Paja.
Se supone que acá inserte una frase
del tipo “en la comunidad de al lado, los criminales anuncian los
días en los que armarán un tiroteo, para que suspendan las clases
en las escuelas”.
Se supone que desarrolle la idea.
Se supone que juzgue al respecto, que
diga lo mal que estamos y que llueva sobre mojado.
Luego debo elaborar una metáfora que
guiñe el ojo al intelecto ajeno.
Debo seguir con una enumeración de
argumentos que me de la razón: datos, cifras, diferentes fuentes.
A continuación, provocar en el otro un
sentimiento parecido al mío, miserables porque desde nuestra
pequeñez el mundo se hace menos mundo.
Escribir puede convertirse en un acto
masturbatorio, una bala al aire que de regreso no roza humanidad
alguna, un desperdicio de pólvora.
Hoy no quiero opinar sobre nada, porque
este país sufre sobredosis de paja, una paja para la que no hay
chivo, ni aglomeraciones que eleven una buena pared, menos un techo.
Hay mucho que decir, cuánto más que
hacer.
--
Un bicho baja por la pared donde reposa
la pantalla de la computadora y yo estoy contando los segundos que
tarda en echarse encima. Cuando llega al borde del ordenador, aletea
hacia otra parte, donde hay más luz.
La naturaleza sabe.
Hay bestias más feroces que el
silencio.
Descuartizar los fragmentos del tiempo
en que la bestia arrastra su culo hasta el fuego no es el trabajo del
narrador. Es arrastrarse con el común lo que le da licencia para
transformase en la misma lumbre. Comer de la mierda y no simplemente
contemplar los bocados, aguantando la arcada. Vivir los mismos
pensamientos, ser lo pensado. Poder vivir lo que se escribe. Ser la
bestia.
Sufrir cada sílaba, y saber que en la
nevera ya no quedan, que te gastaste las últimas antesdeayer, cuando
la malusaste en una discusión estéril, como casi todas las
discusiones.
Escribir puede ser descriptivo. Una se
sienta sobre sí misma y va delineando el zigzag de lunares en la
espalda, lo mismo que el camino de cartuchos en la escena del crimen.
Pero, la transcripción es todavía más
malpagada. Una no debe postrarse a orbitar en el propio ombligo,
acusando al mundo de cuanta pelusa no pueda desenterrar: prostituir
la verdad.
--
Él cree que cuando muera, celebrarán
el día en que nació, que izarán las banderas en su nombre. Sueña
con que reunirán su obra. Yo, yo creo que no pasaré de un rumor
entre la gente que alguna vez pronunció mi nombre, y está bien así.
Porque yo nací al lado de donde los pistoleros respetan el timbre
del recreo, cerca muy cerca de una montaña a donde iban a dar los
locos, escapados de las barras y el asfalto. No sueño con libros, ni
ensayos, ni ensalce. No quiero soñar. Yo sólo quiero dormir.
Nido.
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