Por Indira Carpio Olivo
Yo he visto a personas escarbar en la
basura para conseguir algo de comida. Bienaventurados los que no
asisten a estas escenas. Bienaventurados los que se hacen la vista
gorda. Bienaventurados los que la niegan, de ellos será el reino del
desconsuelo.
Vivo en una zona en la que las bolsas
amanecen desmenuzadas por los perros. Esta mañana me despertó una
pesadilla: la imagen de un hombre peleándose con un perro un pedazo
de cuero de pollo, con los dientes.
Ayer no abrieron los abastos bajo
amenazas de saqueo y fuego si se atrevían a subir las santamarías.
Hoy había filas de personas angustiadas por comprar lo que hubiera.
Anduvimos con nuestras pequeñas por diferentes zonas de la comunidad
donde vivimos y después de sortear barricadas humeantes -abierta a
las malas por los conductores de la zona-, llegamos al más grande de
los abastos e ingresamos con otras decenas de personas. Compramos un
poco de esto y poco de aquello. No había ni carrito, ni cesta por la
cantidad de personas apretujadas en el establecimiento. Ayer los
obligaron a cerrar temprano. Hace unas semanas habían saqueado la
panadería de al lado. No por hambre. No. La habían saqueado por
atreverse a abrir, señalados de chavistas. Se dice que en
complicidad con el alcalde de la zona, opositor al gobierno nacional.
La noche de anoche, cerca del abasto,
sitiaron -con cauchos incendiados- la maternidad vecina lo mismo que
algunas pasarelas cercanas a zonas populares. Antes, amenazaron la
vida de los médicos en el Centro de Diagnóstico Integral (CDI).
Unas dos semanas hemos permanecido en casa, hasta ayer tarde que se
me ocurrió salir a caminar a la plazoleta más próxima. Dos vecinos
discutían sobre el hecho de quemar o no el CDI, que nos asiste a
todos. “Pero cómo lo van a incendiar”, se preguntaba el de la
Junta de Condominio, “si allí pueden haber médicos venezolanos”.
Qué dilema.
En la fila para pagar, nos antecedía
una madre con su hija, una muchachita vestida con el uniforme del
liceo, chemise azul, quien tampoco tuvo clases hoy como hace cuarenta
y seis días. Detrás, un par de hermanos que pasaban los treinta
años con una señora que -presumimos- era la madre. Después de
ellos estaba un señor.
El señor vestía pobremente, y está
visiblemente desnutrido. Tenía en una mano una bolsa con plátano
verde, y en la otra una lata de sardinas.
Las compañeras de enfrente hablaban
con los que estaban en nuestra espalda sobre la situación económica,
porque sí: “todo está muy caro”, porque no hay límites- no hay
gobierno que detenga el incremento de los alimentos. A su vez,
transportaban los carritos llenos de comida y lo que la hermana
(pasada de treinta años) le reclamaba al hermano: chucherías
varias. “Pareces un carajito”, le decía a cada rato.
El señor en harapos pretendía sumarse
a la conversa con frases repetitivas: “nos están matando de
hambre”. La gente lo miraba por encima del hombro, con ademanes de
“umjú”, “ujum”, “siiii, es verdad”. El hombre se
esmeraba por explicarse: “mírenme como estoy”, pero nadie quería
mirarlo; “hay gente que come de la basura”.
Yo le puse atención, porque parecía
que no sólo estaba enfermo su cuerpo, sino y también su cabeza. “A
ellos hay que matarlos antes de que nos maten”... “¡Umjú!”.
Repetía frases hechas, incluso cuando no estaban hablando con él.
Hubo un momento en que la señora que estaba justo detrás de él lo
mandó a callar. “Me tienes nerviosa”, le gritó. Y el señor, a
cambio, le sonrió. “Anda y búscate dos kilos de sal y te guardo
el puesto”, le llegó a decir.
Cuando el señor marchó como
muchachito de mandado, los hermanos (pasados de los treinta años)
comentaron entre ellos: “éste habla mucha güevoná y seguro le
votó a Chávez y le vota también a Maduro”. La señora de
enfrente (la mamá de la liceísta) suspiró como si le hubiesen
quitado las palabras de la boca (un peso de encima) y sentenció:
“por esa clase de gente es que estamos como estamos”.
¡Esa gente! ¿Esa gente?
A esa gente no la perdonarán ni que se
pongan de su lado, ni que lo hayan estado siempre. Porque su lado -el
lado de la gente decente- no es el lado de la gente pobre, fea,
hedionda, de piel oscura, que -digan lo que digan, o hagan lo que
hagan- es chavista. A esa gente que reniega de su clase no la quieren
ni aquí, ni allá.
Hay hambre de comida, para qué
negarlo. Pero hay un pueblo famélico, sediento porque se le
reconozca (todavía hoy), por dejar de ser útil para la ascensión
al poder, de unos y de otros.
Ellos lo señalan a él, yo los señalo
a ellos. Él me señala a mí. Es una bola que se viene en contra, montaña abajo y con ella la naturaleza salvaje de la historia, que no nos perdona
Dios si eso es lo que escribes ... en algun momento cuando lo vives ... como haces para guardar la cordura y tus sentimientos encontrados???? porque yo lo he vivido y es horrible es algo que me atropella en el pecho en el alma en la conciencia en todo y a todo momento que lo vivo
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