martes, 22 de septiembre de 2015

Gastronauta 53 Cuerpo de hombre



Si el cuerpo de una mujer es una olla, el del hombre es la paleta, un pedazo de tronco rasgado y torneado en el fuego, para tantear los guisos.
Antes fue mujer.
Cabalga la guerra lo mismo que la santidad.

En la balanza es el peso, un brazo fuerte para rodear la circunferencia madre.
Es también la cáscara de la nuez que el tiempo trata de partir con el puño.
En el espejo es el cazador de miedos.
En el muro, la piedra que florece.
Es una isla que a veces se pierde bajo la sal. Otras tantas, en medio del uniforme.
El cuerpo de hombre se envanece en el poder ése de la vida, una ilusión.
Está hecho en un molde que la muerte acomodó con sus propias manos.
Pero el cuerpo ha decidido olvidar el día de partir, para derretirse en la luz.
Abre los brazos y las piernas como el Hombre de Vitruvio. Corre. Construye su laberinto en el trigal. Muerde las manos del sol.
Como hacha que abre el bambú, su voz siembra el fuego.
Lo han crucificado, y revive en el dolor ciego, en la amenaza de volver.

La ciencia dice que el semen es dulce como la miel. Ha de ser por eso que aguijonea.
No siempre es el David de Miguelángel, la historia le arrancó la cola.
El mono desnudo olvidó las ramas y cayó. Todavía no toca suelo.
No sabe volar. Lame el agua de las mujeres, donde mejor habita.
Allí, no contiene la respiración, vive.


Sus hombros son anchos como par de cejas sobre los pezones.
Sus piernas sostienen la trompa para que converse con los labios de vaginés.
Más arriba, brilla como una moneda en el desierto de su vientre el recuerdo de cuando hembra.
El cuerpo de hombre no llora, eyacula.

Una vez quise ser hombre, pero no fue necesario.

Hay los que se convierten en cielo de arcilla desde donde el Catatumbo agrieta la nube de una mujer. Y entonces, surge la pregunta de quién fue primero, la palabra o el rayo. Y como perro furioso, una cera espumosa lo nombra, lo delinea: Hombre.

Hubiese dividido la Pangea, y antes en el rugir de sus palmas el big bang.
Pero fue bisonte en Altamira y aprendió a cagar con gravedad cero.
Es una cohete de corales que interrumpe el cabotaje, el anclaje del cáliz, en un mar de sudores gruesos, de sangre. Es ése cuerpo de hombre un pedazo de pan debajo de la lengua, la intención caníbal. Apenas una migaja, inflada por la marea.

Para el hombre en la religión de los cuerpos, comer y ser comidos es sacerdocio.

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