Por Indira Carpio Olivo
Estaba un día caminando Aristocles en
La Academia, preocupado porque el HCM no le alcazaba para operarse
una rodilla. Tropezaba de una columna a otra. La filosofía no se
derretía en la arepa, la ética insuficiente, incluso más que la
retórica, no abonaba el campo, no hacía madurar el aguacate ¿Para
qué servía tanta habladera de güevonadas, si a la hora de la
chiquita, se moriría como se muere la carne de todos?
Hubo de levantar la idea, a la que no
se la come la tierra y con ella un edificio, la academia como la
iglesia, un muro de piedras, un contenedor de lo que no se puede
contener, y se transformaría su idea en una para moldear al hombre a
imagen y semejanza del estado de las cosas.
¡Menos mal que uno se muere, Platón!
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Son las seis aeme, Valeria duerme en
los bancos frente a la Escuela de Comunicación Social. Viene de
Barlovento. Da los golpes que Aristocles, pero de bus en bus desde
las tres aeme, para llegar a la Universidad Central de Venezuela
(UCV). Espera sean las siete y cuarto para desgajar la naranja en el
comedor, untar el pan con la mermelada y la lonja de queso. A las
ocho menos cuarto tiene clase de Castellano. Cinco años viene y va
en los mismos tumbos. Los perros la conocen, los vigilantes la
cuidan. Se duerme profundo durante treinta minutos, se incorpora, se
alisa las greñas que se le arremolinan sobre las orejas y en el
ritual crece, y se transforma en mujer. Valeria sabe cumplir las
pautas. Pronto se convirtió en periodista y escribe lo más bien,
según el medio que la emplee. En la UCV la domesticaron para ello.
Valeria “le costó” al Estado 807
mil 867 bolívares durante su último año en la UCV.
Según datos aportados por el
Ministerio para la Educación Universitaria Ciencia y Tecnología, en
2016 las 65 instituciones universitarias (las 55 universidades y los
10 Colegios e Institutos Universitarios) recibieron del Gobierno
Nacional 420 mil millones de bolívares para el pago de sueldos,
salarios y beneficios laborales, los gastos de funcionamiento, los
servicios, la compra de activos, becas, institutos de previsión, los
cárnicos para el comedor (a diario, 213 mil 352 almas comen en los
comedores univeristarios), entre otros.
La población universitaria rondó el
millón y medio, y la asignación de los recursos varía según la
matrícula. Así, las Universidades Central de Venezuela, Simón
Bolívar, del Zulia, de los Andes, la Bolivariana, la Pedagógica
Libertador, la de Oriente, todas recibieron una mayor financiación.
En 2014 la Unesco ubicó a Venezuela en
el quinto puesto de los países en el mundo con mayor matrícula
universitaria, detrás de Cuba en Latinoamérica. Para entonces, la
municipalización de la educación “superior” estaba a cargo de
la Misión Sucre, que tenía como objetivo descentralizar e
incorporar la población “flotante” del sistema educativo en
Venezuela. A la fecha se habían creado 42 universidades.
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Cinco años -mínimo- tarda una persona
en desarrollar una carrera universitaria, cinco años en “prepararse”
para cumplir las pautas de ascenso social que se legitiman en el
claustro.
“Ciertas cláusulas misteriosas de un
misterioso contrato social le asignan a la universidad la misión de
formar y proporcionarle al Estado y a las corporaciones los
profesionales que han de dirigir su funcionamiento. Con semejante
responsabilidad a cuestas todo el mundo va a aceptar que es
importante y necesario financiar y mantener universidades” razona
José Roberto Duque sobre la pertinencia de estas instituciones en el
contexto actual de la nación. Es “inexorable” la existencia de
una institución que programa a las mujeres y los hombres que harán
girar la rueda.
Decía Salvador Allende sobre los
jóvenes viejos que pretenden de la universidad un título “les da
rango social y el arribismo social (...) dramáticamente peligroso,
les da un instrumento que les permite ganarse la vida en condiciones
de ingresos superiores a la mayoría del resto de los conciudadanos”.
Los trabajadores y los obreros pagan la
educación que no llega a sus hijos, porque la mayoría para
entonces, cuando Allende daba el discurso en la Universidad de
Guadalajara, y la mayoría hoy, son los hijos de la clase media y la
clase alta, los que pueden estudiar, comprarse un cupo en la
universidad, la posibilidad de ascenso, para resolver sus
aspiraciones personalísimas.
En la actualidad, una unidad de crédito
para cursar una materia en la privada Universidad Metropolitana
cuesta 23 mil 261 bolívares, según su página web
(http://www.unimet.edu.ve/costo-de-matricula-1617-2/).
Siendo que una materia comporta tres unidades de crédito, un
estudiante paga por materia 69 mil 783 bolívares sin los seguros,
inscripción, matrículas y gestiones, que terminan sumando 86 mil
860 bolívares. Si inscribiese tres materias que alcanzan hasta las
nueve unidades de crédito, podríamos estar hablando de que un
trimestre en la Unimet costaría 226 mil 436 bolívares.
