martes, 26 de abril de 2016

Gastronauta 82: Paja



Paja.
Se supone que acá inserte una frase del tipo “en la comunidad de al lado, los criminales anuncian los días en los que armarán un tiroteo, para que suspendan las clases en las escuelas”.
Se supone que desarrolle la idea.
Se supone que juzgue al respecto, que diga lo mal que estamos y que llueva sobre mojado.
Luego debo elaborar una metáfora que guiñe el ojo al intelecto ajeno.
Debo seguir con una enumeración de argumentos que me de la razón: datos, cifras, diferentes fuentes.
A continuación, provocar en el otro un sentimiento parecido al mío, miserables porque desde nuestra pequeñez el mundo se hace menos mundo.

Escribir puede convertirse en un acto masturbatorio, una bala al aire que de regreso no roza humanidad alguna, un desperdicio de pólvora.
Hoy no quiero opinar sobre nada, porque este país sufre sobredosis de paja, una paja para la que no hay chivo, ni aglomeraciones que eleven una buena pared, menos un techo.
Hay mucho que decir, cuánto más que hacer.

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Un bicho baja por la pared donde reposa la pantalla de la computadora y yo estoy contando los segundos que tarda en echarse encima. Cuando llega al borde del ordenador, aletea hacia otra parte, donde hay más luz.
La naturaleza sabe.
Hay bestias más feroces que el silencio.

Descuartizar los fragmentos del tiempo en que la bestia arrastra su culo hasta el fuego no es el trabajo del narrador. Es arrastrarse con el común lo que le da licencia para transformase en la misma lumbre. Comer de la mierda y no simplemente contemplar los bocados, aguantando la arcada. Vivir los mismos pensamientos, ser lo pensado. Poder vivir lo que se escribe. Ser la bestia.

Sufrir cada sílaba, y saber que en la nevera ya no quedan, que te gastaste las últimas antesdeayer, cuando la malusaste en una discusión estéril, como casi todas las discusiones.

Escribir puede ser descriptivo. Una se sienta sobre sí misma y va delineando el zigzag de lunares en la espalda, lo mismo que el camino de cartuchos en la escena del crimen.
Pero, la transcripción es todavía más malpagada. Una no debe postrarse a orbitar en el propio ombligo, acusando al mundo de cuanta pelusa no pueda desenterrar: prostituir la verdad.

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Él cree que cuando muera, celebrarán el día en que nació, que izarán las banderas en su nombre. Sueña con que reunirán su obra. Yo, yo creo que no pasaré de un rumor entre la gente que alguna vez pronunció mi nombre, y está bien así. Porque yo nací al lado de donde los pistoleros respetan el timbre del recreo, cerca muy cerca de una montaña a donde iban a dar los locos, escapados de las barras y el asfalto. No sueño con libros, ni ensayos, ni ensalce. No quiero soñar. Yo sólo quiero dormir.
Nido.

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