martes, 12 de enero de 2016

Gastronauta 68: No siembre un coño



Vuelve el coco verde: la siembra.

La reciente creación del Ministerio de Agricultura Urbana dentro del gabinete del Gobierno Nacional amenaza la “comodidad” aquella de creernos el cuento de que los alimentos nacen en la nevera, a los citadinos, a los que olvidaron que una vez fuimos el campo. Aquella gente, mucha con alma de cemento ¿por qué les ofende la convocatoria a la tierra?
A la gente que lo quiere todo ya, a la que piensa que ser humanos nos distingue de otros animales porque llegamos al estadio ése de la refinación, a quienes se sienten insultados con la mera existencia de la palabra “conuco”, a ésa gente a la que sólo le crecen los hongos en los pies, a la que le parece hermoso el paisaje de muchas hileras de frutos, y se atreven a tomarse la foto, pero en su mundo es insignificante el campesino.
A ésa gente que se le mueran las montañas y a nada le sepa la arepa.
Decía Atahualpa Yupanqui que hay quien que mira la tierra y ve tierra nomás. Está también la que no quiere mirarse en la tierra, ni “malgastarse” los ojos tan siquiera.

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También hay que decirlo: la agricultura urbana es una arista y no la única solución a una demanda agroalimentaria que, según nuestros hábitos de consumo y la demografía nacional, supera los límites del conglomerado de porrones en un balcón.
La siembra urbana ha de ser la alternativa autosustentable a una política de Estado que debe recuperar las tierras ociosas en manos privadas y públicas para trabajarlas, para producir.
Los bordes de la autopista que atraviesa las montañas de Aragua son un ejemplo y una vergüenza, los harapos rotos de una mujer a la que violaron y dejaron derramada en el valle más verde de Venezuela, kilómetros de propaganda política que anuncian una siembra que ya no es, mientras las caraotas las importamos y las pagamos (lo que pueden) con un ojo de la cara ¿Dónde están los responsables de la destrucción de aquellos invernaderos?

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Volvamos.
En varias ciudades del país, los huertos urbanos ya superan los balcones de los apartamentos.
Hay conucos, de los que una puede traerse semillas a casa, y los principales vegetales y tubérculos a mejores precios que en las grandes cadenas de supermercados. Éste representaría un eslabón intermedio para los habitantes de ciertas parroquias en las capitales, por ejemplo.
En la periferia de los grandes conglomerados es costumbre tener matitas de esto o aquello: aromáticas, medicinales, frutales, sin menester de andar convenciéndoles de que es saludable plantar lo que se come.
Recientemente se aprobó la Ley de semillas más discutida entre los campesinos de Venezuela: consensuada, antitransgénica y antipatentes, que durante tres años recorrió la geografía nacional para ser construida y reconstruida por el poder popular.
Pero como con el Ministerio de Agricultura Urbana, la Ley es Ley cuando un pueblo la ocupa, la aplica, la hace suya, y un pueblo que se burla de las formas con las que puede alimentarse, está condenado a morder el anzuelo, y a dejar el cascarón vacío de un Ministerio tirado, en la montaña de desperdicios de la esquina, mientras se ajusta el cinto y adora al Dios Supermercado.

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Lo que le indigna a muchas personas es que la propuesta de la siembra y cosecha en la ciudades, nazca en el seno del gobierno.
Pero, convengamos que la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura no es precisamente una extensión de los poderes de Maduro. Acto seguido, respiremos y leamos lo que la FAO considera sobre la Agricultura Urbana: “puede hacer una importante contribución a la seguridad alimentaria de las familias, sobre todo en tiempos de crisis y escasez de alimentos”.

¿Ven que no es un invento chavista para ensuciarle las uñas? ¿Hay o no hay una crisis económica-alimentaria en Venezuela en estos momentos?

Hay quien diga que la producción a menor escala, familiar, no se adecua a los ritmos de la ciudad, ni a sus exigencias. La FAO lo desmiente:
“Las hortalizas tienen un ciclo de producción corto, algunas se pueden recolectar a los 60 días de la siembra (...) Los huertos pueden ser hasta 15 veces más productivos que las fincas rurales. Un espacio de apenas un metro cuadrado puede proporcionar 20 kg de comida al año. Los horticultores urbanos gastan menos en transporte, envasado y almacenamiento, y pueden vender directamente en puestos de comida en la calle y en el mercado. Así obtienen más ingresos en vez de que vayan a parar a los intermediarios”.

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A cierta gente (bastante, por cierto) en este país hay que aplicarle aquello de la psicología inversa. Decirle por ejemplo: "no siembre un coño. Muérase de hambre". A ver si así movemos la rajita.

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