domingo, 21 de mayo de 2017

Crónicas guarimberas 2: Valientes


Se nos hizo tarde para el almuerzo. Una tranca a propósito de las guarimbas nos impedía volver a casa a cocinar. Así pues nos detuvimos en una pollería en la mitad del camino, para que nuestras hijas compartieran una pieza de pollo. Al entrar, de uno en uno todos voltearon a verme. Me seguían con los ojos, cada paso. A los señores de la mesa de la esquina se les fruncía el entrecejo más y más. Uno tenía una camisa de los Marlins de Miami, el más fornido, también el más entrado en años. Tenía más canas que pelos en la cabeza. El acompañante portaba una chaqueta negra tan negra como su mirada. Las de al lado de la puerta, una abuela, su hija y dos nietas, que vestían como si volvían de la playa, se ponían todavía más rojas conforme cruzaba la estancia. Había otra familia de mujeres. Comían helado. Tan pronto como caminé entre las mesas, la matriarca dejó de lamer la barquilla de chocolate. En sus ojos, el encono. En una mesa en un rincón, un muchacho con retardo y en situación de calle, se comía las sobras de los comensales. Al llegar a la caja, E se llevó a M al baño a orinar. Delante de mí estaba un señor que terminaba su compra. Antes de irse, se volteó. Yo tenía a A en brazos. Miró a mi niña, le sonrió. Luego se dirigió a mí:
—Es usted valiente.
En eso llega E. Y no alcancé a preguntarle al hombre de la caja los por qué sería yo valiente.
El más canoso de todos, que ya caminaba para irse con su bandeja de huesos en mano, junto al de chaqueta, me pasó por el lado y me dijo entre dientes algo así como que “dale gracias a tus hijas”.
E, se me queda mirando, buscando alguna respuesta.
En ese momento, me tocaba llevar a mi otra nena al baño.
...
Cuando me miro al espejo, me descubro en el descuido. Se me ocurrió salir de casa (como casi siempre) sin reparar en mi indumentaria. Tenía puesta una camisa con una estrella roja: suficiente como para que se me mire con odio, para que se me pueda linchar, quemar, golpear, sacar de establecimientos varios. La suficiente como para declararme enemiga, la insuficiente como para que mis hijas me salven.
Cuando salgo del baño, el hombre de la caja, el de los “por qué” me esperaba en la puerta. Alcé la mirada por sobre su cabeza, pero no divisaba a E. Me dije, “ay coño”. Apreté fuerte a mi hija entre mis brazos y me desplacé al mismo lado que el hombre se movía. No me tocó más que enfrentarlo.
—¿Qué pasa pues? ¿Me vas a joder? Acas...
—Para nada, camarada. Sólo quería decirle que somos muchos. Y, no estamos solos.

...
¿Cuántos segundos transcurrieron para que apuñalearan y quemaran a un hombre al que acusaron de chavista, y no lo era (pero era negro), ayer en la guarimba mayor en Altamira? En el video en que se nos muestra la hoguera -como casi siempre- se formaba una rueda alrededor del quemado vivo, compuesta de hombres “puros” (de los que purifican con llamas) y “valientes”. Y a pesar del gentío, ese hombre negro (y por lo tanto ladrón, pobre y chavista) estaba solo.

...
Me pregunto si la estrella roja fue insuficiente, y si lo del hombre en la puerta del baño, una prueba.

No hay comentarios:

Publicar un comentario