-¿Quieres café?
-No, no tomo café.
Me tomó las manos,
“¿qué quieres?”, dijo... “Muchacha, pero si estás ardiendo
en fiebre”.
Se voltea sobre su
propio eje, buscando a alguien. Se asoma por la puerta y le susurra a
un muchacho: “Tráiganle un guarapo de orégano a esta niña que
está hirviendo”.
Si. Me dio hasta fiebre
cuando lo tuve enfrente.
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Ismael ya casi pisa los
cuarenta. Creció en un campamento petrolero, al margen de los
gerentes, cerca del muro de contención al que agrieta el Lago de
Maracaibo. Al sur, el sur de los nadie.
Su madre se llama
María. Su padre, como él. Son cinco hermanos, cuatro varones y una
hembra. La señora María le dice “el niño”, porque junto a Lucy
“la niña”, son los más pequeños del matrimonio
Carrasco-González.
A Ismaelito, como lo
llamaba el resto de los habitantes de Puerto Nuevo en Lagunillas, le
hubiese gustado estudiar cocina. Pero se siente contento y está
conforme con ser mesero.
Mientras su hermano
Raúl se dejaba crecer los cabellos de lacio indio, y escuchaba heavy
metal, Ismael era conocido por su timidez y al resguardo de su madre.
Como la mayor parte de
la humanidad, supo del Comandante durante aquel febrero del 92, “por
ahora”.
De mesa en mesa llegó
a La Casona a finales del 2000 y comienzos de 2001. Después del
Golpe de Estado, el General Marcos Torres lo recomendó en Miraflores
y desde entonces recorre el camino de la cocina a la mesa, antes de
Chávez, hoy de Maduro.
Ismael extraña a
Chávez “todos los días”.
“Yo le servía el
café a Chávez”, se siente orgulloso. Le gustaba guayoyo, caliente
y recién colao. Conoció el mundo con una manga de tela bajo el
brazo, porque él “lo quería tradicional, nada de cafetera ni
instantáneo”.
No tenía preferencia
por ninguna marca. “Tomaba la que tuviésemos a mano, Fama de
América, Madrid, El Peñón”, pero guayoyo, que al decir del
ex-embajador de Cuba en Venezuela, Germán Sánchez Otero, era
“infaltable” cuando conversaba con Chávez, el “guayoyo, ese
invento venezolano de preparar el café con la dosis exacta de agua,
que permite ingerir y disfrutar muchas tazas, sin influir en el
equilibrio nervioso. Y si hiciera falta una prueba, Chávez sería la
mejor: consume decenas cada día”.
¿Que cuántas veces lo
tomaba? “Póngale usted el número”, responde Ismael,
“incontables”.
Una piensa que detrás
de aquella costumbre, un ejército de probadores. Le antecede los más
de seiscientos intentos de asesinato contra Fidel, en los que figura
un batido envenenado en manos de su mesero. Pero no. El café lo
preparaban al instante, “uno mismo, sin tanto pereto”.
“Era sencillo”.
Recuerda una vez que lo acompañó a visitar a Rosinés en
Barquisimeto.
El Comandante se
echaría al piso a jugar muñecas con su hijita. “Y usted no me lo
va a creer, pero cuando le llevé el cafecito, me invitó a jugar con
ellos”. Ismael se tiró al piso nomás a contemplar el amor del
padre. Cuando partieron, Rosinés lloró a moco tendido, y el
Comandante se le unió. A él se le quebraron las piernas y acompañó
aquel aguacero.
Una sonrisa le surca la
cara cuando cuenta que jugó dominó, chapita y pelotica de goma con
Chávez. Yo no estuve cuando se cayó de la bici, pero otro amigo
mesero, me lo contó “y nos cagamos de risa, como si estuviéramos”.
Lo llamaba “maracucho”,
“gordo”, “negro”, pero “también se sabía mi nombre”.
Suspira: “a todos trataba por igual, una bella persona”.
Cada tanto se dice y me
dice “nunca pensé que podría llegar a estar a su lado. Y, mire”.
El pocillo de peltre
era identitario, así como el bahareque y el barro. Le recordaba a
mamávieja, a Doña Rosa, su abuela. “A su infancia, porque además
de arañero, vendió frutas (las de su patio) empanadas y café
cuando era pequeñito”, explica Ismael y agrega que “a él le
gustaba el café sin el platico”, como si en las manos pudiese
medir el grado de calor de los cuerpos que le tocaban.
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Fumaba, pero no le
gustaba ni que lo vieran, ni que lo contara. “Fumo poco”, me dijo
como si fuera un secreto. “Sería un mal ejemplo”. Me ofreció un
cachito, pero tampoco.
Me tomé el orégano.
La fiebre, todavía
estoy por sudarla.
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El pueblo que conozco
ya puso sobre la mesita de los santos una estampita de Chávez.
Al ladito una tacita
con café se consume.
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