martes, 14 de marzo de 2017

Gastronauta 110 Cinco malas y un poema


Hay días en los que no nace nada, ni siquiera muerto, en las manos del mundo.
Días en los que una máscara cubre el rostro a una máquina de hierro.
En los que el fuego consume el cuerpo, la masa, de ochenta manos en un hospicio.
Horas en las que el Estado envenena los ríos de los que beben los campesinos, y les roba la guadaña, la semilla, el fruto, el día.
Hay días en que nos damos cuenta de que somos muchos y la inmensidad del mundo insuficiente, y dos almas, apretadas por otras trescientas mil, pierden el cuerpo mientras corean al Sol.


Máscaras
A Ángel Carrasquero, su esposa lo vio morir. Un tiro en el cuello le propinó un funcionario de las fuerzas represivas del Estado venezolano, que de ahora en más, esconden su identidad con el molde de una calavera sobre la cara y se hacen llamar “humanitarias”. Según Daniela Zerpa, su compañera, el hombre era barbero, no un paramilitar. A otro, a un zapatero, lo mataron mientras “huía”, sólo que el tiro de gracia fue abdominal.
Dirán, como dicen, que el pueblo se queja de la delincuencia, y también se queja de la “solución” (las OLPH). Pero si la solución acaba con el pueblo, debe el pueblo desenmascarar las redadas con nombres lindos.
¿Dónde están los responsables de otorgar dólares preferenciales a las empresas de maletín que dilapidaron el erario público en importaciones fantasmas? ¿Cuáles son sus juicios y sus condenas? ¿Con qué máscaras detuvieron a estos? ¿Los detuvieron? ¿De qué lado del abdomen recibieron el tiro?
¡Que caigan las máscaras!

Fuego
De entre las hasta ahora cuarenta niñas muertas en “Hogar seguro”, de Guatemala, una lleva mi nombre. Una niña con mi nombre se quemó bajo llave. Protestaba junto a más de 50 adolescentes para que le abrieran las puertas. Un día antes más de 50 se escaparon, y esa noche, la luna del Día Internacional de la mujer, atrapadas y encarceladas exigían su libertad, allí donde las violaron, las embarazaron, las golpearon, las hicieron abortar, donde les robaron el vientre, la vida, allí, custodiadas por 250 policías al mando del Presidente, allí en donde no permitieron la entrada de bomberos, familiares, ninguna ayuda: “No las dejaron salir y murieron calcinadas”.
Un colchón, dos colchones, la lumbre, fueron luciérnagas contra el sol.
Una niña de fuego me dejó sin nombre.

Barinas
La Guardia Nacional Bolivariana, la Policía municipal y la Coordinación de la Oficina Regional del Instituto Nacional de Tierras en Barinas son señalados como los responsables de desalojar forzosamente a 868 campesinos de los predios de El Ortisero, Hato Jobito, Las Mercedes, Florentino, La Primavera y El Otoño. Los campesinos se organizaron para tomar la tierra improductiva y en respuesta a este acto de soberanía agroalimentaria, representantes del Estado llegaron en la madrugada y rociaron con gasoil y gramoxone los pozos de agua edificados para el consumo humano y de animales, incendiaron casas, destruyeron al menos 1.100 hectáreas de siembra, molieron a palo a los que se resistían y, por los menos a tres de los campesinos apresados los presentaron como cuatreros, como ladrones de ganado para justificar su aprehensión.
“Las penas son de nosotros, las vaquitas son ajenas”.

El último pogo
La idea de que el Indio Solari hiciera su última presentación movió las almas de más de 300 mil argentinos hasta Olavarría, un pueblo de 100 mil habitantes, a 400 kilómetros de Buenos Aires. A la “misa ricotera” fueron grandes, también micros. Porque los niños deben formarse en los rituales. Pero, para que no pisaran a un niño de doce, Popi se lanzó sobre él y le partieron en tres la pierna. La Colmena, es un recinto para 150 mil personas. Cientos se desmayaron, dos hombres murieron. El Indio lloró. El Indio debe llorar y nadie, salvó la justicia, pudo preguntarle nada. Anduvo como un padre preocupado durante todo el frío concierto, el último pogo, el más grande del mundo, pero no supo detener la estampida. Sus ojos ciegos bien abiertos, lloran, porque no hay espacio en el que se apretuje tanta luz.

Adiós
En Chile la última hoja del árbol que cayó, Ángel Parra. 73 años.
“Ya se va para los cielos, ese querido angelito”.


Dioses en rebeldía
Por Yutaka Hosono

Los dioses están de pie,
apoyados sólidamente en tierra
como grandes árboles agonizantes.
Cargan el cielo en los hombros,
y aguantan a duras penas
el dolor de la convivencia.
(¿Por qué no huyen?
¿Por qué no venden sus almas?)
“Porque cierra nuestros ojos el sucio sudor,
porque aquí está lleno
de ondas ultracortas invisibles,
y no se ven los picos que hieren la noche”.
(No huimos, para ver.
No vendemos, para ver.)
Algún día
tomando al violador por el cuello,
le estrangulan el corazón
junto con el entumecimiento de las manos y las piernas.
Sale de repente la lengua rojísima,
flamean el viento y las nubes,
y el cielo cae.
Los que se levantan de nuevo
desde el caos,
son también dioses inmortales en rebeldía.



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