La casa está en silencio.
Un silencio, como si
estuviera atravesada por una montaña y la vieja roca la aislara del
resto del valle de Caracas.
Isaura presiente que
Guillermo, su hijito de dos años, está a punto de meter un dedito
en el tomacorrientes y apura el paso desde la cocina y no lo
encuentra. No está en su cuarto, ni en el de ella y su marido. No
está en los baños, tampoco en la sala. Se ha devuelto a la cocina.
Y, no está.
Se sienta. Reposa del
susto. Y recuerda que Guillermo no está, ni estará.
Y entonces vuelve a
llorar en silencio, para no despertarlo.
No sabe cómo
aceptarlo.
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A Guillermo lo tuvieron
después de seis años de casados.
A Jhonder lo conoció
en San Félix, y se lo trajo al 23, donde vivía Isaura, desde los
tres años de vida. Desde allí siguieron su historia.
A Guille lo buscó en
las lunas, subiendo las piernas en las paredes, tomando caléndula
con berro. Finalmente, después de un tratamiento médico, la doble
rayita en la prueba de orina lo confirmó: era una mujer habitada.
Una cesárea después,
Isaura se fue a su casa y lo puso, a Guillermo Andrés Bernárdez
Bethancourt, en su regazo hasta el séptimo mes, cuando a este árbol,
le rompieron una rama. Debía volver a trabajar en la Compañía
Anónima Nacional de Teléfonos de Venezuela. Algunos tambores se
apagaron, pero el repique de a poco levantó la cabeza.
Primero se lo cuidó la
cuñada, después la madrina de bautizo de Isaura, doña María
Zerpa, como su segunda madre.
Apenas supo caminar, lo
llevó al Preescolar Asistencial 23 de enero.
Llegado el momento, la
escuela decidió no recibir el pago de la institución para la cual
trabaja Isaura, luego de un año de incumplimientos, y la madre se
vio en la obligación de llevarlo a otro cuidado, para poder gozar
del beneficio laboral.
Las dos primeras
semanas, Guillermo no quería levantarse de la cama. Lloraba. Se
negaba a visitar su nueva escuela: Mis travesuras, también ubicada
en la parroquia.
A Isaura esto le llamó
la atención, porque su hijo era muy despierto y le gustaba “ir a
estudiar”, pero asumió que le costaba el cambio. Notó sí, que
las maestras no eran cariñosas y que habían unas especialmente
gritonas.
Pasaron las horas y los
padres se levantaban todos los días a las seis de la mañana, la
madre preparaba el desayuno, el teterito, y luego lo despertaban, lo
vestían y a las siete y media -más tardar- lo dejaban en la
escuela, hasta la tardecita, cuando ella o Jhonder iban a por su
hijo.
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El día del silencio,
Isaura se despidió de Guillermo Andrés y le echó la bendición.
A las doce y quince del
mediodía, del veinte de enero, la llama su madrina que, entre el
llanto y el lamento, le dice que su hijo había sufrido un accidente,
que corriera al pediátrico.
El sol se recostó en
su espalda, como un yunque.
Se olvidó que en ese
momento estaba en una reunión y saltó de la silla hasta el Hospital
Elías Toro, en Catia. En el trayecto a su pequeño infierno, llamaba
a la Escuela y jamás le atendieron el teléfono.
Nunca pensó encontrar
a Guillermo muerto.
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Eran las once y media
cuando las maestras se dieron cuenta de que Guille había pasado
mucho rato en el baño. Y, cuando fueron por el niño, lo encontraron
“ahogado” en un pipote con agua, según la versión de las
maestras Yoelis Barrios Gómez, de veintiocho años, y la auxiliar
Kharla Pérez de dieciocho.
Ninguna
acompañó a un niño de dos años al baño.
Según los compañeritos
de la escuela, Guille se había golpeado la cabeza, durante la ronda
de canciones.
Después del suceso,
algunos padres se quejaron con las autoridades del Ministerio de
Educación y los representantes de la Zona Educativa, en una reunión
llevada a cabo en el Colegio Manuel Palacio Fajardo durante la mañana
del lunes 25 de enero, en la que, entre otros maltratos físicos y
emocionales, denunciaron que algunos alumnos eran metidos en un
pipote con agua fría, como castigo, “por malcriados”.
Según el informe
forense y el acta de defunción, Guillermo Andrés Bernárdez
Bethancourt, de dos años y diez meses de edad, murió debido a un
“edema cerebral por causa a definir en estudios histológicos y
toxicológicos”.
Según fuentes médicas,
el golpe tuvo que ser severo para causar un edema. Y de ser cierto, o
debió entrar en coma, o la muerte debió ser instantánea, para un
niño de esa edad ¿Cómo llegó al tobo con agua?
La comunidad se
pregunta qué ocurrió realmente.
Tras las rejas
permanecen la maestra y la auxiliar, también la directora del
Plantel Xiomara Aguirre, y la otra auxiliar, Yelitza López.
A la fecha mantienen su
versión de los hechos: “el niño se ahogó”.
Los padres exigen
justicia y el esclarecimeinto del caso, que se cierre el Preescolar
Mis travesuras y se les quite la titularidad a las docentes
implicadas.
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Isaura tiene miedo de
que la muerte de su pequeño quede impune. Tiene miedo de decir
demasiado, o demasiado poco. No sabe cuánto es mucho.
Al comienzo de nuestra
conversación estaba segura de que a su hijo lo habían arrojado al
pipote con agua, después de que recibiera el golpe en la cabeza. Al
final, no lo sabe.
Me da una foto en la
que Jhonder, el padre, abraza a Guille, ambos uniformados con un
traje de béisbol. Y, luego teme de exponer a su esposo.
Guille, guardaba con
recelo cinco bates de diferentes materiales, como sus juguetes más
preciados. También un par de tambores, porque África se colaba
entre sus manitas.
Isaura confía en poder
tener otro hijo “así de vivo, como Guille, pilas, lleno de salud,
alegre”, pero se apaga cuando pone sus manos en el cuero del
tamborcito bumba -de calipso- que le regalaran en su segundo
cumpleaños.
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Mi hija, Manuela, de
once meses camina por primera vez mientras escribo. Y, llevo a Pola
-que tiene la misma edad de Guille- tantas veces quiera al baño. No
puedo, tampoco quiero ponerme en los zapatos de Isaura. Empiezo a
pensarlo y se me abre el pecho y me atraviesa un sol oscuro, lloroso,
una sombra bajo la que no quiero escampar.
Hace tres años trabajo
desde casa, porque me da terror dejar a mis hijas al cuido del
sistema.
Hay que ser valiente
para ser madre trabajadora y dejar a los hijos al amparo de otro.
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Las madres le tenemos
miedo al silencio.
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