lunes, 12 de enero de 2015

Gastronauta 20: Reciclar la comida, reinventarse el mundo

Navidad es emblema del consumismo, estandarte del capitalismo. La hemos convertido de una celebración pagana que adoraba al SUN (sol), a una que celebra al SON (hijo). Ha de ser la fecha en la que más desperdiciamos energía, dinero, comida.
Según la FAO (el Organismo que se encarga de la Alimentación y la Agricultura en Naciones Unidas) el mundo desperdicia al año más de un tercio de la producción agrícola, que se tira a la basura sin llegar a consumirse (léase bien, hablamos sólo de los alimentos que no llegan a cocinarse). Sólo en Estados Unidos casi el cincuenta por ciento de los alimentos van a parar a los botaderos. Mientras, el hambre constituye el mayor riesgo de salud en el mundo y por su causa cada 15 segundos muere un niño.
Podemos aprovechar los alimentos incluso más allá de lo que comemos. Los residuos orgánicos (conchas, cáscaras, papel) se deben reusar en la producción casera y colectiva del abono que enriquezca la tierra que nos sostiene.
La abundancia que amasamos para diciembre en Occidente de alguna manera debería ser planificada y no constituir una política individual, sino de Estado, en la que la educación y la comunicación sean determinantes en reducir el consumo y reutilizar aquello que se salió de nuestro menú.
El desprecio por lo que llevamos a la boca contradice los índices de sobrepeso y obesidad que se incrementan en Venezuela y el mundo, una pandemia que arrastra sobre sus hombros las principales causas de muerte entre la población contemporánea, otro gran problema de salud pública.
Al final, la supuesta contradicción entre famélicos y obesos en el mundo no es sino expresión de los hilos que lo mueven, interesados en la enfermedad y sus posibles “remedios”. Así, encontramos que quien te vende comida de plástico, también te oferta la pastillita para que adelgaces, porque la acumulación parece ser un problema que resuelve una consigo misma, o milagro mediante.
 
Al respecto, el poeta Adal Hernández escribe:

Que arrecho como el capitalismo nos ha hecho creer que todo lo malo del mismo sistema es una responsabilidad personal.
Si eres gordo, haz dieta, no eliminaremos la grasa y el azúcar de toda la comida que producimos como sistema. Si la vida en el Planeta está amenazada por la emisión de gases invernaderos, reduce tu consumo personal de energía, es tu responsabilidad, compra tecnología verde, no vamos a reducir la emisión de gases como sistema. Si hay pobreza, se solidario con el prójimo, haz caridad, no cerraremos la brecha entre los ricos y los pobres. Sí mueres de cáncer de pulmón por fumar, eres un idiota inconsciente del daño del cigarrillo, nosotros no obligaremos a las tabacaleras a disminuir los químicos que maximizan las ganancias.
El problema del capitalismo es personal, es tu culpa, tú puedes poner tu granito de arena para que el mundo cambie, tú, solo, individuo, no comunidad, no gobierno, no Estado.

Si con sembrar -cada uno- tuviésemos ¿Qué pasa con la miseria en la que muchos agricultores viven? Y si no fuese suficiente la tierra ¿Por qué los índices de sicariatos contra campesinos, ejecutados por terratenientes, no decrece?
Y miremos no sólo el inicio de la cadena agroalimentaria, sino su destino final, el consumo ¿Si la opulencia individual es el germen de la obesidad, qué ocurre con la cada vez más grande cantidad de pobres con malnutrición por exceso?
Hay tantas preguntas, tantas bocas existen, pero en navidad una sola respuesta pareciera estar servida: El acopio final de nuestras energías. Se resume en estas fechas lo que procuramos durante el año, es como el esfuerzo último del corredor que abre su pecho para rematar y reventar la cinta, procurando una medalla o en el fracaso, que su pecho estalle contra el aire. Hasta la familia más pobre desea adornar su tablita con los colores que nos dijeron, con las frutas que nos impusieron.

En casa siempre se hizo un esfuerzo para llenar la nevera. Era la medida para saber cuán bien (o mal) estábamos. Era más barato comprarse una cava, tan fácil que hubiese sido la solución.
Pero llegado diciembre otro era el metro, la mesa de la cena navideña. Es de un emblema de estas fechas que nuestros hermanos originarios nos revelan una forma de transformar nuestro mundo: La hallaca, a través de la tecnología de la necesidad, diría Fruto Vivas.
Es esta preparación el resultado de la mezcla de los ingredientes que sobraban de las preparaciones consumidas por los señores de la casa, lo amos, y los que los sirvientes tenían “a mano”.
Metiendo la lupa en la historia, me cuesta entender cómo pasó la hallaca de ser una preparación con alimentos reciclados, la cocina esclava, a constituirse en uno casi imposible de elaborar por el costo de los ingredientes. Luego, me resisto a explicarme por qué seguimos imitando una cultura ajena, al literalmente parir manzanas, uvas, nueces, avellanas, panetón, vino, champaña, jamón y pernil.
La adopción de la cocina de la conquista trascendió quinientos años y es así como preferimos una roja california, mientras al lado se pudre una lechosa, porque hacerlas manjar es más complicado.
Nunca he estado del lado del nacionalismo, pero no es menos cierto que nuestros cuerpos nacidos en la tierra en la que brotan no necesitan más que lo que esa tierra produce. Nadie dice en ningún manual que no podamos probar un pedazo de cada lado del mundo. Nadie. Pero cuando hacemos norma comprar nuestra cultura, la moneda se agota y en el viaje las manzanas se magullan.

En enero el contingente de hallacas y bollitos se reduce. Volvemos a la cocina de la mezcla en que nos convertimos y debemos empezar el año con el propósito de reducir el desperdicio de nuestro tiempo sobre todas las cosas. Tiempo que se traduce en trabajo y a su vez en comida.
La inventiva en la cocina promete variedad, sabor, y alguno que otro pelón. Antesdeayer preparamos la passata del abuelo. Yo la hice con plátano como me gusta y plumitas para acompañar. De ése almuerzo quedó suficiente como para reusarla hoy. La llevé al horno y la compacté en un Pastel de pasta.


Modo
Caliente la pasta con la salsa en un caldero hasta que escuche el crujir del cereal contra el fuego. En otra olla, derrita mantequilla con ajo triturado y cilantro picadito. La cantidad de cada uno depende de los espaguetis que haya reciclado. En la mezcla anterior, agregue crema de leche y queso crema, tanto haya resuelto desleír la mantequilla. Procure una salsa blanca que cubra las plumitas ya dispuestas en una tortera para llevar al horno.
Sobre la salsa, un puño de queso parmesano o lo que estime necesario, según gustos y presupuesto. Y encima de éste, lonjitas de mozzarella. Para terminar, mezcle pan duro rallado, pimienta y parmesano y extienda en la cubierta. Coloque de 10 a 15 minutos (de acuerdo al tamaño) en el horno a 150°.
Es un plato energético, que se resuelve con pocas cantidades de ingredientes y aprovecha los sabores, que según las abuelas se concentran con los días. Acompañe la porción del Pastel con una buena ración de ensalada y frutas, para balancear el plato.

Prefiera la pasta de arroz que se expende en la Red de abastos del Estado, es más económica y más sana, además más sabrosa. Debemos atrevernos a cambiar el mundo antes de que éste nos cambie a nosotros y nos enrumbe como cerdos al matadero; sin embrago y después de todo digo con el periodista indio Palagummi Sainath, “que angustiados estamos por cómo muere la gente. Que despreocupados por cómo viven".

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