Mi tío Dante recoge la
basura que usted tira. Se monta sobre el lomo las bolsas de desechos
para desaparecerlas de la vista de los que le molesta mirar la mierda
que producen. Trabaja en el aseo.
Nació y vive en
Charallave desde hace cincuenta años. Y no hay charallavense que no
lo conozca. Es de los sobrevivientes del pueblo viejo.
Lo mismo barre una
calle, que canta a todo gañote los poemas de Miguel Hernández,
porque sabe los que Serrat le enseña. O se despepita con Luis
Mariano Rivera, en su casa es ruido común la voz de Gualberto.
Es portavoz del
sindicato de la Alcaldía de Cristóbal Rojas y literalmente se cae a
piñas (de las podridas que se abandonan en los cestos de las
fruterías) con los patrones, por la defensa de los derechos de los
trabajadores.
Él y su esposa Mariví,
levantaron una escuela –Los Palos Grandes II- ubicada en la zona
rural a pocos metros de donde viven, con sus propios recursos. Hoy,
catorce años después, atienden a sesenta niños a diario, bajo el
(vaivén) amparo del Ministerio de Educación.
Acostumbran hacer con
sus propias manos lo que importa: su casa, la pasta, la salsa,
sembrar, la política.
Temprano lo cautivó la
Juventud Revolucionaria Copeyana -JRC- y su oráculo era muy rojo
para el gusto de propios y extraños: el Che Guevara le servía de
faro. Desde entonces se dejó la barba y el empeño de luchar por
lograr la justicia social.
Rápido le bajaron la
foto del Che del altar a la JRC, como si con eso lo desterraran del
pecho del pueblo pobre. “Si Chávez hubiese vivido los tiempos en
los que necesité a Ernesto, entonces yo hubiera sido chavista”.
Ha sido menospreciado
por seguir a un comunista siendo social cristiano, lo mismo que por
trabajar en el aseo. Pero Dante es fiel. Y se declara copeyano, sin
que se lo pregunten.
Militante
del voto, la primera vez que voté, me llevó mi tío.
Para él, Venezuela
cambió en un aspecto fundamental, con Chávez, perdió el temor de
expresarse y de hacer política. Y lo agradece. Lo que no, es no
poder conseguir (sin mirar en cada botica de Venezuela) la
Carbamazepina que debe tomar a diario, después de un episodio
epiléptico hace algunos años.
“El tomate está
caro, y sí uno puedo sembrarlo, pero ¿y con el Tegretol, cómo le
hago?”.
A las cuatro de la
mañana lo levanta el ánimo de llegar de primero a su trabajo.
Camina una distancia de tres kilómetros aproximadamente, hasta la
sede de los bomberos de Charallave, de donde se organiza para la
recolección. Recientemente dejó de fumar, y sólo toma una taza de
café negro por la mañana. No bebe ni una gota de alcohol, pero si
baila pegao y sabroso. Padece diabetes.
La mortificación se la
da el trabajo. Charallave -con una población por encima de los
ciento treinta mil habitantes- sólo cuenta con un camión para el
aseo y una fila de trabajadores que espera turno para poder hacer las
vueltas que le corresponden del pueblo a la bonanza.
Aun así, Dante votará
por los candidatos del Partido Socialista Unido de Venezuela en las
legislativas del seis de diciembre próximo, porque “son los únicos
que le garantizan al pueblo poder parlamentar”. En la parroquia, la
coalición de partidos opositores se ha dedicado, según él, a
atacar la gestión del alcalde chavista, en vez de trabajar por el
colectivo. Y eso no lo perdona.
Para ellos Dante
debería ser importante, porque mueve políticamente a sus vecinos, a
sus compañeros de trabajo, pero como de costumbre, poco importa éste
o aquel recoge-basura. La mirada la tienen puesta en el hueso ajeno,
mientras no sueltan los que tienen entre los dientes.
“Y no es que en las
filas del gobiernos no hayan lacras”, aclara. Pero confía en el
trabajo que Elías Jaua realizó con CorpoMiranda por el rescate de
diferentes espacios de Charallave. Y quiere más. Pero apunta, “los
alcaldes de los pueblos de los Valles del Tuy no deben dormirse en
los laureles, deben montarse y trascender los trabajos de una
Corporación”.
Dante se cansó de
votarle a los rinocerontes.
Ha pasado mucho rato entre la basura y es momento de volver su mirada
sobre los unicornios. Y exige lo mismo que hoy se atreve a dar: su
confianza, sin color. “Me gustaría que las comisiones de trabajo
en la Asamblea Nacional no las defina el partido político, sino la
capacidad de trabajo que el diputado, o la diputada, pueda ofrecer al
pueblo”.
Él lo cree, “las
leyes modifican las normas que dirigen la vida cotidiana, la de
pensiones, la del trabajo”. La Asamblea Nacional no le es
transparente.
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A mí, se me parece
cada vez más a un relleno sanitario, y votarle: a un único camión
que recoge la basura, y por el cual, una fila de trabajadores espera
turno para poder hacer las vueltas que le corresponden del pueblo a
la bonanza.
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