jueves, 3 de marzo de 2016

Mujerícola 40: Berta



La mamá de Berta se llama Berta. Fue partera y enfermera.
La levantó como se levanta una Ceiba, sola.
Son dos gotas del río Gualcarque que revuelven el caudal, lo acrecientan.
Guardianas del tiempo, descienden de las palabras del naualth y de los mayas, lo mismo que del copal y la candela.
Su tronco grueso no cede al hacha y se hace con más anillos cuanto más insiste la tala.
Su hablar es el de la llama que baila al viento: cadente, y justo: quema cuando es preciso y calienta cuando también.
Berta es de la nación Lenca, del lado hondureño, donde es peligroso ser persona, de donde las piedras huelen a hiedra rota, de donde una recuerda el color del día cuando nació.

Parió a cuatro hijos... que oscurecieron su piel, engrosaron sus manos, empuñaron una epifanía terrosa: el abuelo tabaco la visitó, y le contó su destino. Berta le sonrió en una calada, cerró los ojos, y siguió la espiral de humo, de la que mamó la rabia.

La madre le enseñó a luchar y ella fue alumna destacada:
Defendió con la fiereza de un jaguar el territorio lenca y sacó a los chinos de las narices de su selva. También al Banco Mundial y al Holandés, que encontraron en la humanidad de esta mujer, un muro incluso más resistente que sus represas.
Bajó de la montaña al asfalto y puso su cuerpo y el de su comunidad frente al represor uniformado. Por allí no pasó ni medio pensamiento, y fueron las balas a sembrarse en la corteza del pueblo unido.
Meció en su pecho el cuerpo muerto de Maycol, un niño de catorce años, cuyo delito fue sembrar maíz a las márgenes del río.
Se trajo en el lomo uno a uno a sus vecinos, y los apiló en Tegucigalpa, capital de la inquina, y río de sangre. Se escondía Berta en sus espaldas, única forma de sobrevivir a las gigantes transnacionales.
Y cayeron a su lado sus compañeros y a Berta le creció el pecho, porque entonces fue responsable de portar como antorcha, sus corazones.


Esta noche se llevaron su cuerpo, para que fuera su espíritu a poblar las aguas que atraviesan la profundidad y la injusticia.
Ella supo lo que iba a pasarle, el río trató de arrastrarla consigo más temprano, pero Berta insistió en su camino: el final de su carne, escrito en papel moneda en alguna oficina, la burocracia de la muerte, que se alimenta de los impuestos, que camina a su lado, que la mira de soslayo. El pobre, uniformado de bárbaro, defendiendo a los amos, y Berta con su voz de fuego concediéndole la vida, a cambio de un ascenso.
“Vamos a investigar”, dicen las autoridades. Y le queda fácil la verdad y la mentira.
“No la cuidamos lo suficiente”. Y se lavan las manos donde mismo orinan, el mismo hueco donde defecan, el plato en el que comen.
“Estados unidos nos acompañará en la investigación”. Abren la boca, y el tufo a muerte viste la sala.
Abren la boca y dos disparos nos deja sin vida, cuando a Berta se la lleva el río.

Afuera están las plumas y las flores, y el aserrín, y el agua, esperando que el hombre y que la mujer bailen sus restos.
Afuera late la luna en el agave: se espesa su savia... recibe a Berta.

***
Berta Cáceres, mujer indígena, revolucionaria, defensora del territorio lenca, comunidad indígena que habita parte del territorio de Hondura y El Salvador. Reconocida por su lucha medioambiental de los ríos que atraviesan su comunidad. Recientemente muerta de dos tiros la madrugada del jueves 3 de marzo, justo a los tres años del sicariato contra Sabino Romero, líder yukpa y defensor de sus territorios ancestrales, en La Sierra de Perijá.
El día se hace más gris, y está más próximo el exterminio de todo rastro de bondad.

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