Guadalupe llamaron a su madre, una negra secuestrada en África y
traída a las costas del norte de Suramérica, lustrada con aceite de
coco, como a un pedazo de caucho para la venta.
Los apoderados Rojas Ramírez la compraron para continuar el
saqueo de su piel.
No supo ni quién la preñó, porque lo mismo la violaba uno que
otro. Así que Juana, su hija, no distinguía cuál de los amos era
su padre.
En Chaguaramal, donde nació el año de 1790, la niña la conocían
como lavandera y liberta por la gracia de su dueña Teresa Ramírez,
quien además le heredó a la historia su apellido.
Juana Ramírez crece en las noches como flor de cactus, y hace
sangrar a quien la toca. Espinosa.
En el río, bate el agua y canta, silva
el viento y una palmada le humedece la falda contra el muslo, la
camisa le descubre dos mamones firmes, del color del barro. Y no
puede el agua lavarle el olor a cacao, tampoco el pequeño lomo que
se le ha formado sobre la nuca, la huella de fregar desde antes de
cumplir el primer año de vida:
“Agua que corriendo vas
por el campo florido
dame razón de mi ser
¡mira que se me ha perdido!”
Con uno de los violadores de su madre, conoce las ideas de
independencia. Así, el General Don Andrés Rojas la convierte en su
mano derecha en los menesteres de la insurrección.
Veinte años y un poco más tenía cuando organiza a los esclavos
del lado de la causa patriota y participa en cinco de las batallas
que explotan en oriente contra la corona española. Conforma y lidera
la Batería de mujeres que ejecuta distintas tareas en el frente:
apertrechar los cañones, atender los heridos, suplir de provisiones
a las tropas, y enfrentarse al enemigo.
A las cuatro de la tarde del 25 de mayo de 1813 Juana corre bajo
un aguacero de balas hasta Los Godos, para desenfundar -del pecho de
un general muerto- la espada que ondearía en el cielo patriota.
Devuelve en el gesto la fe en la victoria, entre los vencidos. Y
entonces, convierte la derrota en turba y remolino de viento contra
la rama seca. El Rey Zamuro se mastica a los colonos.
La Juana enterraría a los realistas caídos, y Maturín ganaría
el mote de la “Tumba de los tiranos”.
Un año más tarde le tocará correr entre los montes, después de
que Morales quemara su aldea. En las montañas se establecería como
guerrillera y desde la cumbre la resistencia. Un año de fuego la
transforma en antorcha errante, que por donde pasa, aluza.
Una vez labrada la independencia, Juana se siembra en Guacharacas
y transforma sus hojas en flores para ser polinizada. Allí pare una
mano de hijas: dos de nombre Juana, Clara, Josefa y Victoria.
En 1856, sesenta y seis cardones espigaron en el lugar exacto
donde fue enterrada. El agua en su tallo goteó. Hizo un hilo de
lágrimas de Guacharacas a los cacaotales donde inauguró su
desnudez. Tres pavo reales púrpuras florearon sus altares y por casa
pluma una espada empuñada: Juana avanzó.
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