Yo no hago fila en
ningún partido. Alguna vez, cuando estaba fuera del país, papá me
inscribió en uno sin mi autorización, y no me he molestado en
renunciar, pero tampoco en votarle.
No me interesan las
organizaciones en las que la verticalidad es su estructura, en la que
el nombre es sinónimo de muertos y desaparecidos, o el hecho de
haber sido gobierno los convierte, a sus dirigentes en elites,
oligarcas y corruptos (y perdonen la redundancia). Tampoco los
parapetos copias de partidos europeos (caricaturas de niños bien
jugando a ser políticos), fundados con las arcas del Estado, tipo
Primero Justicia. Ni los que se fundamentan en cambiarlo todo para no
cambiar nada, para continuar la danza del quítate tú pa' ponerme
yo, y para ello maltratan conceptos como el del socialismo o se hacen
llamar de centro izquierda (ya sabemos: un recurso propagandístico
de partidos de derecha). Menos me gustan los tontos útiles que
alguna vez fuimos y que debemos estar negados a ser, los pequeños,
incluso alguna vez ilegalizados.
En nuestro país hubo
un momento en que los partidos tradicionales casi desaparecieron y a
una le parecía una especie en extinción los adecos y los copeyanos,
por ejemplo. Pero, ¿a dónde se fueron sus “militantes”? ¿qué
otro partido fueron a engrosar? ¿al cambiar de nombre, los adecos y
los copeyanos se hicieron socialistas? ¿Cómo es posible que se haya
formado una juventud socialdemócrata (que acá significa neoliberal)
o socialcristiana (que acá significa neoliberal) en tiempos en que
los jóvenes deberían patear de una vez y por todas las viejas
estructuras? ¿Cómo ocurrió, cómo ocurre? Ningún partido es
joven, su concepción es más bien un anquilosamiento de la política.
Así pues, hablar sobre
la “renovación” de los partidos es un oxímoron. Y si en la
“renovación”, los partidos deben entregar la información sobre
los militantes que componen su tolda, la “renovación” parece
retrotraer a viejas prácticas puntofijistas, según las cuales se
perseguía a todo aquello que se opusiera al poder establecido, y
requisito sin el cual el partido se constituía en ilegal, caso del
Partido Comunista ¿Cuántas veces ha sido ilegal en Partido
Comunista en su historia? ¡Desde su fundación! Hasta fue
constitucionalmente establecido en la carta magna (que le llaman) de
1928, artículo 32 en el que se prohibía “toda actividad
comunista”. Pero, ¿cuántas veces un Estado que, en buena medida
se llama a sí mismo Socialista, lo ha llevado al camino de la
ilegalidad? ¡En carnaval, cualquier máscara! Los partidos que
persiguen más un fin electoral que una práctica ideológica, los
pequeños, los críticos, encuentran en el sistema la forma de ser
barridos.
Ahora bien, la
oposición en Venezuela habla de que el Gobierno nacional manipula el
ente electoral y a la vez acusar al gobierno de no querer medirse en
las elecciones regionales y municipales (¿si lo manipula, acaso no
estaría mejor medirse para “ganar”?). En esta aparente
contradicción, Venezuela ha vivido durante los últimos diecisiete
años en constantes elecciones, que se han convertido en eventos de
carácter internacional, toda vez que los comicios son “auditados”
por invitados internacionales, individualidades y organizaciones que
han calificado el sistema como el más seguro del mundo.
El inconveniente no
sería operativo. En la práctica, oposición y gobierno (sino todo,
buena parte) coinciden en una cosa: gobernar Venezuela ahora es un
despropósito ¿Qué humanidad quiere recibir un coroto hecho verga,
con el barril de petróleo a poco más de 50$, la indecible
devaluación de la moneda nacional, y una inflación que ronda el
500%, con la peor crisis, económica y moral?
Gobernar no. Hacerse de
poder es otra cosa: ¿quién no quisiera administrar las tierras
donde se encuentran las mayores reservas de petróleo de la
humanidad, una de las más grandes de oro, agua, uranio, coltán,
diamantes...?
Siendo tan sombrío el
panorama, le pregunto al Partido Comunista de Venezuela ¿no es mejor
ser un partido ilegal? (*)
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(*) Claro que NO
me refiero a que sería mejor ser perseguido, torturado, masacrado,
desaparecido, invisibilizado, sino a volver a los orígenes, a cuando
la izquierda no se creía en el poder y era parte de la organización
popular sin el reconocimiento de los enquistados, una nueva
oligarquía que a todas luces se pudre.
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