Habían quedado en el bar del callejón,
el de los poetas.
Apenas se vieron y se saludaron, un
beso en la mitad de la boca había abierto entre ellos el flujo de
sus aguas abajo. Se tomaron un par de cervezas, conversaron poco.
Ella le preguntó si en algún momento completaría el beso. Él no
le permitió terminar la frase y sin mediar público le estampó la
lengua en su lengua. Lo tomó de la mano y corrieron las escaleras.
En éste y aquel hotel no encontraron. Buscaron en todo el bulevar,
pero no hallaron la bolsita de plástico.
Sudaron la fiebre en el corricorre.
Y decidieron sentarse en un parquecito
a decirse los nombres.
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En Venezuela es un laberinto coger sin
angustias.
No se consigue con facilidad, a menos
que una choque de frente con la suerte, condones (que bachaqueados
cuestan 800 Bolívares -el trío- aproximadamente), pastillas
anticonceptivas (algunas cadenas farmacéuticas exigen -ilegalmente-
récipe para obtenerlas), la pastilla del día después, la
misoprostol (que abonan el mercado negro), ni productos llamados de
la higiene femenina como óvulos, cremas, lavados, entre otros, todos
sustituibles por vapores y yerbas.