cestos de las fruterías) con los patrones, por la defensa de los derechos de los trabajadores.
Él y su esposa Mariví, levantaron una escuela –Los Palos Grandes II- ubicada en la zona rural a pocos metros de donde viven, con sus propios recursos. Hoy, catorce años después, atienden a sesenta niños a diario, bajo el (vaivén) amparo del Ministerio de Educación.
Acostumbran hacer con sus propias manos lo que importa: su casa, la pasta, la salsa, sembrar, la política.

lunes, 9 de noviembre de 2015

Escorpiones

¡Feliz revuelta, Ernesto J. Navarro!


Ayer miré dos escorpiones copular.
Él arropaba el alba con sus tenazas
y hacía círculos de polvo sobre la arena.
Ella tropezaba con el veneno y abría un nido en su cuerpo
se desvestía del macho muerto sobre su lomo.


De su baile un cielo de arcilla, la fundación del sol:
Un toro tocó la puerta
y una ola de viento la penetró.
Con ella un cardumen de coro coros.


Y supo la flor madre parirse.
Él caminó sobre el agua
y ella se dejo tragar, piedra de mar
en la reunión con la sal.


Escupidos por el caribe
se travistieron de gota
que se eyacula en la ribera.


Dicen que ella se lo robó y se lo robaron.
Dicen también que del círculo ninguno salió ileso.
Que las pinzas ondulan la espuma rota.
Que sus cuerpos son calamitas.
Que el tiempo suficiente para la vida es el baile previo.
Que del arco de su cola, el techo.


Ayer miré dos escorpiones copular.

Y guardé veneno.
Lo dibujé por los bordes de la cama.
Y te piqué.
Me morí un poco, te maté tanto más.


Pero volvimos a poblar de espirales las lenguas de la mariposa.

domingo, 8 de noviembre de 2015

Poesía o nada 4


Sección de literatura en la Revista Épale Caracas, publicada dominicalmente.
 
Poema:

Por Cristina Gálvez (Venezuela), Gruta
Estoy aquí sentada con los ojos abiertos hacia la oscuridad.
Antonia Palacios.

La indignidad se lava
con desencanto y paciencia
la tristeza abre una gruta
de múltiples pasajes,
mientras espero su formación mineral
vendrán luciérnagas

esa cabra en la luna
esquiva los ojos
su dura cornamenta
quiebra frágiles superficies
hunde el interior maleable
está en sí misma
y se va volando
alto

refugiada en la cama de mi madre
regreso a mi era
finita y contenida
me enrosco como una serpiente
miro la oscuridad.

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jueves, 5 de noviembre de 2015

Mujerícola 25: María Lionza



Yara fue un huevo que anidó en el enjambre de parchita de la montaña caquetía.
Sus alas fueron la pulpa, sus ojos de agua ácida. Una mariposa: una flor que vuela.

Cuando cayó de la rama atravesó el macizo de Nirgua y dibujó el río que serpentea su cuerpo.
De la orilla emergió sobre una danta.
La vieron desnuda, reverdeciendo la piel de la tierra.
Nada pudo tocarla, pero todo cuanto tocó floreció.
Sus manos son dos orquídeas abiertas a la lengua.
Su cabello, una cascada de donde la noche se colorea.
Dicen que la maldición está en su mirada, verde como agua empozada, por eso algunos prefieren mirar los ojos de sus tetas.
Se alimenta de los espíritus que se entregan a sus favores.
De sus pies las raíces, la venas del sol que reverbera en el centro de la areola.

El blanco la llamó María, antes de que entrara a sus aposentos montada en una onza, desnuda.
El conquistador quería atraparla.
Ella le pisó la cabeza.
Y Ponce de León movía la cola, lo mismo que maniataba a Yaracuy a punta de arcabuces.
La persiguieron, pero la buena Sorte la ocultó y se desbordó hasta ahogarlo, al invasor.
Ella habló con un mango y fue hoja que se tragó el río.
Y cabalgó sobre la muerte de sus enemigos hasta volver a la crisálida.

Y fue cuando la vieron, sosteniendo los huesos de su pelvis al cielo, porque de su vientre una legión de gotas se alzarán contra la espada yerma.
La penetró una cascada y parió una liana, de donde se cuelgan los guerreros.
Su hija la cueva se ha roto porque la pretende una hebra de luz.
La laguna se queda sin agua, porque la escupe contra el turista.

De vez en cuando nos sueña y se despierta y tirita.
Se descubre enyesada, en medio de una sabana de asfalto.
Y sus ojos ya no conjuran
porque en ellos el cemento la maldice a ella y a sus hijos.
Y así marchita la flor, se parte en la cintura, se cae, se descascara, se vuelve al azul inmenso.

Entonces corre hasta la serpiente que la recibe con la boca abierta,
agita el monte,
llueve en el copito,
ruge el cunaguaro,
el tronco de la ceiba da una vuelta más
se encienden todas las velas:
alguien cree en la Diosa madre.

martes, 3 de noviembre de 2015

Gastronauta 60: Caraotas para Alí



A Ely Rafael le gustaban las caraotas, del color que fuera, pero las negras lo hacían virar los ojos de placer.
Lo mismo anduvo en la cocina que en las cuerdas del cuatro, encendió el fuego, que en el pecho la canción.
No todo el que pasa hambre, cocina, pero éste no es el caso de Alí.
Comía y hacía de comer, aunque la mayor de las veces cocinaba Sol, porque las manos de Alí araban la causa de los pobres del mundo.
Su especialidad eran las chuletas en salsa y cuando podía se zambullía en la mermelada del cerdo sudado en monte, buceaba en la espesura y en el color del papelón y la grasa...
Eso sí, llegaba a casa de caza. Y todo aquel que lo recibía sabía que después del saludo, Alí preguntaba si habían caraotas.
Las de sus hermanas guardaban los aliños de su vieja Adela. Y entonces las perseguía. Fritas en mantequilla y cebolla dorada lo devolvían a la brisa paraguanera. De cuando se dejaba caer en el tibio cristal del caribe, del barco encallado y oxidado que señala al Cabo San Román. Y un olor a culantro de monte bailaba en sus velas.
En la casa Primera siempre hubo caraotas. Era su santo y seña. Y los platos eran dibujados con el nombre de cada uno de sus miembros. A Alí la hora de la comida le importaba tanto como que todos se sentaran en la mesa. Allí, partía el pan y multiplicaba el canto.

Alguna caraota le fue tan difícil de ablandar como el corazón del amo.
Como la piedra, ni para germinar.
Entonces, puso metal en la olla. Le cambió el agua tantas veces se secaban. Dejó caer algunas palabras bonitas, también las duras y estuvo la vida dándole candela.
Aquí y allá, la alumbró.