Entrevista
a Reinaldo Iturriza /Ministro de Cultura:
Darwin se haría pipí en Venezuela. La
evolución de las especies, principalmente la humana, se redefine en
el paisaje político contemporáneo. La supervivencia del más
apto se transfigura en la super-viveza, no necesariamente del más
apto. Los mecanismos de selección y eliminación están
determinados por la involución, de adeco a chavista a adeco.
Con este panorama, lo más fácil de
extraviar es la esperanza; sin embargo, podría decirse que una
característica que se repite entre la gente que construye un mejor
camino es la necedad. Ser un necio.
Yo, conversé con uno.
A Reinaldo cuando nació lo recibió la
boca abierta del Orinoco, tragándose al Caroní, hace exactamente
cuarenta y dos años, el último día de noviembre. A sus ocho, un
nuevo trabajo para el padre obliga a la familia Iturriza López a
trasladarse a las montañas de Guaicaipuro. Allí, en Los Teques
viviría veintitrés años.
Los doce restantes son los mismos días
en los que el chavismo se hace poder y “Rei” se hace chavista,
habiéndose juntado con Meresvic Morán, engendra a Sandra Mikele,
escribe, escribe y escribe. Nace Ainhoa Michel, muere Hugo Chávez,
lo nombran ministro de Comunas y unos kilos más adelante, un año y
cinco meses después, ministro de cultura.
Trabajar con las comunas lo bajó a la
tierra. Y se convirtió de intelectual, clase media, de izquierda, a
intelectual, clase media, de izquierda, en la calle, apasionadamente
chavista. Desaprendió así los manuales y se dispuso en el
cuadrilátero de la política a desmontar reliquias y relicarios de
la disciplina partidista.
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Jamás hizo nada para ser ministro, ni
siquiera para ejercer alto cargo alguno. Pero, una razón lo
acercaría a la que define como una relación de complicidad: se
escribía con Hugo Chávez, y se empeñaba en traducirle la verdad,
“lo que decía la calle, lo que sentía y padecía el chavismo al
margen de la política oficial, que es decir la mayoría del
chavismo”.
Al morir Chávez, sintió que se quedó
sin interlocutor. Entonces, le preguntó a su esposa: “¿y ahora a
quién le escribo?”.
No pasaron muchos días, cuando fue del
papel a la acción.
Coincide con Nicolás Maduro. Está
completamente seguro de que el compañero de Chávez, durante veinte
años, no hizo nada para sucederlo en la presidencia. “Si yo sentí
que me quedé sin interlocutor, ¿qué habrá sentido Nicolás, un
hombre que trabajó cerca del comandante Chávez durante casi veinte
años? Por eso, cuando me plantean la posibilidad de asumir un
ministerio, me dije: antes ni me hubiera pasado por la cabeza, pero
rechazarla ahora sería equivalente a la traición. ¿Cómo dejar
solo a Nicolás? ¡Imposible!”.
Y allí comenzó el largo y duro camino
de asimilación. Se dijo: “ya no eres alguien que escribe (en el
fondo, es lo que es), ya no eres asesor, ahora hay que gobernar”.
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No sé explicar cómo es que, este
sociólogo oriental, sonríe cuando los Tiburones de la Guaira ganan
un juego de pelota. Una sólo puede pensar o que sonríe poco, o que
son más los otros motivos por los cuales pela los dientes: sus
hijas, cuando hacen las cosas bien, cuando trabajan en equipo, cuando
hacen feliz al pueblo.
El mayor de cuatro hermanos, Reinaldo
lo mismo escribe tres libros a la vez, que se desgarra la ropa por el
béisbol. Habita el emblema de la caraqueñidad, en Parque Central,
pero confiesa que le gustaría vivir en algún Campamento de
Pioneros, preferiblemente en el oeste de Caracas. O, mirar la
quietud, a orillas de una playa del oriente venezolano, desde una
modesta ventana.
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Un día de trabajo nunca es igual a
otro. “Hay patrones, regularidades, por supuesto, una planificación
del trabajo, y de hecho prácticamente todo lo que hacemos obedece a
un plan estratégico. Pero el día a día se caracteriza por la
incertidumbre. Ésta tiene que ver con la improvisación, pero
fundamentalmente con lo vertiginoso que suelen ser los tiempos en
épocas de cambios revolucionarios”, explica.
