El origen de Chávez
como el de los cualquiera, comienza con un cielo de barro, el olor
del café que despierta antes que el gallo, la pobreza aquella de
vestir algunos trapos y la riqueza de desnudar el alma apenas
aprendió las cosas del decir. Y así llegó, y el pujo no fue sino
una palabra, cortita y acuosa.
De la pelvis de Doña
Elena amaneció la historia.
Y entonces yo fui
chavista y no había nacido.
Él vendía arañas,
cuando mi abuelo era militar. Nosotros suspiros, cuando él se hacía
Teniente Coronel.
Mi abuela fue sabia,
aunque su dolor no lo era tanto, y fue chavista. Como Mamá Rosa, que
lo era, incluso antes de que naciera Hugo.
Aquél señor que
organiza las varas para que de su gente se eleve el hogar: es
chavista.
Aquella que multiplica
la cachama, la niña que tiene más semillas sembradas que días de
vida.
El que le limpia los
vidrios a los que la visión es del tamaño de su parabrisas, la que
madruga para que la redondez de la arepa bautice el día de su
muchachada, el que no sabe leer la eñe, pero la cuenta y la dibuja
como si la hubiese inventado. Ellos, ellas, así no lo sepan, son
chavistas.