Tenía yo trece años cuando mi papá
me estampó la primera y única cachetada que me propinaría en lo
que ambos llevamos de vida.
Mi mamá le hizo llegar una carta que
yo le había escrito al chico que me gustaba.
“Pero, papá es sólo una carta”,
traté de explicarle, antes de que abriera los ojos como las luces de
una gandola en un túnel y me palmeara la cara.
“Con esta carta se puede preñar a
cualquiera”, sentenció.
Me hizo romperla en pedacitos,
enterrarla en el jardín y prometerle que no escribiría nunca más.
Dice Amparo Dávila que escribir es una
enfermedad incurable. Yo agregaría que es terminal para los que no
queremos cura.
Así, sucede que a veces no puedo ni
dormir. Me acuesto y una idea me abre los ojos, me hinca el costado.
Y la ignoro, creyendo que a la mañana siguiente la recordaré. Pero
se va para siempre, y para siempre me desvela. Otras tantas pasa que
yo trasnocho a la idea y ella ni se da por enterada. Pero la mayoría
de las veces hago un pacto con el texto. Es un pacto de sinceridad.
La idea puede maldecirme, puede. Sabe cómo voltearme como a una
media, y yo debo aceptarlo a cambio de la sucesión de sus letras.
Escribir puede matar tanto como la vida. Hay veces en las que siento
que soy persona sólo para poder escribir y no al revés. Eso no
significa que sepa qué quiero escribir, ni cómo hacerlo, porque no
quiero ser escritora, sólo quiero escribir.
Escribo para desenterrar. Lo mismo que
nace un árbol para dar sombra, para ser alimento.
Escribir es darle vuelta al tambor de
un revólver con las recámaras llenas.
Es preñar, a cualquiera, también a tu
padre, aunque la criatura sea una cachetada.
Escribir es romper las promesas.
Es el gesto del infierno en el pecho.
La ola de acero cuyo malecón es el
propio cuello.
Dejarse morir, sino y para qué la
vida.
**
Pero, escribir sobre escribir es un
despropósito cuando no se tiene qué escribir. No filosofa el obrero
sobre el muro que levanta, porqué habría de hacerlo quién escribe.
Hay ladrillos que se pudren sin que la historia los note, porque en
la multitud de palabras, los derrumbes se suceden, cotidianos.
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