Las guarimbas en Venezuela pueden
denominarse como actos terroristas toda vez que se constituyen en hechos
violentos que atentan contra la vida humana, animal, en contra de la
naturaleza y de las instituciones que hacen funcionar la vida diaria: derribo de árboles, incendio de bosques y animales, daño patrimonial, colocación de guayas que en 2014 decapitó a un motorizado, derrame de aceite en las autopistas, linchamiento de personas con ideas contrarias, dentro del que se cuenta no sólo las golpizas propinadas a contrarios, sino a su misma gente por oponerse a la violencia, a periodistas de medios del Estado, como también de medios privados, y el haber arrojado a personas al río Guaire porque le parecían chavistas, entre tantos desmanes.
Estos focos de criminalidad, al margen de la ley, encuentran su correlato en la web, no sólo por la manipulación mediática,
sobre todo internacional, que padece el pueblo de Venezuela, sino
porque en las redes unos y otros se guindan por los pelos y atacan sin
piedad al oponente.
Por ejemplo, después de la marcha y
la contramarcha el 19 de abril, la red social Twitter en Venezuela hizo
tendencia nacional la etiqueta #lubriomamaguevo, en la que se podían
leer insultos contra el bloguero Luigino Bracci Roa, por ser activista
del socialismo bolivariano y defensor del conocimiento libre.
Si acaso lo más llamativo es que este
tipo de guarimba en contra de una persona en las redes se activa con un
ejército de robots que repiten mensajes, y logra instalar en los temas
del momento su “idea”, en este caso, su terror. Algunos repetidores de
oficio declararán no saber quién es el mencionado, pero repiten la
etiqueta “porque debe ser chavista” o porque requiere seguidores.
La cuenta anónima desde donde “se crea” la tendencia celebrará su éxito al ser reportada como la primero en tuitear en contra de una persona. Lo celebran y también amenazan.
Si el correlato del terror en las
calles es el terror en las redes, la intimidación es el norte. En
Twitter y en Facebook se denuncian las cuentas y, después de una
denuncia masiva, proceden a suspender los perfiles. En las ciberguarimbas esto es una constante.
Lo mismo derriban un árbol que una cuenta. Lo mismo matan de un disparo
en la cabeza, que acosan y creen disminuir al oponente bajo amenazas y
descalificativos.
Otra de las formas en la que actúa la
ciberguarimba es publicando datos personales de las personas que
consideran objetivo político. Recientemente el actor y también
presidente de la Televisora Venezolana Social (Tves), Winston
Vallenilla, se confirmaba como víctima del “terrorismo psicológico” al
ser divulgado su número de teléfono para, según el militante chavista, ser agredidos él y su familia.
Después de regar aceite en la
autopista durante el llamado de la oposición a protestas “pacíficas”
denominadas Plantón, en Caracas el día lunes 24 de abril el dirigente de
Primero Justicia, Capriles Radonski, trató de endilgar la culpa del
delito a Diosdado Cabello. Solo que uno de los posibles guarimberos le
salió al trote y lo dejó al descubierto. @santiagocastane le respondería “ESO ES FALTA DE DIRECCIÓN, NO NOS LLAMES INFILTRADOS CUANDO POR TI DAMOS LA CARA”.
Un portal aparentemente chavista localizó la “conversa”, la expuso y la hizo viral. Capriles quedó como mentiroso, y la dirección IP del “ciudadano” a la orden de la justicia.
Las personas acosadas -a través de
las redes- generalmente bloquean y advierten al administrador sobre
conductas inapropiadas del acosador, o simplemente se cambian de nombre,
se apresuran a borrar datos personales, como fotos que den cuenta de su
ubicación y de su familia. Algunas desaparecen por cuenta propia de la
vista del “Gran Hermano” e incluso se recluyen en casa. Otros “resisten”
detrás de la barricada digital, tragando el humo de los incendios,
respirando los gases de las lacrimógenas virtuales.
Entre el resto están los que
observan, los que ignoran, los que defienden, los que decidieron no
estar en el micromundo del Twitter, donde Venezuela se está cayendo a
pedazos, o en el “macro” mundo del Facebook, donde todos simulan la
felicidad hasta en las selfies de las guarimbas, que son tratadas con tal o cual filtro de Instagram.
Las redes dan para toda la guerra.
Hay un mundo para cada usuario, donde resuena la más hermosa virtud y el
más canallesco de sus defectos. Si en su sociedad se exhibe el
terrorismo y la impunidad, no podemos esperar el paraíso de la portada
de la Atalaya en el verbo y la prédica de sus ciudadanos
interconectados.
Elecciones, ética y supervivencia
Hace 2 meses
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