Si el cuerpo de una
mujer es una olla, el del hombre es la paleta, un pedazo de tronco
rasgado y torneado en el fuego, para tantear los guisos.
Antes fue mujer.
Cabalga la guerra lo
mismo que la santidad.
En la balanza es el
peso, un brazo fuerte para rodear la circunferencia madre.
Es también la cáscara
de la nuez que el tiempo trata de partir con el puño.
En el espejo es el
cazador de miedos.
En el muro, la piedra
que florece.
Es una isla que a veces
se pierde bajo la sal. Otras tantas, en medio del uniforme.
El cuerpo de hombre se
envanece en el poder ése de la vida, una ilusión.
Está hecho en un molde
que la muerte acomodó con sus propias manos.
Pero el cuerpo ha
decidido olvidar el día de partir, para derretirse en la luz.
Abre los brazos y las
piernas como el Hombre de Vitruvio. Corre. Construye su laberinto en
el trigal. Muerde las manos del sol.
Como hacha que abre el
bambú, su voz siembra el fuego.
Lo han crucificado, y
revive en el dolor ciego, en la amenaza de volver.
La ciencia dice que el
semen es dulce como la miel. Ha de ser por eso que aguijonea.
No siempre es el David
de Miguelángel, la historia le arrancó la cola.
El mono desnudo olvidó
las ramas y cayó. Todavía no toca suelo.
No sabe volar. Lame el
agua de las mujeres, donde mejor habita.
Allí, no contiene la
respiración, vive.
Sus hombros son anchos
como par de cejas sobre los pezones.
Sus piernas sostienen
la trompa para que converse con los labios de vaginés.
Más arriba, brilla
como una moneda en el desierto de su vientre el recuerdo de cuando
hembra.
El cuerpo de hombre no
llora, eyacula.
Una vez quise ser
hombre, pero no fue necesario.
Hay los que se
convierten en cielo de arcilla desde donde el Catatumbo agrieta la
nube de una mujer. Y entonces, surge la pregunta de quién fue
primero, la palabra o el rayo. Y como perro furioso, una cera
espumosa lo nombra, lo delinea: Hombre.
Hubiese dividido la
Pangea, y antes en el rugir de sus palmas el big bang.
Pero fue bisonte en
Altamira y aprendió a cagar con gravedad cero.
Es una cohete de
corales que interrumpe el cabotaje, el anclaje del cáliz, en un mar
de sudores gruesos, de sangre. Es ése cuerpo de hombre un pedazo de
pan debajo de la lengua, la intención caníbal. Apenas una migaja,
inflada por la marea.
Para el hombre en la
religión de los cuerpos, comer y ser comidos es sacerdocio.
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