Sección de literatura en la Revista Épale Caracas, publicada dominicalmente.
Cuento:
Una excursión a Ruanda
Por Clarissa Pinkola Estés (Estados Unidos)
El general Eisenhower tenía que efectuar una visita a sus tropas de Ruanda. [Hubiera podido ser
Borneo. Hubiera podido ser el general MacArthur. Los nombres significaban muy poco para mí
por aquel entonces.] El gobernador quería que todas las nativas se alinearan al borde de la carretera
de tierra y saludaran y vitorearan a Eisenhower cuando éste pasara en su Jeep. El único problema
era que las nativas sólo llevaban encima un collar de cuentas y, a veces, un pequeño cinturón de
cuero.
No, no, eso no podía ser de ninguna manera. El gobernador mandó llamar al jefe de la tribu y le
expuso su apurada situación.
No se preocupe le dijo el jefe de la tribu.
Si el gobernador le pudiera proporcionar varias docenas de faldas y blusas, él se encargaría de que
las mujeres se las pusieran en ocasión de aquel trascendental acontecimiento. El gobernador y los
misioneros de la zona consiguieron proporcionárselas.
Sin embargo, el día del gran desfile, pocos minutos antes del paso de Eisenhower por la carretera a
bordo de su Jeep, descubrieron que las nativas se habían puesto las faldas, pero, como las blusas no
les gustaban, se las habían dejado en casa, por lo cual todas ellas se apretujaban a ambos lados de
la carretera vestidas con las faldas pero con los pechos al aire y sin ninguna otra prenda ni el menor
asomo de ropa interior.
Al gobernador por poco le da un ataque de apoplejía al enterarse, Por lo que mandó llamar al jefe
de la tribu, el cual le aseguró que la jefa de la tribu había hablado con él y le había asegurado a su
vez que las mujeres habían accedido a cubrirse los pechos cuando pasara el general.
¿Estás seguro? rugió el gobernador.
Estoy seguro. Muy, muy seguro contestó el jefe de la tribu.
Bueno pues, ya no quedaba tiempo para discutir y sólo cabe imaginar la reacción del general
Eisenhower cuando su Jeep avanzó traqueteando por la carretera y, una tras otra, las mujeres se
fueron levantando graciosamente la parte delantera de la holgada falda para taparse los pechos con
ella.
Una excursión a Ruanda
Por Clarissa Pinkola Estés (Estados Unidos)
El general Eisenhower tenía que efectuar una visita a sus tropas de Ruanda. [Hubiera podido ser
Borneo. Hubiera podido ser el general MacArthur. Los nombres significaban muy poco para mí
por aquel entonces.] El gobernador quería que todas las nativas se alinearan al borde de la carretera
de tierra y saludaran y vitorearan a Eisenhower cuando éste pasara en su Jeep. El único problema
era que las nativas sólo llevaban encima un collar de cuentas y, a veces, un pequeño cinturón de
cuero.
No, no, eso no podía ser de ninguna manera. El gobernador mandó llamar al jefe de la tribu y le
expuso su apurada situación.
No se preocupe le dijo el jefe de la tribu.
Si el gobernador le pudiera proporcionar varias docenas de faldas y blusas, él se encargaría de que
las mujeres se las pusieran en ocasión de aquel trascendental acontecimiento. El gobernador y los
misioneros de la zona consiguieron proporcionárselas.
Sin embargo, el día del gran desfile, pocos minutos antes del paso de Eisenhower por la carretera a
bordo de su Jeep, descubrieron que las nativas se habían puesto las faldas, pero, como las blusas no
les gustaban, se las habían dejado en casa, por lo cual todas ellas se apretujaban a ambos lados de
la carretera vestidas con las faldas pero con los pechos al aire y sin ninguna otra prenda ni el menor
asomo de ropa interior.
Al gobernador por poco le da un ataque de apoplejía al enterarse, Por lo que mandó llamar al jefe
de la tribu, el cual le aseguró que la jefa de la tribu había hablado con él y le había asegurado a su
vez que las mujeres habían accedido a cubrirse los pechos cuando pasara el general.
¿Estás seguro? rugió el gobernador.
Estoy seguro. Muy, muy seguro contestó el jefe de la tribu.
Bueno pues, ya no quedaba tiempo para discutir y sólo cabe imaginar la reacción del general
Eisenhower cuando su Jeep avanzó traqueteando por la carretera y, una tras otra, las mujeres se
fueron levantando graciosamente la parte delantera de la holgada falda para taparse los pechos con
ella.
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Los hambrientos
Por Diana Moncada (Venezuela)
Avanzamos como las nubes en su terrible poética del
desgarramiento
Somos el residuo que arrastra entre sus manos
el desfigurado gesto de ser
Hemos heredado la desolada curva de la cacería
y henos aquí hambrientos
llenos de lodo y rabia
esperando de los espejos
la esquiva mirada en la que nacimos por primera vez
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S/T
Por Blas Perozo Naveda
(Venezuela)
Se pierde
Ya.
La casa entretanto
Se construye en su hierba
Y un brebaje sagrado
Y las lanas antiguas
Fabrican las piedras
El barro negro
Un coro sefardí
Que todos llevamos
Y cargamos en secreto
O sin saberlo
Un canto de ajonjolí
Un fuste.
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Libro:
El verbo de nuestras raíces indígenas habita el tiempo, los días en que el gran río se abrió para
recibir al sebucán que se convirtió en pez caribe, el manare en raya, la estera en babilla, porque
nuestra historia se transformó en el agua.
Por Esteban Emilio Mosonyi, Temas de literatura indígena. De la Colección Delta, del Fondo
Editorial Fundarte.
El verbo de nuestras raíces indígenas habita el tiempo, los días en que el gran río se abrió para
recibir al sebucán que se convirtió en pez caribe, el manare en raya, la estera en babilla, porque
nuestra historia se transformó en el agua.
Por Esteban Emilio Mosonyi, Temas de literatura indígena. De la Colección Delta, del Fondo
Editorial Fundarte.
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