¿Que el Gobierno nacional proponga (y
establezca un contrato con una transnacional para) la extracción de
minerales a cielo abierto, justo cuando sufrimos las consecuencias de
una terrible sequía, no es la más terrible exposición de una de
esas incoherencias que te sientan
de culo?
La
creación de la Zona de Desarrollo Estratégico Nacional Arco Minero
del Orinoco es un decreto de la presidencia de la República, fechado
el 24 de febrero, cuyo objetivo es -según el Gobierno nacional-
diversificar la economía, principalmente las fuentes de ingresos de
divisas, cuyo contexto podemos delinear bajo el debilitamiento del
mercado mundial del petróleo, la crisis económica global, y el
reacomodo de la naturaleza a merced del capitalismo y sus vaivenes:
hablamos de la explotación de la segunda reserva de oro más grande
del mundo (con 7 mil millones de toneladas, solo por detrás de
Estados Unidos), pero también de diversos minerales como los
diamantes, el coltán, el hierro, la bauxita... la apropiación y
conversión de la naturaleza como moneda de cambio y reserva
monetaria dispuesta a la hipoteca.
Esta “riqueza” trae sobre sus hombros el empobrecimiento de los suelos, y por consiguiente de la agricultura, el fortalecimiento de un modelo importador, hambre, desigualdad, masacres: La pérdida de hasta 8 billones de litros de agua, en un mundo que hace guerras de sed. La destrucción de reservas o parques nacionales, el desequilibrio mismo de la vida: un apocalipsis. La “normalización” de la minería ilegal que ha destruido el entorno y la cultura indígena de pueblos ubicados en zonas ancestrales, su desplazamiento, y la violación del artículo 120 de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, según el cual:
“El
aprovechamiento de los recursos naturales en los hábitats indígenas
por parte del Estado se hará sin lesionar la integridad cultural,
social y económica de los mismos e, igualmente, está
sujeto a previa información y consulta a las comunidades indígenas
respectivas.
Los beneficios de este aprovechamiento por parte de los pueblos
indígenas están sujetos a esta Constitución y a la ley”.
Entonces, el abandono del campo en manos de terratenientes parásitos es un hecho, así como la muerte de más de cuatrocientos campesinos y el exterminio de la resistencia yukpa; y la soberanía alimentaria es una cosa de puertos; y la independencia queda entredicha cuando ponemos nuestras riquezas en manos de más de ciento cincuenta empresas extranjeras (Arco Minero del Orinoco) y más de veinte países “socios” (Faja Petrolífera del Orinoco), porque según Maduro: “Esta es la hora, no tenemos opciones”.
Desde la vocería del gobierno se dice además que la actividad minera será supervisada para proteger a la biodiversidad, y garantizar que la minería a cielo abierto no sea contaminante, porque con ella se llegará al Ecosocialismo. No sé de qué experiencia se deriva esa conclusión, si no hay lugar en el mundo donde el extractivismo no haya pasado su mano sin dejar devastación, al punto de que en Canadá, de donde viene Gold Reserve, prohíbe la minería a cielo abierto.
NO
HAY manera ecológica y feliz de eyectar cianuro al suelo y que la
biodiversidad no se muera, y con ella el país, también el mundo
(que cuenta con nuestras tierras para poder garantizar agua y aire,
vida).
Además
no se habla de cualquier territorio. El proyecto
abarca prácticamente
desde la desembocadura del Apure en el río Orinoco hasta el delta
del Orinoco, uno de los ríos que pudieron atravesar la Pangea. En
total, el ecocidio se concentraría en 111.800 Km2 del país
(12,19%), si las aguas del río no se movieran. Que sumados a los
64.000 Km2 (6,98%) de la Faja Petrolífera del Orinoco, representan
casi el 20% de todo el territorio nacional en manos de
transnacionales del saqueo de los recursos naturales patrios, sin
adicionar las minas de carbón (al occidente venezolano) y níquel
(Miranda y Aragua), tampoco las zonas de desarrollo acuífero.
No
hay ningún político de derecha en contra de esta medida. Ni lo
habrá. Porque sus planes de desarrollo económico también apuntan
hacia la megaminería. Sus militantes ahora mismo encienden las
esquinas con cartelitos al cuello, recogiendo firmas para el
revocatorio contra el presidente. Buena parte del pueblo se consume
en colas, y las circunstancias psicológicas (de duelo, violencia y
miedo al porvenir) favorecen la puñalada.
¿Lo
consultamos nacionalmente? ¿Será eso una trampa? Según el diputado
Pedro Carreño, no estar de acuerdo con estos proyectos
gubernamentales le convierten a uno en aliado de la idea “neoliberal,
de los países que se denominan del primer mundo, para que los
pueblos no puedan acceder a sus recursos y luego venir a explotarlos
ellos”.
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De
cerca nada es normal. Nadie.
Sobre
la cresta de la espalda se asoma el juicio final, una montaña de
pequeños peces voladores, carnívoros, que no recuerdan tu nombre. Y
asesinan el tiempo, lo deshuesan. Una sabe que vienen sobre la nuca
porque le brillan los colmillos.
La
sopa de piedras se seca y el hedor se hace remolino en la entrada, un
espiral de polvo por el que se vacía la casa. La mujer no recuerda
alimento en sus manos, el hombre que es hombre.
Una
pared oxidada por la que resbala la muerte termina en un enjambre de
serpientes dentadas, y bajo ellas sus huevos, y dentro, el oro.
El oro es un pedazo de sol, y el sol es
fuego. El oro quema.
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