En la pública Universidad Central de
Venezuela, los estudiantes pagan 12 Bolívares por semestre. Pero la
venta de cupos varían según la carrera. Un cupo para Medicina ronda
los quinientos mil bolívares, por ejemplo.
A día de hoy, el sueldo mínimo está
en 40 mil 638 Bolívares más 63.720 de los tickets de alimentación
suman un total de 104.358 bolívares ¿Qué obrero puede inscribir a
sus hijos en universidades privadas, o pagar por un cupo en las
máximas casas de estudios?
Pero en el actual estado de las cosas,
ni la universidad es garantía. Una especie de darwinismo aplica a la
obtención de títulos, porque en el capitalismo mientras más se
tenga más se puede llegar a ser. Y no.
“El mito del progreso que prometió
el capitalismo decimonónico y sobre el cual creyó haber escrito el
punto final el (ahora) fallido Estado de Bienestar en Europa, nos
hizo creer que siempre vendrán tiempos mejores y que esos tiempos
llegarán pronto por acción de la ciencia y de la técnica”, sobre
esa oferta se fundamenta la reedición de la universidad como la
panacea para el desarrollo, explica Zhandra Flores, profesora
universitaria. “Por otro lado, el capitalismo se aprovecha de la
sobrecualificación laboral. Es habitual que los empleadores exijan
competencias académicas elevadas a los postulantes, incluso para
ocupar puestos de trabajo cuyas tareas asociadas no requieren de
tales especificidades para su ejecución y a cambio pagan una miseria
a personas cada vez más jóvenes y cada vez más cualificados.
Competencia, le llaman”.
Lejos de desaparecer
Se murió Platón, Aristóteles, se
murió La Academia. Volvió a nacer. Le prohibieron a la mujer
entrar. Las mujeres entraron. Llegó la imprenta y nunca se fue. Los
medios poblaron las aulas. Llegó el Internet (aunque el Internet el
algunas universidades públicas sea una mueca).
Cuando Internet se masificó, se
decretó el apocalipsis para los periódicos. Estudiaba en la
Universidad, y todavía se debatía al respecto, que si la muerte de
la prensa, que si los textos multimedia, que si los diseños
“amigables”, que si esto, que si aquello. Nunca se dijo que se
moriría el oficio. Sino que se redimensionaba.
Algo similar ocurre con la Universidad,
un recinto que se reinventa conforme evolucionan las herramientas.
En palabras de la profesora
universitaria Rafaela Cusatti, la Universidad hace uso de los
recursos tecnológicos en el ejercicio de su rol, “un proceso de
adaptación que se cumple para el interés del sistema y la
pervivencia de los valores de este”.
“Internet, hasta ahora, no reemplaza
las capacidades humanas de pensar, de jerarquizar, de estructurar y
de producir información” sino que las redimensiona opina Flores.
“No hay un solo aspecto de la vida
que no se transforme bajo la actual inmediatez y virtualidad de las
comunicaciones”, agrega el periodista y también profesor Hernán
Carrera, para quien “la universidad, y en general la institución
educativa, es irremplazable”, porque “un país, una sociedad que
pretenda avanzar, no puede confiarse en la prodigalidad
ocasionalísima de un óvulo y un espermatozoide que confluyan en
humano milagro. Tiene que apostar por la formación de ciudadanos
capaces”. Los genios, parafraseando a Carrera son una excepción.
Y, lo único para lo que sirve el Internet en las aulas de la Escuela
de Comunicación Social en la Universidad Central de Venezuela, donde
es profesor, es para que los estudiantes encuentren una “perfecta
sinonimia entre los términos 'investigación', 'wikipedia' y
'corta-y-pega'”, bromea.
En lo que sí es tajante es sentenciar
que los cambios en la Universidad tienen que poceder desde su médula.
“La lucha es
adentro. De la misma idéntica manera en que no se pueden crear
sindicatos desde un ministerio, ni pintar Guernicas ni operar
corazones desde las burocracias, quien quiera transformar nuestra
universidad, como institución, como sistema, no tiene otro camino
que metérsele adentro y no dejarse moler: romperle a fuerza de
conocimiento, a fuerza de pensamiento, a fuerza de tesón y
persistencias, sus jodidísimas burocracias y anquilosamientos”.
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Aristocles Rincón suda la gota gorda.
Fue asignado por el Sistema Nacional de Ingresos para estudiar
medicina en la Universidad de los Andes durante el año 2015. Ese
mismo año, profesores de la universidades públicas deciden
paralizar las actividades desde septiembre hasta diciembre,
ocasionando la pérdida del año académico para Aristocles, quien
recientemente inicia de nuevo su formación, no sin conatos de paro
que inauguren el 2017.
Aristocles estudia desde que tiene
memoria. Tiene toda su vida en la academia. En promedio, los seres
humanos pasamos entre 16 y 20 años en instituciones educativas
(cuando nos instuimos en la Universidad) para luego gastar ocho horas
diarias en el trabajo, treinta años más, hasta la jubilación.
¡Cuánta impertinencia! Cuando uno ya
“es alguien en la vida” resulta que se le acaba.
¡Menos mal que uno se muere, Platón!
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