A mí no me gustaba sangrar,
pero siempre he sido necia
y como a los demás asqueaba,
me enamoré de mi regla.
Le hice un nido en el balcón de mis
piernas
y nítida canta todos los meses.
Ahora que falta porque llevo varios
años empollando
vuelve como susurro y se hace ola
rápidamente.
Mi cuerpo que no conoce primero de
mayo,
tiñe las flores
alimenta el orégano
desgasta sus huesos
desempolva la muerte, que también pone
sus larvas en juego.
Cada vez que sangro me detengo en la
cama a mirar el cielo sin gobierno
y los dolores lejanos me quito como a
los vestidos
los cuelgo, desaguo, y apilo bala tras
bala.
Un dedo que apunta a la boca de una
pistola.
Mi lengua rota que gotea de placer.
Es un poema no nacido.
Un tambor de carne.
Mi sangre no ha firmado la lista de
asistencia,
burbujea la miel
un caballo que se sostiene en las dos
patas traseras
y me hace masticar la verdad.
La regla.
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