A Ely Rafael le
gustaban las caraotas, del color que fuera, pero las negras lo hacían
virar los ojos de placer.
Lo mismo anduvo en la
cocina que en las cuerdas del cuatro, encendió el fuego, que en el
pecho la canción.
No todo el que pasa
hambre, cocina, pero éste no es el caso de Alí.
Comía y hacía de
comer, aunque la mayor de las veces cocinaba Sol, porque las manos de
Alí araban la causa de los pobres del mundo.
Su especialidad eran
las chuletas en salsa y cuando podía se zambullía en la mermelada
del cerdo sudado en monte, buceaba en la espesura y en el color del
papelón y la grasa...
Eso sí, llegaba a casa
de caza. Y todo aquel que lo recibía sabía que después del saludo,
Alí preguntaba si habían caraotas.
Las de sus hermanas
guardaban los aliños de su vieja Adela. Y entonces las perseguía.
Fritas en mantequilla y cebolla dorada lo devolvían a la brisa
paraguanera. De cuando se dejaba caer en el tibio cristal del caribe,
del barco encallado y oxidado que señala al Cabo San Román. Y un
olor a culantro de monte bailaba en sus velas.
En la casa Primera
siempre hubo caraotas. Era su santo y seña. Y los platos eran
dibujados con el nombre de cada uno de sus miembros. A Alí la hora
de la comida le importaba tanto como que todos se sentaran en la
mesa. Allí, partía el pan y multiplicaba el canto.
Alguna caraota le fue
tan difícil de ablandar como el corazón del amo.
Como la piedra, ni para
germinar.
Entonces, puso metal en
la olla. Le cambió el agua tantas veces se secaban. Dejó caer
algunas palabras bonitas, también las duras y estuvo la vida dándole
candela.
Aquí y allá, la
alumbró.
En Caracas, miraba la
montaña, como chivo queriéndose encimar. Tenía la costumbre de
parar en la cota mil, a coger de su agüita fresca.
En casa, la ponía a
enfriar en la nevera, y cuando la tomaba de su tapara, se le veía
reclinar la cabeza, cerrar los ojos, queriendo partir en dos la
sierra.
Pero no había agua pa'
aquella sed.
“Agüita dulce del
cerro vendrá
¡ah mundo! y ¿de a dónde más?
¿si nos quitan el cerro?
¿de a dónde más?”.
¡ah mundo! y ¿de a dónde más?
¿si nos quitan el cerro?
¿de a dónde más?”.
Le brillaban los ojos
por el coco en dulce, también por cualquier caramelo, porque en sus
manos el pueblo dejaba caer la piñata. Lo único en lo que no ponía
melao era en las caraotas, sacrosantas saladas.
Hubo una vez una niña
que lo soñó. Alí había estrellado una caraota contra sus dientes
frontales. Y se dispuso a sonreírle. A la niña le dolía el vientre
de tanto reírse. Para aliviarla, Ali le puso una semilla en el
ombligo, de la que creció un volcán de claveles.
“Camarada” es el
grano de una caraota que revienta cuando las manos tienen hambre.
Noche redonda en la
punta, la caraota es la lágrima de un pobre.
¿Qué caraotas fue a
buscar Ali, cuando la mantequilla fue mucha en la Valle-Coche? El
sudor del pueblo llena y llena ollas, pero nada que la piedra afloja.
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