martes, 26 de enero de 2016

Gastronauta 70: Guillermo




La casa está en silencio.
Un silencio, como si estuviera atravesada por una montaña y la vieja roca la aislara del resto del valle de Caracas.
Isaura presiente que Guillermo, su hijito de dos años, está a punto de meter un dedito en el tomacorrientes y apura el paso desde la cocina y no lo encuentra. No está en su cuarto, ni en el de ella y su marido. No está en los baños, tampoco en la sala. Se ha devuelto a la cocina. Y, no está.
Se sienta. Reposa del susto. Y recuerda que Guillermo no está, ni estará.
Y entonces vuelve a llorar en silencio, para no despertarlo.
No sabe cómo aceptarlo.

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A Guillermo lo tuvieron después de seis años de casados.
A Jhonder lo conoció en San Félix, y se lo trajo al 23, donde vivía Isaura, desde los tres años de vida. Desde allí siguieron su historia.

A Guille lo buscó en las lunas, subiendo las piernas en las paredes, tomando caléndula con berro. Finalmente, después de un tratamiento médico, la doble rayita en la prueba de orina lo confirmó: era una mujer habitada.

Una cesárea después, Isaura se fue a su casa y lo puso, a Guillermo Andrés Bernárdez Bethancourt, en su regazo hasta el séptimo mes, cuando a este árbol, le rompieron una rama. Debía volver a trabajar en la Compañía Anónima Nacional de Teléfonos de Venezuela. Algunos tambores se apagaron, pero el repique de a poco levantó la cabeza.

Primero se lo cuidó la cuñada, después la madrina de bautizo de Isaura, doña María Zerpa, como su segunda madre.
Apenas supo caminar, lo llevó al Preescolar Asistencial 23 de enero.
Llegado el momento, la escuela decidió no recibir el pago de la institución para la cual trabaja Isaura, luego de un año de incumplimientos, y la madre se vio en la obligación de llevarlo a otro cuidado, para poder gozar del beneficio laboral.

Las dos primeras semanas, Guillermo no quería levantarse de la cama. Lloraba. Se negaba a visitar su nueva escuela: Mis travesuras, también ubicada en la parroquia.
A Isaura esto le llamó la atención, porque su hijo era muy despierto y le gustaba “ir a estudiar”, pero asumió que le costaba el cambio. Notó sí, que las maestras no eran cariñosas y que habían unas especialmente gritonas.
Pasaron las horas y los padres se levantaban todos los días a las seis de la mañana, la madre preparaba el desayuno, el teterito, y luego lo despertaban, lo vestían y a las siete y media -más tardar- lo dejaban en la escuela, hasta la tardecita, cuando ella o Jhonder iban a por su hijo.
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El día del silencio, Isaura se despidió de Guillermo Andrés y le echó la bendición.

A las doce y quince del mediodía, del veinte de enero, la llama su madrina que, entre el llanto y el lamento, le dice que su hijo había sufrido un accidente, que corriera al pediátrico.
El sol se recostó en su espalda, como un yunque.
Se olvidó que en ese momento estaba en una reunión y saltó de la silla hasta el Hospital Elías Toro, en Catia. En el trayecto a su pequeño infierno, llamaba a la Escuela y jamás le atendieron el teléfono.
Nunca pensó encontrar a Guillermo muerto.

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Eran las once y media cuando las maestras se dieron cuenta de que Guille había pasado mucho rato en el baño. Y, cuando fueron por el niño, lo encontraron “ahogado” en un pipote con agua, según la versión de las maestras Yoelis Barrios Gómez, de veintiocho años, y la auxiliar Kharla Pérez de dieciocho.
Ninguna acompañó a un niño de dos años al baño.

Según los compañeritos de la escuela, Guille se había golpeado la cabeza, durante la ronda de canciones.
Después del suceso, algunos padres se quejaron con las autoridades del Ministerio de Educación y los representantes de la Zona Educativa, en una reunión llevada a cabo en el Colegio Manuel Palacio Fajardo durante la mañana del lunes 25 de enero, en la que, entre otros maltratos físicos y emocionales, denunciaron que algunos alumnos eran metidos en un pipote con agua fría, como castigo, “por malcriados”.

Según el informe forense y el acta de defunción, Guillermo Andrés Bernárdez Bethancourt, de dos años y diez meses de edad, murió debido a un “edema cerebral por causa a definir en estudios histológicos y toxicológicos”.

Según fuentes médicas, el golpe tuvo que ser severo para causar un edema. Y de ser cierto, o debió entrar en coma, o la muerte debió ser instantánea, para un niño de esa edad ¿Cómo llegó al tobo con agua?

La comunidad se pregunta qué ocurrió realmente.
Tras las rejas permanecen la maestra y la auxiliar, también la directora del Plantel Xiomara Aguirre, y la otra auxiliar, Yelitza López.
A la fecha mantienen su versión de los hechos: “el niño se ahogó”.
Los padres exigen justicia y el esclarecimeinto del caso, que se cierre el Preescolar Mis travesuras y se les quite la titularidad a las docentes implicadas.


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Isaura tiene miedo de que la muerte de su pequeño quede impune. Tiene miedo de decir demasiado, o demasiado poco. No sabe cuánto es mucho.
Al comienzo de nuestra conversación estaba segura de que a su hijo lo habían arrojado al pipote con agua, después de que recibiera el golpe en la cabeza. Al final, no lo sabe.
Me da una foto en la que Jhonder, el padre, abraza a Guille, ambos uniformados con un traje de béisbol. Y, luego teme de exponer a su esposo.
Guille, guardaba con recelo cinco bates de diferentes materiales, como sus juguetes más preciados. También un par de tambores, porque África se colaba entre sus manitas.

Isaura confía en poder tener otro hijo “así de vivo, como Guille, pilas, lleno de salud, alegre”, pero se apaga cuando pone sus manos en el cuero del tamborcito bumba -de calipso- que le regalaran en su segundo cumpleaños.
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Mi hija, Manuela, de once meses camina por primera vez mientras escribo. Y, llevo a Pola -que tiene la misma edad de Guille- tantas veces quiera al baño. No puedo, tampoco quiero ponerme en los zapatos de Isaura. Empiezo a pensarlo y se me abre el pecho y me atraviesa un sol oscuro, lloroso, una sombra bajo la que no quiero escampar.
Hace tres años trabajo desde casa, porque me da terror dejar a mis hijas al cuido del sistema.
Hay que ser valiente para ser madre trabajadora y dejar a los hijos al amparo de otro.

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Las madres le tenemos miedo al silencio.

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