martes, 21 de febrero de 2017

Gastronauta 108: Necesaria ilegalidad



Yo no hago fila en ningún partido. Alguna vez, cuando estaba fuera del país, papá me inscribió en uno sin mi autorización, y no me he molestado en renunciar, pero tampoco en votarle.

No me interesan las organizaciones en las que la verticalidad es su estructura, en la que el nombre es sinónimo de muertos y desaparecidos, o el hecho de haber sido gobierno los convierte, a sus dirigentes en elites, oligarcas y corruptos (y perdonen la redundancia). Tampoco los parapetos copias de partidos europeos (caricaturas de niños bien jugando a ser políticos), fundados con las arcas del Estado, tipo Primero Justicia. Ni los que se fundamentan en cambiarlo todo para no cambiar nada, para continuar la danza del quítate tú pa' ponerme yo, y para ello maltratan conceptos como el del socialismo o se hacen llamar de centro izquierda (ya sabemos: un recurso propagandístico de partidos de derecha). Menos me gustan los tontos útiles que alguna vez fuimos y que debemos estar negados a ser, los pequeños, incluso alguna vez ilegalizados.
En nuestro país hubo un momento en que los partidos tradicionales casi desaparecieron y a una le parecía una especie en extinción los adecos y los copeyanos, por ejemplo. Pero, ¿a dónde se fueron sus “militantes”? ¿qué otro partido fueron a engrosar? ¿al cambiar de nombre, los adecos y los copeyanos se hicieron socialistas? ¿Cómo es posible que se haya formado una juventud socialdemócrata (que acá significa neoliberal) o socialcristiana (que acá significa neoliberal) en tiempos en que los jóvenes deberían patear de una vez y por todas las viejas estructuras? ¿Cómo ocurrió, cómo ocurre? Ningún partido es joven, su concepción es más bien un anquilosamiento de la política.

Así pues, hablar sobre la “renovación” de los partidos es un oxímoron. Y si en la “renovación”, los partidos deben entregar la información sobre los militantes que componen su tolda, la “renovación” parece retrotraer a viejas prácticas puntofijistas, según las cuales se perseguía a todo aquello que se opusiera al poder establecido, y requisito sin el cual el partido se constituía en ilegal, caso del Partido Comunista ¿Cuántas veces ha sido ilegal en Partido Comunista en su historia? ¡Desde su fundación! Hasta fue constitucionalmente establecido en la carta magna (que le llaman) de 1928, artículo 32 en el que se prohibía “toda actividad comunista”. Pero, ¿cuántas veces un Estado que, en buena medida se llama a sí mismo Socialista, lo ha llevado al camino de la ilegalidad? ¡En carnaval, cualquier máscara! Los partidos que persiguen más un fin electoral que una práctica ideológica, los pequeños, los críticos, encuentran en el sistema la forma de ser barridos.

Ahora bien, la oposición en Venezuela habla de que el Gobierno nacional manipula el ente electoral y a la vez acusar al gobierno de no querer medirse en las elecciones regionales y municipales (¿si lo manipula, acaso no estaría mejor medirse para “ganar”?). En esta aparente contradicción, Venezuela ha vivido durante los últimos diecisiete años en constantes elecciones, que se han convertido en eventos de carácter internacional, toda vez que los comicios son “auditados” por invitados internacionales, individualidades y organizaciones que han calificado el sistema como el más seguro del mundo.
El inconveniente no sería operativo. En la práctica, oposición y gobierno (sino todo, buena parte) coinciden en una cosa: gobernar Venezuela ahora es un despropósito ¿Qué humanidad quiere recibir un coroto hecho verga, con el barril de petróleo a poco más de 50$, la indecible devaluación de la moneda nacional, y una inflación que ronda el 500%, con la peor crisis, económica y moral?
Gobernar no. Hacerse de poder es otra cosa: ¿quién no quisiera administrar las tierras donde se encuentran las mayores reservas de petróleo de la humanidad, una de las más grandes de oro, agua, uranio, coltán, diamantes...?

Siendo tan sombrío el panorama, le pregunto al Partido Comunista de Venezuela ¿no es mejor ser un partido ilegal? (*)

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(*) Claro que NO me refiero a que sería mejor ser perseguido, torturado, masacrado, desaparecido, invisibilizado, sino a volver a los orígenes, a cuando la izquierda no se creía en el poder y era parte de la organización popular sin el reconocimiento de los enquistados, una nueva oligarquía que a todas luces se pudre.

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