jueves, 2 de julio de 2015

Mujerícola 7: Sally




A la abuela de su abuela la obligaron a venir. Estando, la obligaron a rezar a santos pálidos, a pronunciar su palabra, a taparse las tetas airadas, a criar a hijos ajenos y que su leche alimentase al blanco que mañana violaría a su hija, al que ahorcaría a su hijo.
Pudo dejar morir de hambre a sus futuros opresores, después de todo a ella no tardarían en colgarla. Pero nomás al llegar, murió la señora de la casa.
-¿Pá, la leche de Sally es de chocolate?

No clareaba cuando Sally había hecho el desayuno, limpiado la casa y desaparecido su humanidad al cuartucho donde también se escondían las ratas. Allí, esperaba a que abrieran la puerta.
El amo entonces sólo se asomaba para reclamos.
Tenía catorce años cuando llegó, y muchas fueron las veces en que él derribaría entradas y salidas, las de la casa, las del cuerpo. Sally está segura de que su hija del medio -Madison- es un turrón de leche.
Pero no sabe levantar los ojos -se los bajaron a golpes- para advertir al amo que a la que ahora visita es también su hija. Madison tenía quince, un año más que su madre cuando aquel ventarrón destrozó su vientre.
-¿Pá, por qué odias a Sally?


Ella cierra los puños al asomarse tras los muros de la casa, sigilosa para constatar el horror.
El amo -olvidaba el nombre del hombre blanco- alzaba por las caderas a su hija en común y la derribaba sobre la cama como cuando el trigal le da paso al viento.
Quiso gritar, pero ella misma se tapó la boca.
No quiso ser ni la mínima brisa, no pudo entonar el dolor.
Se devolvió a la oscuridad. Allí, mece su viejo catre, en el que seis varones le parió al patrón.
Se ha embadurnado las tetas con sábila y cambió su mansedumbre por la libertad de su prole.

Por esos días, cuando la esposa murió, fue cuando lo supo.
Había fallecido la señora de Thomas Jefferson.
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Hay quien le gusta almibarar la historia. A ellos les gusta creer -y hacernos creer en consecuencia- que Sarah Sally Hemings era la mujer de Jefferson porque así lo había decidido, no porque sufriera una especie de síndrome de Estocolmo. No cuenta que como su madre, había sido comprada y usada como esclava durante toda sus vidas, por la familia del expresidente estadounidense, uno de los padres fundadores de esa nación.
Incluso se ha llegado a concluir que esta esclava era media hermana de la mujer de Thomas, Martha Wayles Skelton, porque en el sálvese quien pueda de la época la norma era que los patronos violaran a sus esclavas y luego negaran sus frutos. Lo mismo haría el padre de Martha a la madre de Sally.
Pero no todas las hojas del árbol abonarían la tierra y nada más. Ochocientos descendientes de aquella relación reclamaron su legitimidad, como familiares directos del redactor de la tan venerada Declaración de Independencia.
No fue sino hasta 1998 cuando un estudio de la revista científica Nature difundiría que las pruebas genéticas de ADN realizadas a algunos descendientes de Sally Hemings confirmarían los nexos.
Jefferson lo negó hasta la tumba. El mismo hombre que escribiría en la fundación de su nación: “Consideramos verdades evidentes que todos los hombres han sido creados iguales y que su Creador les ha bendecido con determinados derechos inalienables, entre ellos la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”, era el mismo que luego sentenció que “la amalgama de los blancos con los negros produce una degradación que ningún amante de este país, ningún amante del carácter humano puede consentir inocentemente”.
Se dice que la invisibilización del otro es una de las formas de imposición de un grupo sobre otros ¿Qué cómo se puede explicar el odio racial en EE.UU? ¿Y cómo no, si el mismo odio fundó esa nación?

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En el que fuera el mayor puerto negrero de Estados Unidos, Charleston, recientemente nueve personas han sido baleadas por un delincuente de raza blanca, con sólo veintiún años de edad, y toda una historia de odio racial latiendo en su corazón. “Casi no las mato, porque fueron muy amables conmigo”, declararía tras su aprehensión Dylan Roof.
Los nueve afroamericanos fueron abatidos en uno de sus templos mientras estudiaban la Biblia. A la semana siguiente, ardieron seis iglesias negras más. La violencia policial abandera la brutalidad contra jóvenes cuyo único delito parece ser el color de su piel. La “condición” aquella de ser esclavos ha sido cambiada por la “condición” esta de ser pobres, pero mayoritariamente de una misma carne.
Que su presidente sea negro no es una casualidad, sino más bien producto de lo que podríamos definir como un placebo contra el estallido social, como lo fuera Martín Luther King en su momento. Una simulación de victoria.
Roof es y coincido plenamente con Brit Bennett el terrorista blanco, una díada de extremos: “humanizado hasta el punto de la simpatía o (...) tan monstruoso que casi se convierte en un ser mitológico”, como si él y sus cientos no fueran más la paja que la aguja, en el montón que es la historia racial de EE.UU. Pero negarlo, cercarlo y aislarlo es más cómodo. Es muy normal que en el pueblo exista tanto un McDonalds, como los “loquitos” del Ku Klux Klan.
Roof habló en su detención que los hombres negros se están haciendo de sus mujeres (blancas), “las violan” y eso “hay que detenerlo”. Thomas Jefferson, puede dar fe.

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