martes, 13 de octubre de 2015

Gastronauta 57: Masa



Lo unta contra la pared
le come la orilla de los labios
y le aprieta las nalgas.

La sube en la mesa
y dibuja su nombre con un hilo de saliva
en el envés de su muslo derecho.

La voltea y ahora las piernas le cuelgan de la madera
y en las palmas de sus manos recoge la carne de sus tetas.

Ella contiene por un segundo el aire y roba el corazón de las flores que en frente perfuman la mesa.

Me asomo para mirarnos,
bestias de lenguas de fuego.

Baja la pantaleta negra hasta los tobillos
y se aleja un poco para contemplar aquello.
Respira, la respira profundo, casi la suspira, cierra los ojos y la guarda.
Vuelve.
Entonces, deja caer su peso en la espalda de ella
retorna todo temblor
la abraza.

Ella lo siente crecer
y quiere que su gota primera la bautice.

Se vuelve hacia él
y lo mismo le baja el cierre
que se desenrolla como lengua de mariposa.

Teje un cuenco entre sus dedos
para que caigan los pedazos de la concha:
una vaina de tamarindo
del color de la corteza
y que una vez que se lame, prospera.

Ella lo coloca en medio de sus piernas
y se lo pasa de una boca a otra.
Él canta.

Se arroja desde el ombligo de ella a su grieta
y deja que su boca vaya y venga de los labios de esta cayena con cortinas rosa.

Es un tigre que se detiene en el charco a mirar cómo lengüetea sus manchas.

Hasta que llega a casar humedales
como el río que besa al mar.

Y así, un cuerpo
la masa.

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Recuerde, para que la masa no se pegue de la superficie, espolvoree.

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