martes, 10 de noviembre de 2015

Gastronauta 61: Rinocerontes



Mi tío Dante recoge la basura que usted tira. Se monta sobre el lomo las bolsas de desechos para desaparecerlas de la vista de los que le molesta mirar la mierda que producen. Trabaja en el aseo.
Nació y vive en Charallave desde hace cincuenta años. Y no hay charallavense que no lo conozca. Es de los sobrevivientes del pueblo viejo.
Lo mismo barre una calle, que canta a todo gañote los poemas de Miguel Hernández, porque sabe los que Serrat le enseña. O se despepita con Luis Mariano Rivera, en su casa es ruido común la voz de Gualberto.
Es portavoz del sindicato de la Alcaldía de Cristóbal Rojas y literalmente se cae a piñas (de las podridas que se abandonan en los cestos de las fruterías) con los patrones, por la defensa de los derechos de los trabajadores.
Él y su esposa Mariví, levantaron una escuela –Los Palos Grandes II- ubicada en la zona rural a pocos metros de donde viven, con sus propios recursos. Hoy, catorce años después, atienden a sesenta niños a diario, bajo el (vaivén) amparo del Ministerio de Educación.
Acostumbran hacer con sus propias manos lo que importa: su casa, la pasta, la salsa, sembrar, la política.


Temprano lo cautivó la Juventud Revolucionaria Copeyana -JRC- y su oráculo era muy rojo para el gusto de propios y extraños: el Che Guevara le servía de faro. Desde entonces se dejó la barba y el empeño de luchar por lograr la justicia social.
Rápido le bajaron la foto del Che del altar a la JRC, como si con eso lo desterraran del pecho del pueblo pobre. “Si Chávez hubiese vivido los tiempos en los que necesité a Ernesto, entonces yo hubiera sido chavista”.
Ha sido menospreciado por seguir a un comunista siendo social cristiano, lo mismo que por trabajar en el aseo. Pero Dante es fiel. Y se declara copeyano, sin que se lo pregunten.

Militante del voto, la primera vez que voté, me llevó mi tío.
Para él, Venezuela cambió en un aspecto fundamental, con Chávez, perdió el temor de expresarse y de hacer política. Y lo agradece. Lo que no, es no poder conseguir (sin mirar en cada botica de Venezuela) la Carbamazepina que debe tomar a diario, después de un episodio epiléptico hace algunos años.
“El tomate está caro, y sí uno puedo sembrarlo, pero ¿y con el Tegretol, cómo le hago?”.

A las cuatro de la mañana lo levanta el ánimo de llegar de primero a su trabajo. Camina una distancia de tres kilómetros aproximadamente, hasta la sede de los bomberos de Charallave, de donde se organiza para la recolección. Recientemente dejó de fumar, y sólo toma una taza de café negro por la mañana. No bebe ni una gota de alcohol, pero si baila pegao y sabroso. Padece diabetes.

La mortificación se la da el trabajo. Charallave -con una población por encima de los ciento treinta mil habitantes- sólo cuenta con un camión para el aseo y una fila de trabajadores que espera turno para poder hacer las vueltas que le corresponden del pueblo a la bonanza.

Aun así, Dante votará por los candidatos del Partido Socialista Unido de Venezuela en las legislativas del seis de diciembre próximo, porque “son los únicos que le garantizan al pueblo poder parlamentar”. En la parroquia, la coalición de partidos opositores se ha dedicado, según él, a atacar la gestión del alcalde chavista, en vez de trabajar por el colectivo. Y eso no lo perdona.
Para ellos Dante debería ser importante, porque mueve políticamente a sus vecinos, a sus compañeros de trabajo, pero como de costumbre, poco importa éste o aquel recoge-basura. La mirada la tienen puesta en el hueso ajeno, mientras no sueltan los que tienen entre los dientes.
“Y no es que en las filas del gobiernos no hayan lacras”, aclara. Pero confía en el trabajo que Elías Jaua realizó con CorpoMiranda por el rescate de diferentes espacios de Charallave. Y quiere más. Pero apunta, “los alcaldes de los pueblos de los Valles del Tuy no deben dormirse en los laureles, deben montarse y trascender los trabajos de una Corporación”.

Dante se cansó de votarle a los rinocerontes. Ha pasado mucho rato entre la basura y es momento de volver su mirada sobre los unicornios. Y exige lo mismo que hoy se atreve a dar: su confianza, sin color. “Me gustaría que las comisiones de trabajo en la Asamblea Nacional no las defina el partido político, sino la capacidad de trabajo que el diputado, o la diputada, pueda ofrecer al pueblo”.
Él lo cree, “las leyes modifican las normas que dirigen la vida cotidiana, la de pensiones, la del trabajo”. La Asamblea Nacional no le es transparente.
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A mí, se me parece cada vez más a un relleno sanitario, y votarle: a un único camión que recoge la basura, y por el cual, una fila de trabajadores espera turno para poder hacer las vueltas que le corresponden del pueblo a la bonanza.

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