Por Franco Fernández
Vendrán. Comerán de mis manos, las
bañaré, las peinaré, y cantaré una canción en silencio una
bienvenida incierta. Se irán como si nunca hubiesen venido sin
despedirse.
Serán del tamaño de mis manos.
Cuando las tome las apretaré y las
convertiré en las dos mujeres detrás de la ventana. Las dos rotas y
hechas de la carne y los huesos de mis manos. A una la línea del
corazón la atravesará y a la otra la mala fortuna. Vivirán en la
República del sol cuya capital es un naranjo.
Vendrán y romperán los cercos para
que yo vuelva a armar a amar a amar a amar hasta que ame y se rompa
el músculo.
No sabrán del lenguaje no podrán
engañar.
No sabrán de la fe no podrán engañar.
No sabrán de ataúdes no podrán
engañar.
Vendrán y no dirán nada y estaré
equivocado.
Crecerán en mí como la pleamar en el
caribe y dejarán de ser en las costas cítricas del sol.
Dejaré de tocarme porque en mis manos
crecerán dos mujeres para que se queden para que no se mueran.
Dejaré a las dos vivir sobre mis piernas. Dejaré a las dos matar
sobre mi pecho.
Les dejaré mis baños, el agua de mis
baños, la llaga en las toallas de mis baños, mis pedazos.
Vendrán y se comerán mis manos. Y en
el rincón donde sus caderas no llegan todavía mis ojos las verán
marcharse. Se irán y no preguntaré al destino su destino porque
vienen tempestad a acabar con mi isla y renuncio a esconderme.
Les hincharé mi cuerpo su casa. Que al
menos me dejarán los ojos.
No llegarán tarde, tampoco la
oscuridad. En la ceguera repetiré sus números y la piel se repetirá
hasta hacerse uña. Vendrán y les arañaré la espalda. De la grieta
la montaña. De la montaña mis manos, el pan. Vendrán y se irán
como nunca.
¿Cómo era Dios? Olvidé su rostro y
él se olvidó de mi.
¿Cómo era yo sin ser atravesado por
ellas?
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