Hay días en los que no
nace nada, ni siquiera muerto, en las manos del mundo.
Días en los que una
máscara cubre el rostro a una máquina de hierro.
En los que el fuego
consume el cuerpo, la masa, de ochenta manos en un hospicio.
Horas en las que el
Estado envenena los ríos de los que beben los campesinos, y les roba
la guadaña, la semilla, el fruto, el día.
Hay días en que nos
damos cuenta de que somos muchos y la inmensidad del mundo
insuficiente, y dos almas, apretadas por otras trescientas mil,
pierden el cuerpo mientras corean al Sol.
Máscaras
A Ángel Carrasquero,
su esposa lo vio morir. Un tiro en el cuello le propinó un
funcionario de las fuerzas represivas del Estado venezolano, que de
ahora en más, esconden su identidad con el molde de una calavera
sobre la cara y se hacen llamar “humanitarias”. Según Daniela
Zerpa, su compañera, el hombre era barbero, no un paramilitar. A
otro, a un zapatero, lo mataron mientras “huía”, sólo que el
tiro de gracia fue abdominal.
Dirán, como dicen, que
el pueblo se queja de la delincuencia, y también se queja de la
“solución” (las OLPH). Pero si la solución acaba con el pueblo,
debe el pueblo desenmascarar las redadas con nombres lindos.
¿Dónde están los
responsables de otorgar dólares preferenciales a las empresas de
maletín que dilapidaron el erario público en importaciones
fantasmas? ¿Cuáles son sus juicios y sus condenas? ¿Con qué
máscaras detuvieron a estos? ¿Los detuvieron? ¿De qué lado del
abdomen recibieron el tiro?
¡Que caigan las
máscaras!
Fuego
De entre las hasta
ahora cuarenta niñas muertas en “Hogar seguro”, de Guatemala,
una lleva mi nombre. Una niña con mi nombre se quemó bajo llave.
Protestaba junto a más de 50 adolescentes para que le abrieran las
puertas. Un día antes más de 50 se escaparon, y esa noche, la luna
del Día Internacional de la mujer, atrapadas y encarceladas exigían
su libertad, allí donde las violaron, las embarazaron, las
golpearon, las hicieron abortar, donde les robaron el vientre, la
vida, allí, custodiadas por 250 policías al mando del Presidente,
allí en donde no permitieron la entrada de bomberos, familiares,
ninguna ayuda: “No las dejaron salir y murieron calcinadas”.
Un colchón, dos
colchones, la lumbre, fueron luciérnagas contra el sol.
Una niña de fuego me
dejó sin nombre.
Barinas
La Guardia Nacional Bolivariana, la Policía
municipal y la Coordinación de la Oficina Regional del Instituto
Nacional de Tierras en Barinas son señalados como los responsables
de desalojar forzosamente a 868 campesinos de los predios de El
Ortisero, Hato Jobito, Las Mercedes, Florentino, La Primavera y El
Otoño. Los campesinos se organizaron para tomar la tierra
improductiva y en respuesta a este acto de soberanía
agroalimentaria, representantes del Estado llegaron en la madrugada y
rociaron con gasoil y gramoxone los pozos de agua edificados para el
consumo humano y de animales, incendiaron casas, destruyeron al menos
1.100 hectáreas de siembra, molieron a palo a los que se resistían
y, por los menos a tres de los campesinos apresados los presentaron
como cuatreros, como ladrones de ganado para justificar su
aprehensión.
“Las penas son de nosotros, las vaquitas son
ajenas”.
El último pogo
La idea de que el Indio
Solari hiciera su última presentación movió las almas de más de
300 mil argentinos hasta Olavarría, un pueblo de 100 mil habitantes,
a 400 kilómetros de Buenos Aires. A la “misa ricotera” fueron
grandes, también micros. Porque los niños deben formarse en los
rituales. Pero, para que no pisaran a un niño de doce, Popi se lanzó
sobre él y le partieron en tres la pierna. La Colmena, es un recinto
para 150 mil personas. Cientos se desmayaron, dos hombres murieron.
El Indio lloró. El Indio debe llorar y nadie, salvó la justicia,
pudo preguntarle nada. Anduvo como un padre preocupado durante todo
el frío concierto, el último pogo, el más grande del mundo, pero
no supo detener la estampida. Sus ojos ciegos bien abiertos, lloran,
porque no hay espacio en el que se apretuje tanta luz.
Adiós
En Chile la última
hoja del árbol que cayó, Ángel Parra. 73 años.
“Ya se va para los
cielos, ese querido angelito”.
Dioses en rebeldía
Por Yutaka Hosono
Los dioses están de
pie,
apoyados sólidamente
en tierra
como grandes árboles
agonizantes.
Cargan el cielo en los
hombros,
y aguantan a duras
penas
el dolor de la
convivencia.
(¿Por qué no huyen?
¿Por qué no venden
sus almas?)
“Porque cierra
nuestros ojos el sucio sudor,
porque aquí está
lleno
de ondas ultracortas
invisibles,
y no se ven los picos
que hieren la noche”.
(No huimos, para ver.
No vendemos, para ver.)
Algún día
tomando al violador por
el cuello,
le estrangulan el
corazón
junto con el
entumecimiento de las manos y las piernas.
Sale de repente la
lengua rojísima,
flamean el viento y las
nubes,
y el cielo cae.
Los que se levantan de
nuevo
desde el caos,
son también dioses
inmortales en rebeldía.
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