martes, 1 de diciembre de 2015

Gastronauta 64: Chavista



El origen de Chávez como el de los cualquiera, comienza con un cielo de barro, el olor del café que despierta antes que el gallo, la pobreza aquella de vestir algunos trapos y la riqueza de desnudar el alma apenas aprendió las cosas del decir. Y así llegó, y el pujo no fue sino una palabra, cortita y acuosa.
De la pelvis de Doña Elena amaneció la historia.

Y entonces yo fui chavista y no había nacido.
Él vendía arañas, cuando mi abuelo era militar. Nosotros suspiros, cuando él se hacía Teniente Coronel.
Mi abuela fue sabia, aunque su dolor no lo era tanto, y fue chavista. Como Mamá Rosa, que lo era, incluso antes de que naciera Hugo.
Aquél señor que organiza las varas para que de su gente se eleve el hogar: es chavista.
Aquella que multiplica la cachama, la niña que tiene más semillas sembradas que días de vida.
El que le limpia los vidrios a los que la visión es del tamaño de su parabrisas, la que madruga para que la redondez de la arepa bautice el día de su muchachada, el que no sabe leer la eñe, pero la cuenta y la dibuja como si la hubiese inventado. Ellos, ellas, así no lo sepan, son chavistas.


Tercos, de sonrisa obstinada, los que crecieron sin nada y sin nada se van, de vuelta a la tierra. Los que la vida les quedó corta, aunque el dolor les parezca largo.
No los hizo chavista la carne que después de viejo pudieron comprar, ni el papel con el que se limpian el culo después de digerir la carne. Como el nombre, ser chavista les vino con la suerte de nacer común. A ellos la tierra les creció entre las uñas y no al revés: porque hay a los que les crece las garras para hacerse de la tierra.

Porque ser chavista no te hace mejor que nadie, entonces hay que serlo.

No es aquel que te mendiga un voto, tampoco el que se vale de un “maletín” para robarse millones de papelitos color moneda. No es el apoderado. Tampoco te viene lo de chavista con un televisor, o en el ticket premiado de una rifa. No es ser lobo, tampoco el cordero.

Es el que lanza la piedra, es la piedra, también el mar, y la danza que desdibuja la calma, la roca a la que se la traga la sal y a la que vomita el agua en montaña.

Chávez también fue chavista.
E inauguró una nueva forma para los cualquiera: y ya nadie calla. Nadie. Y en esta bulla algunos cerramos los ojos, apretamos la respiración y cuando volvimos sobre la idea, una noche se había tragado la voz. Y en eso de nacer y volver a ser palabra, unos pocos nos robaron el nombre y nos miran por el retrovisor de su máquina.

Sé de varios que lo siembran letra por letra y lo riegan con el mismo sudor.
Otros se lanzan a mar abierto, a ser carnada para la pesca.
No nos guardamos la espalda, ponemos la carne para cargar los huesos y hacer la leña y atizar el fuego.
Alrededor, bailarán nuestros hijos y los suyos.

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