martes, 29 de marzo de 2016

Gastronauta 78: Oro

¿Que el Gobierno nacional proponga (y establezca un contrato con una transnacional para) la extracción de minerales a cielo abierto, justo cuando sufrimos las consecuencias de una terrible sequía, no es la más terrible exposición de una de esas incoherencias que te sientan de culo?

La creación de la Zona de Desarrollo Estratégico Nacional Arco Minero del Orinoco es un decreto de la presidencia de la República, fechado el 24 de febrero, cuyo objetivo es -según el Gobierno nacional- diversificar la economía, principalmente las fuentes de ingresos de divisas, cuyo contexto podemos delinear bajo el debilitamiento del mercado mundial del petróleo, la crisis económica global, y el reacomodo de la naturaleza a merced del capitalismo y sus vaivenes: hablamos de la explotación de la segunda reserva de oro más grande del mundo (con 7 mil millones de toneladas, solo por detrás de Estados Unidos), pero también de diversos minerales como los diamantes, el coltán, el hierro, la bauxita... la apropiación y conversión de la naturaleza como moneda de cambio y reserva monetaria dispuesta a la hipoteca.

Si la finalidad es diversificar la entrada de divisas, Ana Elisa Osorio (y con ella un mundo de expertos) cachetea contra el piso este argumento. La doctora y antigua ministra de Ambiente durante el gobierno de Hugo Chávez, explica que “está sumamente demostrado que la minería, el extractivismo, la explotación primaria de los minerales no producen mayormente riqueza, porque la riqueza queda en manos de quienes la están extrayendo”, es decir en manos de la empresa aurífera canadiense Gold Reserve, que en otrora demandara a Venezuela en el Ciadi, cuando Chávez la expropiara en 2009 por “degradación ambiental”, y que ahora vuelve triunfante a por sus 760 millones de dólares (más intereses), ganados en el fallo contra Venezuela en 2014, y a prestar 2.000 millones de los verdes en la conformación de la sociedad que dará inició a los trabajos en el Arco Minero del Orinoco.


Esta “riqueza” trae sobre sus hombros el empobrecimiento de los suelos, y por consiguiente de la agricultura, el fortalecimiento de un modelo importador, hambre, desigualdad, masacres: La pérdida de hasta 8 billones de litros de agua, en un mundo que hace guerras de sed. La destrucción de reservas o parques nacionales, el desequilibrio mismo de la vida: un apocalipsis. La “normalización” de la minería ilegal que ha destruido el entorno y la cultura indígena de pueblos ubicados en zonas ancestrales, su desplazamiento, y la violación del artículo 120 de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, según el cual:
El aprovechamiento de los recursos naturales en los hábitats indígenas por parte del Estado se hará sin lesionar la integridad cultural, social y económica de los mismos e, igualmente, está sujeto a previa información y consulta a las comunidades indígenas respectivas. Los beneficios de este aprovechamiento por parte de los pueblos indígenas están sujetos a esta Constitución y a la ley”.

Cuando anunció el decreto, Nicolás Maduro habló de superar el rentismo petrolero... con extractivismo, porque según el presidente de la República Bolivariana de Venezuela “no tenemos opciones”. Y aunque no pide que se abandone el campo, tampoco le inyecta la fuerza que sí le vimos (y estuvimos de acuerdo en) dar a la agricultura urbana y que multiplica por miles de millones de dólares, cuando divide al país en zonas para explotar.
Entonces, el abandono del campo en manos de terratenientes parásitos es un hecho, así como la muerte de más de cuatrocientos campesinos y el exterminio de la resistencia yukpa; y la soberanía alimentaria es una cosa de puertos; y la independencia queda entredicha cuando ponemos nuestras riquezas en manos de más de ciento cincuenta empresas extranjeras (Arco Minero del Orinoco) y más de veinte países “socios” (Faja Petrolífera del Orinoco), porque según Maduro: “Esta es la hora, no tenemos opciones”.
Desde la vocería del gobierno se dice además que la actividad minera será supervisada para proteger a la biodiversidad, y garantizar que la minería a cielo abierto no sea contaminante, porque con ella se llegará al Ecosocialismo. No sé de qué experiencia se deriva esa conclusión, si no hay lugar en el mundo donde el extractivismo no haya pasado su mano sin dejar devastación, al punto de que en Canadá, de donde viene Gold Reserve, prohíbe la minería a cielo abierto.
NO HAY manera ecológica y feliz de eyectar cianuro al suelo y que la biodiversidad no se muera, y con ella el país, también el mundo (que cuenta con nuestras tierras para poder garantizar agua y aire, vida).

Además no se habla de cualquier territorio. El proyecto abarca prácticamente desde la desembocadura del Apure en el río Orinoco hasta el delta del Orinoco, uno de los ríos que pudieron atravesar la Pangea. En total, el ecocidio se concentraría en 111.800 Km2 del país (12,19%), si las aguas del río no se movieran. Que sumados a los 64.000 Km2 (6,98%) de la Faja Petrolífera del Orinoco, representan casi el 20% de todo el territorio nacional en manos de transnacionales del saqueo de los recursos naturales patrios, sin adicionar las minas de carbón (al occidente venezolano) y níquel (Miranda y Aragua), tampoco las zonas de desarrollo acuífero.

No hay ningún político de derecha en contra de esta medida. Ni lo habrá. Porque sus planes de desarrollo económico también apuntan hacia la megaminería. Sus militantes ahora mismo encienden las esquinas con cartelitos al cuello, recogiendo firmas para el revocatorio contra el presidente. Buena parte del pueblo se consume en colas, y las circunstancias psicológicas (de duelo, violencia y miedo al porvenir) favorecen la puñalada.

¿Lo consultamos nacionalmente? ¿Será eso una trampa? Según el diputado Pedro Carreño, no estar de acuerdo con estos proyectos gubernamentales le convierten a uno en aliado de la idea “neoliberal, de los países que se denominan del primer mundo, para que los pueblos no puedan acceder a sus recursos y luego venir a explotarlos ellos”.

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De cerca nada es normal. Nadie.
Sobre la cresta de la espalda se asoma el juicio final, una montaña de pequeños peces voladores, carnívoros, que no recuerdan tu nombre. Y asesinan el tiempo, lo deshuesan. Una sabe que vienen sobre la nuca porque le brillan los colmillos.
La sopa de piedras se seca y el hedor se hace remolino en la entrada, un espiral de polvo por el que se vacía la casa. La mujer no recuerda alimento en sus manos, el hombre que es hombre.
Una pared oxidada por la que resbala la muerte termina en un enjambre de serpientes dentadas, y bajo ellas sus huevos, y dentro, el oro.

El oro es un pedazo de sol, y el sol es fuego. El oro quema.

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