Hubo un momento (prolongado y
lastimosamente cercano) en el que en Charallave, pueblo de donde soy,
no hubo ni un parque maltrecho para que niñas y niños paisajearan
el tiempo.
Fue entonces cuando McDolnald's abrió
sus fauces: La piscina de pelotas, la fiestecita que organizan por
usted, el juguetico junto a la chatarra, también de plástico.
Mucha gente que conozco debía-debe
tapar los ojos de sus hijos cuando pasa frente a los arcos dorados,
convenientemente ubicados en la redoma que distribuye los caminos a
diferentes pueblos tuyeros.
Hacer de los más pequeños
consumidores natos, para luego de venderle la enfermedad, ofertarles
la cura, es una de las victorias de las transnacionales de la
alimentación hoy día, y la eme ce es un laboratorio global,
sin escrúpulos.
Mucha gente se queja de las largas y
apocalípticas filas que hacen para comprar casi cualquier cosa, pero
recuerdo las que los charallavenses formaban en este local y se me
infla la yugular.
Hace unos tres años, McDonald's de
Charallave fue cerrado. Se dijo que allí se reunían comandos
desestabilizadores y que el alcalde había decidido no renovar sus
permisos. De hecho, al lado ubicaron un Comando de campaña chavista.
Casualidad o no, al poco tiempo, la franquicia gringa volvió y más
amplia, con más espacio para ordenar la cola.
Su despedida fue más larga que el
retorno, y al parecer no hubo determinación política para que
saliera de la tierra de los Charavares. Quedó el cuento como leyenda
urbana.
Momento uno: No hay interés en que
McDonalds abandone la escena.
Hoy se arma un escándalo, para mí
convenientemente dibujado desde la mediática internacional (lo que
me pregunto es qué quieren tapar), porque no hay papas fritas en las
franquicias del payaso pelirrojo en Venezuela.
Inmediato culparon a la falta de
producción del rubro en el país, al desabastecimiento, y los más
arriesgados -tal es el caso del alcalde opositor Ramón Muchacho-
avizoraron la partida de McDolnalds de las tierras de Bolívar, y con
ellos, el empleo, como si las 150 franquicias garantizarán el
aparato productivo patrio.
Algunos salivamos ¡Por fin, se van!
Pero poco duró el suspiro: No se van nada, se quedan y
“diversifican” el menú con “propuestas venezolanas”, para
redoblar la embestida publicitaria.
A la vez, exigen al gobierno nacional
la divisas necesarias para importar la materia prima para engrasar,
llenar de transgénicos y glutamato monosódico los cuerpos (y las
mentes) de sus comensales. No usan las papas nativas, según para
mantener “la calidad” de su producto. Léase bien: producto.
Si, porque las hamburguesas tamaño llavero que le venden son una
mercancía, y su estómago un negocio, al que lo criollo puede
degenerar en diarrea.
Y, por favor, la ironía no se explica.
Momento dos: McDolnalds no se va,
sino que ahora nos mete la yuca.
Pero, por qué y a pesar de considerar
que el tema es parte de la agenda setting, no lo obvio y decido
posarme sobre la mierda. Porque me llama la atención de todo este
desbarajuste un término surgido como bandera para explicar cómo no
debería ser transparente si se va, o si se queda la transnacional
alimentaria.
Entre Venezuela y Estados Unidos existe
una figura “legal” que evita entre las dos naciones la Doble
Tributación, que a grandes rasgos viene a significar que las
empresas radicadas en suelo extranjero siguen tributando a su suelo
patrio.
Está demostrado que este hecho
contribuiría a la evasión fiscal de empresas como McDonald's en
Venezuela, porque el acuerdo los exime de pagar tributos al país
receptor, siempre y cuando el negocio esté en manos de
estadounidenses en territorio nacional, o de venezolanos en tierra
estadounidense.
Venezuela pierde miles de millones de
dólares al año con estos acuerdos porque, y seamos realistas, son
más los gringos con empresas en tierras de Bolívar que al revés.
Y si estos no pagan impuestos, y todos
sus alimentos son traídos de afuera, sólo nos quedan los empleos
que se generan en sus franquicias como “el aporte” de McDonald's
en Venezuela.
Sus trabajadores en el país son
jóvenes que forman parte de la población económicamente activa,
subpagados, explotados según las condiciones más estrictas para la
faena diaria, sin derecho a asociarse en sindicatos, con una alta
rotación de nómina, uniformados bajo los preceptos de una
multinacional que actúa como un ejército religioso, venerando al
Dios pelirrojo que se abanica con dinero.
Momento tres: Para McDolnald's es
una papa pelá hacer negocio de Venezuela.
Pero veamos,
principalmente por qué. Hay un punto de suma importancia en el
negocio que representa McDonald's en el mundo. Son una vulgar
exportadora de alimentos (todos los ingredientes de sus preparaciones
TIENEN que ser importados en los países en los que reside) bajo la
mampara de la calidad. Cuestión que usan para exigir divisas extras
en el caso reciente de las papas fritas, ya que el Estado venezolano
les otorga las requeridas para traer al país la materia prima de sus
hamburguesas, y a dólar preferencial, todavía a 6,30.
La
sobrefacturación, o subfacturación de sus productos, las
importaciones ficticias, el sobreprecio en sus artículos, y el
desvío de los dólares obtenidos al mercado negro, contribuye a la
mayor fuga de capitales que experimenta Venezuela en su historia.
El negocio de ser
franquiciante de un McDolnald's en el país es la obtención de
dólares preferenciales y la disposición de estos en el mercado
negro. Las papas fritas son sólo una distracción.
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McDolnald's es una
costra sobre el terreno árido de la economía mundial, no permite
que nada crezca sobre su escara, en cambio chorrea el pus con el que
pretende alimentar el mundo; y siendo el mundo el que ceba su
existencia podríamos cerrarle el chorro (Bolivia resalta como
ejemplo).
“El hombre conservará su tierra si puede comer y pagar los
impuestos; puede hacerlo.
Sí, lo puede hacer hasta el día en que su cosecha fracase y deba
pedirle dinero al banco.
Pero ya sabes, un banco o una empresa no pueden hacer eso, porque
esas criaturas no respiran aire, no comen carne. Respiran ganancias;
se comen el interés sobre el dinero. Si no lo reciben, se mueren de
la misma forma en que tú te morirías sin aire, sin carne”.
Pero, eso pasaría
en el tiempo en que Steinbeck escribió Las uvas de la ira.
No hoy, cuando las
Naciones-Estado salvan a las transnacionales, a los bancos, por
encima de los intereses de la mayoría.
No hoy, cuando los
Tratados contra la doble tributación benefician la acumulación de
grandes capitales de los tiburones que depredan el cardumen.
No hoy, cuando es
más conveniente dejar por la libre el uso de las divisas para la
importación y la creación de riquezas que tienen como soporte los
mercados paralelos, que a su vez liquidan la moneda nacional y
exaltan el dólar imperial.
Por esos pactos de
los que no conocemos las letras pequeñas y que nos entrampan con
términos legales, nos asumen tontos, nos montan en el caldero.
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