I
No sabía cómo hacerlo.
Improvisó.
Así, puso en el piso la sopa, abrió
las piernas “en tijeras”, y el humito la hizo sudar. Pero no era
suficiente, debía coger un poco del consomé y restregarlo contra
sus labios.
Acto seguido, posar sobre la mesa aquel
plato e invitar al deguste cotidiano.
Según, el hombre debía volver a su
cauce y beber de su río todas las noches.
La receta pasó de mujer a mujer,
tantas lunas tiñeron los cabellos.
Lo mismo la aplicaba aquella que ésta.
No hay constancia, ni existe
estadística, prefirieron guardar el método en el sostén, entre
teta y piel.
Pero hubo quien fue generosa y explicó
cuántas veces, bajo qué lunas.
II
Una noche, ella acomodó las papas, el
apio, las zanahorias, el celery, partió la pasta, como le gustaba,
le agregó un muslo de gallina y dejó cocer. La piel se desmenuzó
en el caldo.
La dejó respirar y el humo cundió la
casa. Había cerrado todas las ventanas.
Con el índice dibujó en una de ellas
su nombre hasta que el trazo lloró sobre el cristal.
Extendió en la tabla el mantel lo
mismo que la alfombra en el piso, cerca de la mesa.
Dispuso de un generoso plato hondo para
la sopa.
Cuchareó desde
el fondo.
Se lavó entre las piernas y bamboleó
sus manos entre los pétalos.
Secó alrededor con un pedazo de pan y
se sentó a comer de su propio caldo.
Estaba decidida a volver a enamorarse
de sí misma.
III
A mi padre cuando se quedaba “a que”
Amada
mamá decía que le rallaban las uñas
en la cerveza.
A mi tío le dieron agua e' cuchara.
A él, ella le remojó las pantaletas
en el agua
le enterró el nombre
lo amarró
lo fumó.
Igual largó.
¿Ya nadie cree en el amor?
Si está tan embobado es porque lo
hicieron comer de las ramas de su Monte de Venus.
Y aun haciendo de todo, “mejor no te
fíes, hija”.
IV
Y si quieres que se quede, procura que
se vaya.
V
Una buena compañía es el caldo de
cabeza de pescado.
En una olla con dos litros de agua se
pone a cocer la cabeza de un robalo con sal, laurel y la mitad de una
cebolla, hasta que la carne que acompaña al pescado se desmenuza y
ablanda. Se cuela el caldo y se reserva.
En una sartén se fríe una cebolla,
cuatro dientes de ajo y un pimentón troceados en una cucharada de
mantequilla. Una vez dorados, se le agregan cuatro tomates bien
maduros, que hechos puré están listos para recibir el caldo del
robalo. Agregar cilantro picado cuando reduzca. Salpimentar. Y
masajear la ausencia. La propia, la ajena.
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