Pero no lo mira como “expresión de
nuestra falta de preparación para gobernar”, sino como una
oportunidad para demostrar la “extraordinaria capacidad que hemos
desarrollado para adecuarnos a las circunstancias y, en el mejor de
los casos, para anticiparnos a situaciones de crisis. Gobernar exige
mantener un ritmo, estar permanentemente atentos a las exigencias del
presente, estar preparados para responder con eficacia en situaciones
en que predomina la incertidumbre. Esto, claro está, nos expone al
desgaste físico y emocional, lo que quiere decir que estamos
obligados a no descuidar todo lo que hace posible recuperar fuerzas,
tanto física como emocionalmente”.
Se atreve a más: en la burocracia del
Estado, de éste en particular, hay dos tipos de jornadas de trabajo:
el de oficina y el de calle. Se define de una como “militante de la
calle”.
Para Iturriza, “nada sustituye la
calle como espacio de la política, como escuela de la política
revolucionaria”. Para ello ha establecido un credo, “hay que
saber lidiar con la calle: dejarse seducir por ella. La política
callejera como una de los artes amatorias: hay que entregarse a ella
como uno se entrega a las amantes. Aguzar los sentidos: escuchar
mucho, mirar a los ojos, desarrollar la capacidad para sentir empatía
con el ciudadano común, relacionarse siempre a partir del respeto.
Lo único mejor que una asamblea conflictiva, donde se expresan las
diferencias, es decir, nuestras singularidades, de forma
transparente, es el trabajo conjunto, el trabajo voluntario, el
trabajo físico compartido, que nos hermana, nos iguala”.
Le enorgullece “infinitamente”
trabajar para la revolución, de la que se siente protagonista y a la
que califica como una “epopeya”, que lo ha hecho, así lo siente,
“mejor persona”.
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La cultura la define como “un animal
que agoniza mientras pare lo nuevo. La vida que se alza contra la
muerte, y prevalece. La vida 'bárbara', 'salvaje', frente a cuyo
ímpetu nada puede la muerte 'civilizada'”.
Ha desarrollado una “profunda
aversión” por la izquierda, que se cree superior moralmente. Su
rechazo es según él, proporcional a su contacto con lo popular, que
desde hace un par de décadas, asumió el nombre de chavismo.
“El chavismo asimila la tradición
política de la izquierda, y de allí proviene parte de su potencia,
así como algunas de sus limitaciones. El chavismo asimila:
incorpora, pero prevalece. No se inscribe en la izquierda política,
no forma parte de ella. Ocurre a la inversa. El chavismo es lo que le
permite a la izquierda venezolana no sólo hacerse un fenómeno de
masas, sino devenir popular. Lo popular impone sus éticas y
estéticas. Por eso, soy de izquierda, y comunista. Pero me
considero, antes que cualquier otra cosa, chavista”.
Junto a Iturriza ha crecido un grupo de
personas a las que mientan “los conuqueros” y una supuesta
diatriba según la cual hay una riña entre los que leen y los que
siembran. En verdad, la idea es mucho más vieja que el florecimiento
de Reinaldo en la política y tiene que ver con eso de “estudiar
para ser alguien”.
“Los que creen en el objeto libro
como depositario del saber suelen ser personas muy acomplejadas,
inseguras, temerosas, que pretenden compensar su falta de
experiencia, o el miedo que les produce tener que lidiar con la
realidad, con la seguridad que encuentran no en la lectura, sino en
el conocimiento que acumulan a través de la práctica de la
lectura”. Entonces, recuerda con cuántos esperpentos se tropezó
en la universidad, que concebían a la academia como un instrumento
para ascender socialmente, por el prestigio asociado al grado
universitario.
