miércoles, 17 de mayo de 2017

Crónicas guarimberas 1: ¡Esa gente!


Por Indira Carpio Olivo

Yo he visto a personas escarbar en la basura para conseguir algo de comida. Bienaventurados los que no asisten a estas escenas. Bienaventurados los que se hacen la vista gorda. Bienaventurados los que la niegan, de ellos será el reino del desconsuelo.
Vivo en una zona en la que las bolsas amanecen desmenuzadas por los perros. Esta mañana me despertó una pesadilla: la imagen de un hombre peleándose con un perro un pedazo de cuero de pollo, con los dientes.


Ayer no abrieron los abastos bajo amenazas de saqueo y fuego si se atrevían a subir las santamarías. Hoy había filas de personas angustiadas por comprar lo que hubiera. Anduvimos con nuestras pequeñas por diferentes zonas de la comunidad donde vivimos y después de sortear barricadas humeantes -abierta a las malas por los conductores de la zona-, llegamos al más grande de los abastos e ingresamos con otras decenas de personas. Compramos un poco de esto y poco de aquello. No había ni carrito, ni cesta por la cantidad de personas apretujadas en el establecimiento. Ayer los obligaron a cerrar temprano. Hace unas semanas habían saqueado la panadería de al lado. No por hambre. No. La habían saqueado por atreverse a abrir, señalados de chavistas. Se dice que en complicidad con el alcalde de la zona, opositor al gobierno nacional.

La noche de anoche, cerca del abasto, sitiaron -con cauchos incendiados- la maternidad vecina lo mismo que algunas pasarelas cercanas a zonas populares. Antes, amenazaron la vida de los médicos en el Centro de Diagnóstico Integral (CDI). Unas dos semanas hemos permanecido en casa, hasta ayer tarde que se me ocurrió salir a caminar a la plazoleta más próxima. Dos vecinos discutían sobre el hecho de quemar o no el CDI, que nos asiste a todos. “Pero cómo lo van a incendiar”, se preguntaba el de la Junta de Condominio, “si allí pueden haber médicos venezolanos”. Qué dilema.

En la fila para pagar, nos antecedía una madre con su hija, una muchachita vestida con el uniforme del liceo, chemise azul, quien tampoco tuvo clases hoy como hace cuarenta y seis días. Detrás, un par de hermanos que pasaban los treinta años con una señora que -presumimos- era la madre. Después de ellos estaba un señor.
El señor vestía pobremente, y está visiblemente desnutrido. Tenía en una mano una bolsa con plátano verde, y en la otra una lata de sardinas.
Las compañeras de enfrente hablaban con los que estaban en nuestra espalda sobre la situación económica, porque sí: “todo está muy caro”, porque no hay límites- no hay gobierno que detenga el incremento de los alimentos. A su vez, transportaban los carritos llenos de comida y lo que la hermana (pasada de treinta años) le reclamaba al hermano: chucherías varias. “Pareces un carajito”, le decía a cada rato.
El señor en harapos pretendía sumarse a la conversa con frases repetitivas: “nos están matando de hambre”. La gente lo miraba por encima del hombro, con ademanes de “umjú”, “ujum”, “siiii, es verdad”. El hombre se esmeraba por explicarse: “mírenme como estoy”, pero nadie quería mirarlo; “hay gente que come de la basura”.
Yo le puse atención, porque parecía que no sólo estaba enfermo su cuerpo, sino y también su cabeza. “A ellos hay que matarlos antes de que nos maten”... “¡Umjú!”. Repetía frases hechas, incluso cuando no estaban hablando con él. Hubo un momento en que la señora que estaba justo detrás de él lo mandó a callar. “Me tienes nerviosa”, le gritó. Y el señor, a cambio, le sonrió. “Anda y búscate dos kilos de sal y te guardo el puesto”, le llegó a decir.
Cuando el señor marchó como muchachito de mandado, los hermanos (pasados de los treinta años) comentaron entre ellos: “éste habla mucha güevoná y seguro le votó a Chávez y le vota también a Maduro”. La señora de enfrente (la mamá de la liceísta) suspiró como si le hubiesen quitado las palabras de la boca (un peso de encima) y sentenció: “por esa clase de gente es que estamos como estamos”.
¡Esa gente! ¿Esa gente?

A esa gente no la perdonarán ni que se pongan de su lado, ni que lo hayan estado siempre. Porque su lado -el lado de la gente decente- no es el lado de la gente pobre, fea, hedionda, de piel oscura, que -digan lo que digan, o hagan lo que hagan- es chavista. A esa gente que reniega de su clase no la quieren ni aquí, ni allá.

Hay hambre de comida, para qué negarlo. Pero hay un pueblo famélico, sediento porque se le reconozca (todavía hoy), por dejar de ser útil para la ascensión al poder, de unos y de otros.
Ellos lo señalan a él, yo los señalo a ellos. Él me señala a mí. Es una bola que se viene en contra, montaña abajo y con ella la naturaleza salvaje de la historia, que no nos perdona

1 comentario:

  1. Dios si eso es lo que escribes ... en algun momento cuando lo vives ... como haces para guardar la cordura y tus sentimientos encontrados???? porque yo lo he vivido y es horrible es algo que me atropella en el pecho en el alma en la conciencia en todo y a todo momento que lo vivo

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