viernes, 27 de febrero de 2015

Gastronauta 21: Para McDolnald's Venezuela es una papa pelá



Hubo un momento (prolongado y lastimosamente cercano) en el que en Charallave, pueblo de donde soy, no hubo ni un parque maltrecho para que niñas y niños paisajearan el tiempo.
Fue entonces cuando McDolnald's abrió sus fauces: La piscina de pelotas, la fiestecita que organizan por usted, el juguetico junto a la chatarra, también de plástico.
Mucha gente que conozco debía-debe tapar los ojos de sus hijos cuando pasa frente a los arcos dorados, convenientemente ubicados en la redoma que distribuye los caminos a diferentes pueblos tuyeros.
Hacer de los más pequeños consumidores natos, para luego de venderle la enfermedad, ofertarles la cura, es una de las victorias de las transnacionales de la alimentación hoy día, y la eme ce es un laboratorio global, sin escrúpulos.
Mucha gente se queja de las largas y apocalípticas filas que hacen para comprar casi cualquier cosa, pero recuerdo las que los charallavenses formaban en este local y se me infla la yugular.
Hace unos tres años, McDonald's de Charallave fue cerrado. Se dijo que allí se reunían comandos desestabilizadores y que el alcalde había decidido no renovar sus permisos. De hecho, al lado ubicaron un Comando de campaña chavista. Casualidad o no, al poco tiempo, la franquicia gringa volvió y más amplia, con más espacio para ordenar la cola.
Su despedida fue más larga que el retorno, y al parecer no hubo determinación política para que saliera de la tierra de los Charavares. Quedó el cuento como leyenda urbana.
Momento uno: No hay interés en que McDonalds abandone la escena.

Hoy se arma un escándalo, para mí convenientemente dibujado desde la mediática internacional (lo que me pregunto es qué quieren tapar), porque no hay papas fritas en las franquicias del payaso pelirrojo en Venezuela.
Inmediato culparon a la falta de producción del rubro en el país, al desabastecimiento, y los más arriesgados -tal es el caso del alcalde opositor Ramón Muchacho- avizoraron la partida de McDolnalds de las tierras de Bolívar, y con ellos, el empleo, como si las 150 franquicias garantizarán el aparato productivo patrio.
Algunos salivamos ¡Por fin, se van! Pero poco duró el suspiro: No se van nada, se quedan y “diversifican” el menú con “propuestas venezolanas”, para redoblar la embestida publicitaria.
A la vez, exigen al gobierno nacional la divisas necesarias para importar la materia prima para engrasar, llenar de transgénicos y glutamato monosódico los cuerpos (y las mentes) de sus comensales. No usan las papas nativas, según para mantener “la calidad” de su producto. Léase bien: producto. Si, porque las hamburguesas tamaño llavero que le venden son una mercancía, y su estómago un negocio, al que lo criollo puede degenerar en diarrea.
Y, por favor, la ironía no se explica.
Momento dos: McDolnalds no se va, sino que ahora nos mete la yuca.

Pero, por qué y a pesar de considerar que el tema es parte de la agenda setting, no lo obvio y decido posarme sobre la mierda. Porque me llama la atención de todo este desbarajuste un término surgido como bandera para explicar cómo no debería ser transparente si se va, o si se queda la transnacional alimentaria.
Entre Venezuela y Estados Unidos existe una figura “legal” que evita entre las dos naciones la Doble Tributación, que a grandes rasgos viene a significar que las empresas radicadas en suelo extranjero siguen tributando a su suelo patrio.
Está demostrado que este hecho contribuiría a la evasión fiscal de empresas como McDonald's en Venezuela, porque el acuerdo los exime de pagar tributos al país receptor, siempre y cuando el negocio esté en manos de estadounidenses en territorio nacional, o de venezolanos en tierra estadounidense.
Venezuela pierde miles de millones de dólares al año con estos acuerdos porque, y seamos realistas, son más los gringos con empresas en tierras de Bolívar que al revés.
Y si estos no pagan impuestos, y todos sus alimentos son traídos de afuera, sólo nos quedan los empleos que se generan en sus franquicias como “el aporte” de McDonald's en Venezuela.
Sus trabajadores en el país son jóvenes que forman parte de la población económicamente activa, subpagados, explotados según las condiciones más estrictas para la faena diaria, sin derecho a asociarse en sindicatos, con una alta rotación de nómina, uniformados bajo los preceptos de una multinacional que actúa como un ejército religioso, venerando al Dios pelirrojo que se abanica con dinero.
Momento tres: Para McDolnald's es una papa pelá hacer negocio de Venezuela.

Pero veamos, principalmente por qué. Hay un punto de suma importancia en el negocio que representa McDonald's en el mundo. Son una vulgar exportadora de alimentos (todos los ingredientes de sus preparaciones TIENEN que ser importados en los países en los que reside) bajo la mampara de la calidad. Cuestión que usan para exigir divisas extras en el caso reciente de las papas fritas, ya que el Estado venezolano les otorga las requeridas para traer al país la materia prima de sus hamburguesas, y a dólar preferencial, todavía a 6,30.
La sobrefacturación, o subfacturación de sus productos, las importaciones ficticias, el sobreprecio en sus artículos, y el desvío de los dólares obtenidos al mercado negro, contribuye a la mayor fuga de capitales que experimenta Venezuela en su historia.
El negocio de ser franquiciante de un McDolnald's en el país es la obtención de dólares preferenciales y la disposición de estos en el mercado negro. Las papas fritas son sólo una distracción.

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McDolnald's es una costra sobre el terreno árido de la economía mundial, no permite que nada crezca sobre su escara, en cambio chorrea el pus con el que pretende alimentar el mundo; y siendo el mundo el que ceba su existencia podríamos cerrarle el chorro (Bolivia resalta como ejemplo).
El hombre conservará su tierra si puede comer y pagar los impuestos; puede hacerlo.
Sí, lo puede hacer hasta el día en que su cosecha fracase y deba pedirle dinero al banco.
Pero ya sabes, un banco o una empresa no pueden hacer eso, porque esas criaturas no respiran aire, no comen carne. Respiran ganancias; se comen el interés sobre el dinero. Si no lo reciben, se mueren de la misma forma en que tú te morirías sin aire, sin carne”.
Pero, eso pasaría en el tiempo en que Steinbeck escribió Las uvas de la ira.
No hoy, cuando las Naciones-Estado salvan a las transnacionales, a los bancos, por encima de los intereses de la mayoría.
No hoy, cuando los Tratados contra la doble tributación benefician la acumulación de grandes capitales de los tiburones que depredan el cardumen.
No hoy, cuando es más conveniente dejar por la libre el uso de las divisas para la importación y la creación de riquezas que tienen como soporte los mercados paralelos, que a su vez liquidan la moneda nacional y exaltan el dólar imperial.
Por esos pactos de los que no conocemos las letras pequeñas y que nos entrampan con términos legales, nos asumen tontos, nos montan en el caldero.

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