“Plantear todo esto no nos hace
insensibles a la lectura, a los libros, ni quiere decir, obviamente,
que todo el que lee es un arrogante insufrible. Yo mismo no
concebiría mi cotidianidad sin la lectura, y de mi relación por
igual amable y tormentosa con los libros ha resultado, en buena
medida, lo que hoy soy. Como tantas personas, también tengo mis
libros de cabecera, a los que vuelvo en momentos de tribulaciones,
buscando la paz perdida. Sigo descubriendo lo nuevo en libros de
autores antiguos, y disfrutando del incomparable placer que es abrir
un libro por primera vez. La clave está, me parece, en entender
que el saber no reposa en los libros. Leer más no necesariamente nos
hace mejores personas. Sembrar tampoco, por cierto. Y sin
embargo, tendríamos que sembrar más de lo que lo hacemos, si es que
lo hacemos. Cuántos maravillosos secretos nos esconde la práctica
ancestral de la siembra. Cuánta sabiduría. Por no ahondar en la
circunstancia ineludible de que sin el trabajo de los que siembran no
existirían las universidades. Ahora bien, más allá de todo esto,
me parece que lo fundamental es evitar los esencialismos: la solución
no pasa por evitar los libros para dedicarnos a la siembra. Es tan
obvio que casi da vergüenza la aclaratoria. Y en honor a la verdad,
las posturas esencialistas las he identificado, casi siempre,
asociadas a quienes practican el fetichismo de los libros”.
Por cierto, no recuerda la fecha exacta
de cuándo fue la última vez que sembró, en una Comuna.
“Tristemente”.
-¿Cuánto gana un ministro de
cultura en Venezuela?
-Como 25 mil bolívares.
-¿Por qué la situación económica
actual, devenida en crisis, le parece una oportunidad?
-Porque nos obliga a observar los
límites de eso que Foucault llamaría la “gubernamentalidad”
asociada al rentismo. Gobernar no es otra cosa que prácticas de
gobierno que, a su vez, obedecen a unas determinadas lógicas.
Nuestras prácticas de gobierno están determinadas por eso que Alí
Rodríguez Araque llama lógicas del “capitalismo rentista”.
Nuestros modelos de gestión favorecen el despilfarro, y crean las
condiciones para el enriquecimiento progresivo, sin mayor esfuerzo,
de eso que llamamos “proveedores” del Estado. La merma
presupuestaria nos obliga a cuestionar radicalmente esas prácticas
de gobierno, esos modelos de gestión y, en el mejor de los casos,
toda la lógica rentista, si acaso queremos hacer más con menos.
Es decir, actuar más eficientemente. Eso que enunciamos como
“crisis” comprende un conjunto de dificultades que interpela
ferozmente a ese estamento clave que es el funcionariado. Que éste
no se dé por aludido es otra cosa. Pero el militante en funciones,
en cambio, está obligado no sólo a administrar mejor los recursos.
La dificultad para que la institucionalidad funcione de acuerdo a la
misma lógica de siempre tendría que ser identificada por todos
nosotros como una oportunidad única para transformar esa misma
institucionalidad. Para ser eficaces políticamente, diría Alfredo
Maneiro.
-¿Es dogmática la crítica a
algunas acciones del gobierno?
-Claro que sí. Hay gente que tiene un
programa que hay que aplicar. Porque es gente que se formó en la
idea de que si una revolución es socialista, entonces hay que
aplicar una serie de medidas de naturaleza socialista, etc. Por
ejemplo, la nacionalización de la banca. El programa dice que tal
medida es la que corresponde. Y no invierten un segundo en pensar en
la viabilidad de la medida, para decirlo con Varsavsky. Al contrario,
si Nicolás demora la aplicación de la medida, es porque el proceso
está torciendo el rumbo hacia el reformismo, y cuestiones por el
estilo. Este tipo de posturas me parece que son muy poco serias. Nada
rigurosas. Y lamentablemente, este tipo de análisis, que en realidad
da cuenta de la falta de un análisis riguroso de la situación, es
lo que predomina en algunos círculos.
-¿Qué opinión le merece lo
ocurrido con Tves y la programación que ofrece ahora? Esto porque
tengo entendido que fue una propuesta que MinCultura se encargara de
ése canal, en algún momento.
-Todo parece indicar que TVes ha
aumentando sus índices de audiencia. Algunos plantean que el éxito
de una propuesta comunicacional no puede medirse exclusivamente por
lo audiencia. De acuerdo. Pero dos cosas son igualmente ciertas: a)
una propuesta comunicacional eficaz políticamente es una propuesta
con público. b) una propuesta comunicacional sin público es un
fracaso. De manera que no discutamos de TVes, solamente. Discutamos
sobre la televisión pública venezolana.
