martes, 28 de julio de 2015

Gastronauta 45: Chávez, recién colao



-¿Quieres café?
-No, no tomo café.
Me tomó las manos, “¿qué quieres?”, dijo... “Muchacha, pero si estás ardiendo en fiebre”.
Se voltea sobre su propio eje, buscando a alguien. Se asoma por la puerta y le susurra a un muchacho: “Tráiganle un guarapo de orégano a esta niña que está hirviendo”.

Si. Me dio hasta fiebre cuando lo tuve enfrente.

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Ismael ya casi pisa los cuarenta. Creció en un campamento petrolero, al margen de los gerentes, cerca del muro de contención al que agrieta el Lago de Maracaibo. Al sur, el sur de los nadie.
Su madre se llama María. Su padre, como él. Son cinco hermanos, cuatro varones y una hembra. La señora María le dice “el niño”, porque junto a Lucy “la niña”, son los más pequeños del matrimonio Carrasco-González.
A Ismaelito, como lo llamaba el resto de los habitantes de Puerto Nuevo en Lagunillas, le hubiese gustado estudiar cocina. Pero se siente contento y está conforme con ser mesero.
Mientras su hermano Raúl se dejaba crecer los cabellos de lacio indio, y escuchaba heavy metal, Ismael era conocido por su timidez y al resguardo de su madre.
Como la mayor parte de la humanidad, supo del Comandante durante aquel febrero del 92, “por ahora”.
De mesa en mesa llegó a La Casona a finales del 2000 y comienzos de 2001. Después del Golpe de Estado, el General Marcos Torres lo recomendó en Miraflores y desde entonces recorre el camino de la cocina a la mesa, antes de Chávez, hoy de Maduro.


Ismael extraña a Chávez “todos los días”.
“Yo le servía el café a Chávez”, se siente orgulloso. Le gustaba guayoyo, caliente y recién colao. Conoció el mundo con una manga de tela bajo el brazo, porque él “lo quería tradicional, nada de cafetera ni instantáneo”.
No tenía preferencia por ninguna marca. “Tomaba la que tuviésemos a mano, Fama de América, Madrid, El Peñón”, pero guayoyo, que al decir del ex-embajador de Cuba en Venezuela, Germán Sánchez Otero, era “infaltable” cuando conversaba con Chávez, el “guayoyo, ese invento venezolano de preparar el café con la dosis exacta de agua, que permite ingerir y disfrutar muchas tazas, sin influir en el equilibrio nervioso. Y si hiciera falta una prueba, Chávez sería la mejor: consume decenas cada día”.
¿Que cuántas veces lo tomaba? “Póngale usted el número”, responde Ismael, “incontables”.
Una piensa que detrás de aquella costumbre, un ejército de probadores. Le antecede los más de seiscientos intentos de asesinato contra Fidel, en los que figura un batido envenenado en manos de su mesero. Pero no. El café lo preparaban al instante, “uno mismo, sin tanto pereto”.

“Era sencillo”. Recuerda una vez que lo acompañó a visitar a Rosinés en Barquisimeto.
El Comandante se echaría al piso a jugar muñecas con su hijita. “Y usted no me lo va a creer, pero cuando le llevé el cafecito, me invitó a jugar con ellos”. Ismael se tiró al piso nomás a contemplar el amor del padre. Cuando partieron, Rosinés lloró a moco tendido, y el Comandante se le unió. A él se le quebraron las piernas y acompañó aquel aguacero.
Una sonrisa le surca la cara cuando cuenta que jugó dominó, chapita y pelotica de goma con Chávez. Yo no estuve cuando se cayó de la bici, pero otro amigo mesero, me lo contó “y nos cagamos de risa, como si estuviéramos”.
Lo llamaba “maracucho”, “gordo”, “negro”, pero “también se sabía mi nombre”. Suspira: “a todos trataba por igual, una bella persona”.
Cada tanto se dice y me dice “nunca pensé que podría llegar a estar a su lado. Y, mire”.

El pocillo de peltre era identitario, así como el bahareque y el barro. Le recordaba a mamávieja, a Doña Rosa, su abuela. “A su infancia, porque además de arañero, vendió frutas (las de su patio) empanadas y café cuando era pequeñito”, explica Ismael y agrega que “a él le gustaba el café sin el platico”, como si en las manos pudiese medir el grado de calor de los cuerpos que le tocaban.

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Fumaba, pero no le gustaba ni que lo vieran, ni que lo contara. “Fumo poco”, me dijo como si fuera un secreto. “Sería un mal ejemplo”. Me ofreció un cachito, pero tampoco.
Me tomé el orégano.

La fiebre, todavía estoy por sudarla.

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El pueblo que conozco ya puso sobre la mesita de los santos una estampita de Chávez.
Al ladito una tacita con café se consume.

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