martes, 5 de abril de 2016

Gastronauta 79: Sustitutos


Hace una año cuando empezó la sumisión económica, en mi casa llevábamos rato sin comer carne, tampoco azúcar, la sustituíamos con granos, y con papelón, entre otros hábitos que creíamos más sanos, más económicos.
Pasé de comprar la panela de 20 Bolívares, a 400. El último mes me he negado a comprarla en 920, costo que representa 45 veces el precio de hace sólo meses.
Ni hablar de los granos. Un kilo de caraotas cuesta hasta 1.500, siendo que lo compraba en 35 Bolívares. Más de cuarenta veces su valor.
Se trata de cortar todo atisbo de oxígeno. Ya, ni lo que la cesta básica contempla, ni los sustitutos.
Con el café pasó que, después de elevar el precio de la regulación de 46,6 a 694,21 Bs. (1.390% de aumento) se encontró en todos los anaqueles, sólo que con presentaciones “gourmet” con el precio marcado en más de mil Bolívares. La presión resultó en el aumento del costo del producto y en la liberación de los costos, enmascarada.
La pasta que se compraba en 15 Bolívares marca casi 400, sobrepasando cualquier regulación del Estado, a merced de lo que guste marcar el productor (llámese Polar, o Sindoni).
Cuando el gobierno ordenó bajar el costo del cartón de huevos a 420 Bolívares, muchos productores prefirieron estrellarlos contra el piso y, aunque algunos negociaron un precio “más justo” para la venta (600 el cartón), tres meses después, MEDIO cartón cuesta 900.
Una lata de atún mediana (de 175 gr) costaba -hace un año- 180 Bs. En la actualidad marca 1.200.
¿Los costos de importación crecen exponencialmente, de acuerdo a qué? ¿La regulación es una barda que salta cualquiera? ¿La subida de los precios contempla en su estructura de costo el pago de las pocas –casi nulas- multas por la contraloría del Estado?
Está bien, eliminamos el azúcar y el papelón, la carne y los granos, el café, la pasta (el arroz, porque tampoco se consigue), los huevos, el atún, la harina de maíz (hecha con el bagazo del cereal) y nos hacemos vegetarianos.
Pero, la yuca –por ejemplo-, que fue una de los tubérculos más económicos, no baja de 700 Bolívares, y ya ni siquiera los alimentos cosechados en temporada alivianan el bolsillo de los comensales.
Así el resto de los vegetales y las frutas.

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Es verdad que la solución es la siembra, pero para ser honestos, en un apartamento es difícil sembrar unas estacas de yuca. Además, no todo lo puedo sembrar una sola, y mientras se concientiza al prójimo al respecto, una debe ceder y comprar buena parte de lo que se come en casa.
Sin embargo no desisto. Yo, insisto, y digo con Barrett que “somos una promesa; el vehículo de intenciones insondables. Vivimos por nuestros frutos; el único crimen es la esterilidad”.
La solución es la autodeterminación, el autoabastecimiento, pero ello también depende de una red de intercambio que sostenga las pequeñas producciones, porque lo otro es tener un terreno, y sabemos que la tierra no está en manos del pueblo, sino de los terratenientes.
¿Alguien puede señalar algún caso -en Venezuela- en el que los precios hayan vuelto al punto inicial en el que empezaron a subir sin coto? Yo no conozco ninguno. No quiere decir que no haya excepciones que confirmen la regla, claro.
Tampoco hay en nuestro país contraloría social, ni organización popular contundente que contenga la especulación, el acaparamiento, el bachaqueo. Y a decir verdad, las opciones parecen cada vez más pocas, pero pintan un paisaje posible:
Coger los macundales y habitar el campo.
Lo único, no hay que decirlo muy alto, porque a los amos se les da muy bien convertir las alternativas en parte del sistema. Así una pieza de bahareque ya no es una casa de tierra, sino una quintica con presunciones varias, ni un huerto es un sistema para alimentar a una familia o dos, incluso tres, sino una forma de violar el suelo para obtener ganancias… y así.
La solidaridad ha muerto, y ya la vida no se propaga, parece contagiarse como los virus. La naturaleza debe continuar su camino. La humanidad en su flor está destinada a podrirse y a podrirlo todo, sobre todo a la humanidad misma.
“La planta no puede abstenerse de florecer, algunas veces florecer, es para ella morir”, explica Jean-Marie Guyau. Y entonces morir está bien.

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