Dicho lo anterior, no estoy de
acuerdo con quienes plantean que la única manera de ganar audiencia
es vender “carne” (la mujer como objeto sexual), imponer un canon
de belleza muy similar al de RCTV o, por poner otro caso, hacer
periodismo amarillista. Esto es declararnos incapaces de realizar
una transformación revolucionaria en los planos comunicacional o
estético.
En Ávila TV intentamos hacer una
televisora que se reconociera en las estéticas populares y
específicamente barriales (por tratarse de un canal urbano). Vimos
cómo aumentaba la audiencia. A muchos de nuestros funcionarios no
les gustó lo que vieron. No se sintieron reconocidos en pantalla. Lo
popular les era algo ajeno, y sus estéticas les resultaban
extremadamente transgresoras. Hay un exceso de conservadurismo
que nos impide dar esta discusión de manera franca, desprejuiciada.
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“A los chavistas nos distingue la
alegría”. Pero, y agrega, también “la rabia que nos producen
las mañas de la vieja política. En esto prácticamente no se ha
insistido: pero si hay algo que define al chavismo es su profunda
aversión, su rechazo visceral, a la politiquería. De allí su
extraordinaria capacidad para saber identificar a los viejos adecos y
copeyanos que ahora pasan por chavistas. De allí su poca tolerancia
a la diatriba politiquera. Los estándares del pueblo que se
politizó con Chávez son muy altos: Chávez mismo, un pueblo que
redescubre el orgullo de ser venezolano, el amor propio. Lo que
corresponde es actuar de acuerdo a esos estándares, no pedirle al
pueblo que se conforme con menos”.
Y hablando de alegrías, es justo
confrontarla al espejo: el pueblo
chavista no ha tenido tiempo para vivir su duelo, producto de la
muerte de Chávez. “No hemos tenido un segundo de descanso.
Desde entonces, el pueblo venezolano ha sido asediado material y
espiritualmente”.
Recuerda claramente dónde estaba y qué
hizo cuando anunciaron la muerte de Chávez: “Estábamos en la
sala del apartamento, Meres, Sandra Mikele y yo. Minutos antes una
ráfaga de viento había apagado el velón blanco que manteníamos
prendido sobre el mesón. De pronto, vino el anuncio. Lloramos. Nos
abrazamos. Nos prometimos ser fuertes”.
-¿Estaría dispuesto a participar
por un puesto de elección popular?
-Preferiría no hacerlo.
Confiesa
haber aumentado de peso después de dejar de fumar hace un poco más
de cuatro años. El último año se lo debe a la falta de calle. Es
como sí dejara acumular la toxina ésa de la politiquería: “Tener
que lidiar con los burócratas, con los demagogos, con los líderes
negativos. Con gente que, por ejemplo, considera natural que amañemos
la elección de un consejo comunal. Lidiar con 'dirigentes' que
llegan a un barrio, se toman la foto, y se desaparecen. Lidiar con
'voceros' que desean carnets y prebendas, que no se representan más
a que sí mismos y a sus pequeños grupos, que no saben lo que es una
asamblea popular. Es decir, lidiar con los vicios de la pequeña
política”.
Y también está lo dulce: “Los
dibujos de las cartas de los niños. La bendición de las abuelas.
Saber que lograste transmitir el mensaje fundamental: Chávez nos
enseñó que se podía hacer política de otra forma, así que no se
conformen con menos. Las victorias colectivas”.
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En la oficina hay un altar a la
memoria. No tiene lugar fijo. Reinaldo cierra con seguro la puerta y
los ojos, se afloja los zapatos y pone los pies sobre el piso frío.
Entonces escucha el “jijijíiii, compadre”. Traga grueso y
aprieta el entrecejo. No quiere llorar. Se aferra al pollo frito con
pasta que le preparó Meres, su favorito. Pero después de dos
bocados se abstrae...
-¿Qué lo hace llorar?
-Me hace llorar la soledad. Gobernar
puede llegar a ser un ejercicio muy solitario. A veces gobernar
duele.
Por
Indira Carpio Olivo
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