Por Franco Fernández
Cuando Giovanna nació no la fui a
conocer, me senté a escribirle una carta. Le decía que su padre la
engendró como cuando pronunció su primera palabra, y en el
inventario de las palabras ella era una palabra propia.
Nació
en la habitación vecina. Su madre se agachó y abrió la boca de
cuatro labios y de su brújula crecieron
las palabras. Giovanna las contenía, las palabras día,
noche, todo.
Giovanna, escribo porque no se sino
escribir, porque desconozco la vida y la vida me desconoce. Escribo
porque no me gusta caminar, porque me cuesta mirarte. Hija, de mí no
tendrás recuerdos de cuando caminaste porque estaré detallando tus
pasos sobre la hoja, porque me
desgastaré esta vida para mirarte en otra, caminar en círculos
sobre la letra o.
Giovanna la tarde llegó a tu lado y de
su cielo se cierne el agua que hace crecer tu carne. Todo vuelve a
ti, como la o, Giovanna.
A tu madre no la conozco pero eso no
importa. Ella tampoco me conoce. No conozco la palabra madre. No me
conoce la palabra mujer, pero contigo Giovanna el agua que vuelve me
encierra a descubrirte palabra. Y me doy a ti como me doy contra el
piso, aunque no tenga cara y en las manos me crezcas como las uñas.
Cuando Giovanna nació me senté a
escribirle. Le decía que era mi palabra primera, una palabra propia.
Cuando Giovanna nació dos lirios coronaron la ventana y murió el
escritor de enfrente. El otro se alzó en dos patas y me abrazó como
a una bestia, yo creía que peleaba para robarme a Giovanna. Y lo
atravesé.
Giovanna tú, mi primera palabra,
hiciste de mí un asesino, me has hecho un escritor.
No he concluido. Mis ojos no saben
concluir. Escribir es negarse a la muerte, Giovanna, lo mismo que
engendrar a los hijos ¿Sabré decir más allá de ti?
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