El origen de Chávez
como el de los cualquiera, comienza con un cielo de barro, el olor
del café que despierta antes que el gallo, la pobreza aquella de
vestir algunos trapos y la riqueza de desnudar el alma apenas
aprendió las cosas del decir. Y así llegó, y el pujo no fue sino
una palabra, cortita y acuosa.
De la pelvis de Doña
Elena amaneció la historia.
Y entonces yo fui
chavista y no había nacido.
Él vendía arañas,
cuando mi abuelo era militar. Nosotros suspiros, cuando él se hacía
Teniente Coronel.
Mi abuela fue sabia,
aunque su dolor no lo era tanto, y fue chavista. Como Mamá Rosa, que
lo era, incluso antes de que naciera Hugo.
Aquél señor que
organiza las varas para que de su gente se eleve el hogar: es
chavista.
Aquella que multiplica
la cachama, la niña que tiene más semillas sembradas que días de
vida.
El que le limpia los
vidrios a los que la visión es del tamaño de su parabrisas, la que
madruga para que la redondez de la arepa bautice el día de su
muchachada, el que no sabe leer la eñe, pero la cuenta y la dibuja
como si la hubiese inventado. Ellos, ellas, así no lo sepan, son
chavistas.
Tercos, de sonrisa
obstinada, los que crecieron sin nada y sin nada se van, de vuelta a
la tierra. Los que la vida les quedó corta, aunque el dolor les
parezca largo.
No los hizo chavista la
carne que después de viejo pudieron comprar, ni el papel con el que
se limpian el culo después de digerir la carne. Como el nombre, ser
chavista les vino con la suerte de nacer común. A ellos la tierra
les creció entre las uñas y no al revés: porque hay a los que les
crece las garras para hacerse de la tierra.
Porque ser chavista no
te hace mejor que nadie, entonces hay que serlo.
No es aquel que te
mendiga un voto, tampoco el que se vale de un “maletín” para
robarse millones de papelitos color moneda. No es el apoderado.
Tampoco te viene lo de chavista con un televisor, o en el ticket
premiado de una rifa. No es ser lobo, tampoco el cordero.
Es el que lanza la
piedra, es la piedra, también el mar, y la danza que desdibuja la
calma, la roca a la que se la traga la sal y a la que vomita el agua
en montaña.
Chávez también fue
chavista.
E inauguró una nueva
forma para los cualquiera: y ya nadie calla. Nadie. Y en esta bulla
algunos cerramos los ojos, apretamos la respiración y cuando
volvimos sobre la idea, una noche se había tragado la voz. Y en eso
de nacer y volver a ser palabra, unos pocos nos robaron el nombre y
nos miran por el retrovisor de su máquina.
Sé de varios que lo
siembran letra por letra y lo riegan con el mismo sudor.
Otros se lanzan a mar
abierto, a ser carnada para la pesca.
No nos guardamos la
espalda, ponemos la carne para cargar los huesos y hacer la leña y
atizar el fuego.
Alrededor, bailarán
nuestros hijos y los suyos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario